Review: Lucía y el sexo (2001)

Review: Lucía y el sexo (2001)

Escrito por Pedrinho

Hay una cualidad que siempre he valorado especialmente en una película: que te deje con ganas de volver a verla. Ese es el caso de “Lucía y el sexo” (Julio Medem, 2001), probablemente la obra más ambiciosa del director vasco en cuanto a presupuesto y reparto, pero que no permite una fácil interpretación, si no que prácticamente obliga a revisitarla para terminar de formarse una opinión completa sobre ella. Una opinión que no tiene por qué ser en todos los casos positiva.

¿Cómo enfrentarse a esa segunda (o tercera o cuarta o quinta) visualización de esta película? Difícil decirlo, pero sí que resulta recomendable hacerlo con un plan, porque si no corres el riesgo de terminar arrastrado por esos sube y baja emocionales, por esa historia que se cuela por un agujero para llevarte a otro lugar o por las escenas de sexo explícito, sin ser capaz de conseguir una visión de conjunto. Nosotros, en esta ocasión, optamos por ofrecer un mapa clásico para moverse por “Lucía y el sexo”, una review que puede acercarse a lo que se espera de una review, aunque, como en cualquier película de Julio Medem, no todo tiene por qué terminar siendo lo que parecía en un principio.

El contexto

Después de haber dejado una pieza para el recuedo como “Los Amantes del Círculo Polar” (Julio Medem, 1998), parecía estar listo para dar el gran salto adelante. Sin perder sus señas de identidad (guiones elaborados, poesía visual, personajes complejos), el director amenazaba con situarse como uno de los grandes referentes del cine nacional, no sólo por la calidad de sus películas (donde ya lo era), si no también en las taquillas, acercándose al pedestal ocupado por Pedro Almodóvar o Alejandro Amenábar. Sin embargo, “Lucía y el Sexo”, a pesar de contar a priori con todos los ingredientes (reparto, presupuesto, el reclamo de las escenas de sexo,...), no cumplió esa función.

photo_8342.jpegEl famoso faro de "Lucía y el sexo"

Algo no cuajó, algo difícil de definir. Tal vez en “Lucía y el Sexo” tengamos la confirmación de que un conjunto es más que la suma de las partes. Tomando la película por partes, como si pudiéramos diseccionarla pieza a pieza, tenemos argumentos más que de sobra para estar ante una obra de gran categoría. El guión está cerrado, con las suficientes idas y venidas como para mantener la atención, lleno de recovecos y cabos que ir recogiendo para atarlos todos al final. Hay actores de peso (Najwa Nimri, Paz Vega, Tristán Ulloa, Javier Cámara,...) y varias buenas interpretaciones. Tenemos escenas de sexo y desnudos suficientes como para que generar una expectación mayoritaria. Hay... hay muchas cosas, muchos ingredientes en el menú, pero el plato final no resulta redondo. ¿Demasiadas especias quizás?

La narración

Cómo no podía ser de otro modo en una pieza de Julio Medem, la narración lineal, uniforme y ascendente en el tiempo no existe, ni siquiera cuando parece que es así. El director-guionista lo avisa en varias ocasiones (incluso en el tráiler), lo mejor de este cuento es que “al llegar al final se cae por un agujero que te lleva de vuelta al medio de la historia”, una vez ahí, se puede cambiar el final.

Es completamente cierto que la historia vuelve a ese punto, a ese lugar en el que parece ser posible cambiar el curso de las cosas. Pero no es así, si no que esa vuelta atrás, esa búsqueda de la redención para unos personajes (en especial Lorenzo, el protagonista) sólo les lleva a hacer más grande su tragedia, a ahondar todavía más en su drama. Julio Medem castiga ese anhelo de sus personajes de encontrar una segunda oportunidad, ese intento de interferir en el devenir de la historia, con una caída en un pozo todavía más profundo.

Un descenso a los infiernos en el que Medem vuelve a mostrar toda su capacidad de evocación, en este caso explotando las posibilidades de la iluminación (la mayor parte de las mejores secuencias se desarrollan casi en la oscuridad) y lo que da de sí una buena localización de exteriores, un aspecto del que ya había dejado constancia en “Tierra”. Una amplia serie de elementos que el director utiliza para reforzar cada una de las emociones exploradas. Y lo hace con criterio.

photo_7550.jpegLucía, borracha de amor

Las interpretaciones

Sensaciones encontradas ofrece la pareja protagonista de “Lucía y el sexo” a lo largo de toda la cinta. Julio Medem eligió a Paz Vega y Tristán Ulloa para dar vida a Lucía y Lorenzo, una camarera y un escritor con dos modos distintos de enfrentar el amor y de llegar a él. Mientras ella llega dispuesta a entregarlo todo en la relación, para él pesan más los lastres que carga de un pasado del que ni siquiera llega a conocer todas sus implicaciones. Unos puntos de partida que impiden que terminen de fundirse sus presentes y que podríamos culpar de la falta de chispa entre los dos en la pantalla.

En realidad, siendo estricto, tal vez esa falta de química sea producto de la propia historia, ya que incluso la narración se pone en marcha a partir de su separación. Ella, Lucía, desea volcarse por completo y parece que desea hacerlo sea quien sea el objeto amado. Ella, Paz Vega, parece más centrada en su caminar, en esas escenas en las que muestra el cuerpo abiertamente y en un tono de voz que más que acercarnos a ella, nos aleja, dándole un aire fingido del que no consigue desprenderse ni siquiera en los momentos de mayor temperatura corporal de su interpretación.

Tampoco resulta convincente un Tristán Ulloa del que Julio Medem se había quedado prendado por su interpretación en “Mensaka” (Salvador García Ruiz, 1998). Sin embargo, el actor no llega al mismo nivel haciendo de Lorenzo, transmitiendo una constante sensación de inmovilidad a un personaje que sólo parece soltarse emocionalmente frente a la pantalla del ordenador. En el resto de situaciones, no pasa de ser el mirón, el que escucha, el que no es capaz de responder ni ante Paz Vega, ni ante Najwa Nimri, ni ante una incasdencente Elena Anaya.

photo_1398.jpegNo hay mirada como la de Elena Anaya

Es de hecho Elena Anaya una de las más gratas sorpresas de “Lucía y el sexo” y no sólo por la temperatura que alcanza alguna de sus escenas más subidas de tono, si no por la fuerza que transmite su mirada en todo momento, ya sea sentada en un banco del parque, ya sea masturbándose desnuda viendo una película pornográfica de su propia madre. Una Elena Anaya que inició su ascenso con esta obra de Julio Medem hasta llegar, una década después, a ser la protagonista de “La piel que habito” (Pedro Almodóvar, 2011), la última obra hasta el momento del director español más reconocido a nivel internacional.

El resultado

¿En qué punto se atasca la película? ¿dónde está esa piedra que atasca el engranaje de la cinta? ¿hay falta de equilibrio? ¿terminan pesando más los artificios (el sexo, la peluca de Javier Cámara) que el contenido? Resulta complicado dar respuesta a estas preguntas en “Lucía y el sexo” (Julio Medem, 2001), pero es evidente que algo hace que no estemos ante una obra redonda.

Puede que esa fuera la intención del propio Medem, amante de las propuestas con aristas, de formas polimórficas, alejadas de esa supuesta perfección que plantea una figura como el círculo.Sí, cierto, esa es su preferencia, pero las películas no son, aunque a veces parezca lo contrario, productos sólo para el disfrute del propio creador, si no que tienen sentido como medio de comunicación, como una vía para trasladar una historia al público. Una traslación, el paso de la idea a la realidad, que siempre es el más complicado, el que puede hacer que el castillo de naipes se tambalee al plasmarlo en la pantalla. Es ahí donde tiene que fluir todo el conjunto, donde cada movimiento, cada explosión, cada palabra debe responder a una intención.

Ahí, donde los susurros de Najwa Nimri, los pechos de Paz, el barro, los perros, los folios, la pantalla del ordenador, los penes erectos, las carreras,... donde todo eso debe sumar al producto final. Debería hacerlo, pero por algún motivo, no termina de hacerlo.