Review: Sin City (2005)

Review: Sin City (2005)

Escrito por Pedrinho

En un mundo saturado de información, en el que no queda nada sin contar, donde todo sucede al descubierto, a los ojos de cualquiera, ya prácticamente resulta imposible distinguirse por aquello que cuentas. El único modo de hacerlo, de abrir un camino propio y dejar de lado las recetas ya conocidas (y mil veces trilladas), es apostar por el CÓMO. Sí, sólo así, por el modo de contar tus historias (aunque sean las historias de todos), podrás conseguir eso que llaman el “sello propio”, esa firma inconfundible que tal vez te proporcione tu lugar en la historia.

Esta perorata, al margen de un convencimiento personal de quien esto escribe, la imaginamos como uno de los dogmas de fe más firmes de tipos como Robert Rodríguez, Frank Miller y Quentin Tarantino. Un trío de personajes, que si algo tienen es estilo propio al contar sus historias, que mezclaron genios, manías y visiones para levantar “Sin City” (id, Frank Miller, Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, 2005), una película que destaca precisamente por un modo muy particular, que podríamos considerar como único en toda la vida del cine, de contar una serie de historias.

Ahí estuvo la apuesta más fuerte sobre la mesa: en “Sin City” el CÓMO se cuentan las cosas se convierte en el elemento más importante de toda la obra. Una jugada arriesgada, de esas sin vuelta atrás, después de la que sólo hay una gran victoria o una derrota sin paliativos. Nada más. Nada de grises o lugares intermedios. Sólo blanco y negro, y en este caso nunca mejor dicho.

photo_7531.jpegMarv necesita, a veces, de su abogada

La dictadura de la forma

Resulta imposible revisar “Sin City” sin centrarse en la forma en la que está llevada a cabo, sin destacar el modo en el que se arma este conjunto de historias, sin entrar a valorar las diferencias con otras visiones, sin enumerar esas cualidades que la alejan de la idea habitual que tenemos de una película. Porque “Sin City” es una película, eso lo sabemos porque la hemos visto en el cine, porque nos han cobrado una entrada y por el olor a palomitas. Sin embargo, también podría ser otra cosa, si existiera una palabra más adecuada para definirla.

photo_7085.jpegComo nunca me habías visto, querida

¿Existe ese término? No, no lo hay y esa es la victoria de Frank Miller, Robert Rodríguez y Quentin Tarantino (aunque este último figura sólo como “director invitado”). En “Sin City”, por encima de ese elenco interminable de actores de renombre (Clive Owen, Bruce Willis, Rosario Dawson, Benicio del Toro, Elijah Wood, Jessica Alba, Brittany Murphy...), de las historias de gángsters y asesinos, de la postproducción, de las expectativas,... por encima de todo eso, está la forma en la que se integra todo eso para ofrecerle al mundo un modo nuevo de hacer cine. Uno en el que Hitchcock, Orson Welles o Fellini no habían imaginado (o puede que sí si vivieran en nuestro tiempo), pero cine al fin y al cabo.

Orgasmo para fieles

¿Es posible gozar de Sin City sin ser un freak de los cómics en general y de las obras de Frank Miller en particular? Sí, probablemente sea posible (y puede que incluso recomendable), pero sin duda ese gozo no alcanzará las cotas de fruición, algo así como un orgasmo visual, que tendrá para los fieles de la obra del guionista y dibujante estadounidense.

photo_7721.jpeg¡Qué bien te sienta el rojo!

No es de extrañar, porque el empeño fundamental, la luz que guió a ese CÓMO en potencia al CÓMO hecho realidad, fue el convencimiento de que había que reproducir viñeta a viñeta el cómic original. Un convencimiento que nos regala más de una genialidad como ese uso de los toques de color (los rojos intensos, el destello de la bailarina o el amarillo putrefacto del villano) convertido en una de las señas de identidad de la novela gráfica, o la composición de muchos planos, en los que, como obliga la norma en el cómic, se transmite una gran cantidad información a partir de un plano estático incorporando varios elementos y jugando con las profundidades.

De ese modo se logra insuflar una nueva vida a “Sin City”, arrancar las páginas del cómic e incrustarlas en la gran pantalla, redimensionar cada viñeta e insertar unas voces hasta entonces sólo imaginadas a esos personajes ya conocidos: Hartigan, Marv, Nancy, Jacky Boy, Dwight, Miho... así se consigue un producto para aquellos que ya conocen el recorrido, que esperan cada curva, cada bajada, cada subida de velocidad... para todos los demás, aquellos que podríamos considerar “los otros”, el camino podría resultar algo más confuso. Pero esa no es nuestra culpa, nosotros sí hemos leído (gozado, disfrutado, adorado) la novela gráfica.

Cuestión de cadencias y ritmos

Todo ese amor, ese goce (¿qué otra cosa podría ser el amor si no?) y esa tremenda satisfacción que nos produce ver que el CÓMO se hace un hueco en la gran pantalla, no pueden echar por tierra nuestra pretendida objetividad (¿existe eso realmente?) a la hora de valorar este proyecto. Sí, hemos utilizado el término proyecto a propósito, porque más que una película, “Sin City” es un proyecto, un conglomerado de ideas, decisiones y convicciones convertidas en una obra cinematográfica (bastante cara por cierto).

photo_4929.jpegLa bestia bajo la lluvia más bella

No se puede negar que la película, enfocándola desde esa óptica que nos permite diferenciar “lo mejor de lo peor” en una escala puramente cinematográfica, sufre en varios momentos. El juego de pausas y acelerones en el que entra en más de una ocasión atasca el mecanismo en su conjunto y si sales de esos atolladeros es gracias a la innegable belleza de cientos de escenas. Eso no se le puede negar a “Sin City”: hay belleza. Una belleza particular, distinta, a la que no estábamos acostumbrados, pero que atrapa (un ejemplo tan solo: Marv arrodillado en un suelo de césped alto, bajo una lluvia hecha de destellos blancos).

Las historias, hasta cuatro, que conforman “Sin City” (id, Frank Miller, Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, 2005) son piezas prácticamente aisladas, como una serie de cortos encadenados que lo único que comparten (salvo en un caso) es haber tenido lugar en esa “Ciudad del Pecado” creada por la mente de Frank Miller. Una metrópolis levantada sobre sangre, robos, sadismo y venganzas, que asienta sus cimientos en una novela gráfica (una de lo más recomendable por cierto), pero que se decidió a asomar sus torres más altas hasta la pantalla de cine. Allí, en lo alto, perdió algo de frescura, algo de ese atractivo de blancos, negros y rojos, una belleza de la que resulta más apropiado disfrutar en papel impreso.

photo_8422.jpegLas composiciones de plano de Sin City nos meten dentro de la viñeta. Sin City es un cómic vivo

Una belleza que, a pesar de todos los pesares, no vamos a dejar de gozar en una gran pantalla, por mucho que sea una evocación, un sueño extraído de las noches entre sábanas. Eso es lo que tenemos los fanáticos del CÓMO, que estamos dispuestos a sacrificar otras cosas por ver ahí, en ese púlpito del cine, otras formas de contar las mismas historias. Unas historias que dejan de ser las de ellos, las de todos, para convertirse en las nuestras.