Frankenstein de Mary Shelley (1994)

Frankenstein de Mary Shelley (1994)

Escrito por Pedrinho

Los clásicos literarios son fuente de inspiración habitual para el mundo del cine, sin embargo su lectura por parte de guionistas y directores no siempre es todo lo fiel que uno espera. Muchos le llaman a eso una reinterpretación de la historia, aunque tampoco pueden negar que, en ocasiones, esa reinterpretación acaba tan lejos de la obra original como una pera de una manzana.

Otros, en cambio, prefieren ceñirse tanto a la obra original que parece que su intención es la reproducción en imágenes de cada párrafo del libro. Dentro de este segundo grupo nos encontramos habitualmente con Kenneth Branagh, quien nos ha dado muestras, en varias ocasiones, de su gusto por una interpretación fiel de los clásicos de la literatura universal. Una interpretación que, como vemos en su “Frankenstein de Mary Shelley” (Mary Shelley's Frankenstein, Kenneth Brannagh, 1994) tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Vamos a ver esas ventajas e inconvenientes con algo más de detalle.

photo_6069.jpegConstruyendo un mito

Un estilo de adaptación

Branagh ya se había embarcado, un año antes, en un proyecto similar. Con su adaptación de “Mucho ruido y pocas nueces” (Much Ado about Nothing, Kenneth Branagh, 1993), el director irlandés ya había dejado claro su gusto por las adaptaciones lo mas fieles posibles a los clásicos literarios. No abandonó esa pauta de trabajo al enfrentarse a la obra de Mary Shelley, donde nos presentó a un Frankenstein desconocido, a pesar de que ese era, precisamente, el Frankenstein que la escritora había creado en las páginas de su libro.

Desde la primera palabra a la última, Branagh reprodujo la misma estructura que poseía la novela, recurriendo a la confesión del propio Frankenstein como inicio de la historia y siguiendo a partir de ahí, paso a paso, la creación del mito, hasta que ese mito termina por devorar, literalmente, al propio Viktor Frankenstein. Curiosamente, Branagh consigue de ese modo que conozcamos una nueva cara del mito de Frankenstein, un mito tremendamente conocido, pero que en esa construcción popular se había alejado enormemente de su concepción original.

photo_2787.jpegUn alma hecha de remiendos

Ahí está el principal valor de la obra de Branagh, el volver a presentar el mito de Frankenstein, el mito original, del modo en el que había sido forjado por su creadora, lejos de las imágenes más habituales, en las que se le mezclaba con rayos, truenos y castillos solitarios, perdiendo de ese modo gran parte del interés con el que contaba en su nacimiento. Branagh recupera esos detalles perdidos, llevando a la pantalla aspectos descuidados en otras revisiones, retomando puntos como las relaciones paterno-filiares, la idea del alma y cómo esta afecta a los actos o hasta dónde puede llegar el ser humano por perseguir sus sueños. Unos sueños que pueden llegar a parecerse demasiado a las pesadillas.

La propuesta de Branagh ya había calado en esos años y podemos ver en ella una continuación de otras propuestas convencidas de que la reproducción fiel de la obra original, como la celebrada  “Drácula de Bram Stoker” (Bram Stoker's Dracula, Francis Ford Coppola, 1992), es el mejor camino hacia el éxito. Un éxito que no obtuvo la cinta de Branagh, una película que, a pesar de que recaudó más de 100 millones en las taquillas, no logró la cantidad suficiente con la que llegar a hacer que se olvidara la alta inversión que fue necesaria para poner en pie a este nuevo, aunque muy viejo en realidad, Frankenstein. Un nuevo-viejo Frankenstein sacado de las páginas de la obra de Shelley, sacado fielmente, tan fielmente que el director sólo se permitió una licencia. Una grande, pero sólo una al fin y al cabo.

photo_1235.jpegEl monstruo y la flor

Los problemas de la traducción literal

Saltar de la literatura al cine no es un proceso sencillo. Literatura y cine son dos lenguajes distintos, con claves distintas y, especialmente, con un uso del tiempo muy distinto. Ahí radica el primer escollo para quienes buscan ser lo más fieles posible a la obra original. El libro, la novela, siempre abarcará más, siempre será más extenso, Con lo que la traducción cinematográfica debe jugar con los saltos, las elipses y la línea de tiempo de otro modo, un modo que oculte la diferencia de velocidad entre uno y otro lenguaje, pero que cubra los huecos y los vacíos que la novela llena con palabras, unos espacios que la película debe convertir en silencios, sin que eso implique echar en falta piezas o la discontinuidad en la narración.

Branagh trata de disimular esos saltos, esos vacíos, pasando por ellos a toda velocidad, tratando de que no se noten, que el ritmo, que la gran cantidad de información llene todos los espacios. El resultado, como podría esperarse, es la falta de pausa, un exceso de prisa que lleva a querer contarlo todo, cuando eso, por definición de cada lenguaje, es imposible. Así tenemos la vida del propio Viktor Frankenstein, el nacimiento de ese ansia por doblegar a la muerte, su encuentro con el maestro que le abre las puertas a esa ciencia que llevaba tanto tiempo buscando, el despertar del monstruo, su enfrentamiento con el mismo, la vuelta del doctor a casa, su matrimonio y el enfrentamiento con su creación, la tragedia... Todo sucede así, a toda velocidad, sin solución de continuidad, con pocas secuencias que saborear, en las que el cine sea eso, cine, y no una transcripción lo más fiel posible de palabras escritas.

photo_6197.jpegBranagh vestido de Frankenstein

Es, curiosamente, en la única secuencia que no procede de la obra de Mary Shelley, en esa resurrección de la amada, secuencia en la que Helena Bonham Carter, siempre brillante en los papeles de corte gótico, esta ciertamente espectacular, situada a medio camino entre el hombre y el monstruo, toda ella hecha de costuras, cuando Branagh recuerda que es un director de cine y no un mero traductor. Una lástima que las explosiones finales y la orgía de fuego termine rompiendo un poco la magia del baile entre el hombre y el monstruo.

En medio de toda la velocidad con la que transcurre la narración, tampoco encuentra espacio Robert De Niro para dotar de profundidad a su monstruo. Los escasos momentos en los que el 'hijo' de Frankenstein se enfrenta con la realidad de su concepción, no pueden ser saboreados, aunque en ellos veamos a ese monstruo pelearse con sus lágrimas, porque no hay tiempo para ello. Por ese motivo vemos desarrollarse su personalidad a toda prisa e incluso ni siquiera cuando la propia narración da la oportunidad para ello (esa brutal secuencia de la noche de bodas de Frankenstein) tenemos la ocasión de paladear a fondo la interpretación de De Niro.

photo_5789.jpeg¡Levántate! ¡levántate y anda!

Lo mismo podríamos decir del papel de Ian Holm, el padre de Viktor Frankenstein, quien a pesar de protagonizar la secuencia más hermosa visualmente de toda la película (arrodillado, en esas interminables escaleras, bañado en sangre), en un plano enorme que se va cerrando a medida que se concreta la tragedia, ni siquiera ahí tiene sus segundos de gloria. No hay tiempo para ello, todavía quedaban muchas páginas de la obra que contar.

Pero, ¿esto no era una película? Puede que no exactamente. Tal vez esto sea un intento por convertir un libro en imágenes, un intento lleno de buenas intenciones, que parte de una propuesta honesta, del convencimiento de que era en la obra de Mary Shelly donde estaba el verdadero Frankenstein. Sí, es cierto, era ahí donde estaba, y es ahí donde sigue estando.