Tres modos sencillos de reconocer una mala película

Tres modos sencillos de reconocer una mala película

Escrito por Pedrinho

Si tuviera que escoger la frase más común a la hora de hacer una crítica a una película, me quedaría con ese tantas veces repetido 'esta película es una mierda' (clara muestra de que la crítica, por definición, no tiene por qué ser constructiva), un recurso que todos hemos escuchado, cuando no utilizado, a la hora de poner en una sola sentencia todo lo que nos ha provocado una obra cinematográfica.

Sin embargo, ¿en qué se basa una afirmación de este tipo ¿Hay argumentos claros y evidentes, elementos objetivos, más allá de gustos e impresiones personales o de ese impreciso 'es muy lenta' (que parece apelar a una velocidad mínima recomendable de la que no se debe bajar) con los que poder juzgar con propiedad si una película es, precisamente, una mierda?

Por supuesto, creo que sí (tal y como ya sospechabais desde el título de este texto). A fin de cuentas, una película, al igual que cualquier otro producto de creación, no se trata tan solo de una cuestión de preferencias. Cierto que su objetivo último es apelar a la emoción, pero para lograr ese fin cumple unas reglas y respeta el intelecto de esos espectadores a los que quiere emocionar. Porque si no respeta ese intelecto, si los considera estúpidos, si el creador (sea guionista, director, productor, actor, director de fotografía, iluminador...) no cree que el espectador sea, como mínimo, tan listo como él, mal asunto, porque entonces estamos a las puertas de una mala película. Es decir, de una película de mierda. Un tipo de películas que se pueden reconocer en base a estos tres sencillos criterios, unos criterios que no son exclusivos, ya que hay muchos más... (normal, porque resulta mucho más fácil hacer una mala película que una buena).

El guión se hace trampas a sí mismo

Este sería el factor principal, al menos para el que esto escribe, un devoto de lo que hemos dado en llamar 'la historia', esa línea argumental en torno a la que debe entretejerse todo lo demás. Un esqueleto en el que se irán asentando músculos, tendones, nervios, piel, cabello, ropas... Podríamos considerar al guión como ese esqueleto, una condición que le obliga no sólo a ser firme en su construcción, sino a no tener puntos de unión débiles o sujetos apenas por un par de pinzas. Unas uniones débiles que, por desgracia son mucho más comunes de lo habitual, encontrándonos con guiones incapaces de resistir un envite o mantener bien erguido el cuerpo que pretende ensamblarse en torno a ellos. Una incapacidad que procede de la facilidad con la que el guión se hace trampas a sí mismo, en ocasiones incluso de un modo flagrante, sin recordar que es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo.

photo_8947.jpeg¿Quién es el mentiroso

Dentro de este apartado podríamos encontrar dos modos de hacerse trampas. Por un lado tenemos el más grotesco, cuando el propio guión se miente a sí mismo de forma descarada. Basta un ejemplo muy sencillo para que se entienda de qué hablamos. En “Una escapada perfecta” (A perfect Getaway, David Twohy, 2009) tenemos una clara muestra de cómo un guión puede mentir de forma flagrante y descarada, sin ni siquiera ruborizarse por ello.

Recordemos su trama. Dos parejas coinciden en su luna de miel realizando un recorrido por Hawai con la sombra del asesinato de unos turistas por parte de dos psicópatas. La gracia de la película (o el intento al menos) reside en cómo intenta ir dando pistas sobre cuál de las dos parejas es la de los asesinos, para finalmente dar la sorpresa al resultar que los psicópatas eran los otros, con los que pretendían que empatizaras durante la primera mitad de la cinta. Hasta ahí todo correcto, pero para conseguir ese objetivo no es lícito mentir descaradamente, algo que sí hace este guión.

Durante esa primera parte de la película, en la que pretenden que creamos que los asesinos son los otros, la pareja protagonista, formada por Milla Jovovich y Steve Zahn, se queda un momento a solas. Ahí, entre susurros, hablan de la posibilidad que tienen de estar acompañados por los psicópatas y cómo estar preparados para huir en caso de amenaza. Tienen esa conversación a solas, sin nadie que les escuche (playa desierta de Hawai, con la otra pareja a cientos de metros), asustados y casi llorando... la tienen y después resulta que son ellos los psicópatas, los más despiadados psicópatas, un par de tipos peligrosos dispuestos a matar a quien sea, conscientes de todo lo que han hecho y de lo que van a hacer. Pero, un momento, ¿entonces a quién iba dirigida aquella conversación?  ¿al aire ¿a la playa ¿a un espíritu que les acompañaba No, iba dirigida al espectador, porque era a él al que había que hacer creer que ellos no eran los malos. Y había que hacérselo creer aún a costa de mentirle descaradamente.

photo_4295.jpegQuietos todos

Esa errónea forma de percibir la mirada del espectador sobre el guión puede adquirir otros modos de plasmarse en otras malas películas. En otras ocasiones, ese error (no nos vamos a meter a juzgar si intencionado o no) no llega a ser una mentira descarada, sino que se queda en un manierismo, en un actuar para la galería, en comportamientos y decisiones de los propios personajes que no van enfocados a otros personajes.

Una muestra la tenemos en “Asalto al distrito 13” (Assault on Precinct 13, Jean-François Richet, 2005), cuyo defecto no es el ser un remake de una película de John Carpenter de 1976, sino tomarse poco en serio la inteligencia el espectador. Con un reparto amplio y, al menos en teoría, capaz de sostener un thriller de acción, el castillo de naipes acaba cayéndose con el paso de los minutos. El guión se arma en base a la detención de un mafioso (Laurence Fishburne) por asesinar a un policía, un mafioso en el que, en su traslado a la cárcel, deben dejar una noche en la comisaría del distrito 13 por culpa de la tormenta. Un mafioso al que, eso insinúa todo el mundo, van a intentar sacar de la cárcel sus propios hombres. El asalto comienza y es llevado a cabo por tipos encapuchados, unos tipos encapuchados que no eran los hombres del mafioso, sino policías, ya que es una unidad policías corruptos la que quiere terminar con el mafioso antes de que este pueda declarar.

La cuestión es entonces saber a qué vienen esas capuchas, ya que el mafioso sabe (con capuchas o sin ellas) que no son sus hombres y los policías de la comisaría no descubren en realidad que se enfrentan a otros policías hasta que no encuentran la placa de uno de los asaltantes abatidos. A partir de ese descubrimiento, ya no hay más capuchas y los 'polis malos' despliegan todo su equipo, con francotiradores, uniformes oficiales, gorras y hasta helicópteros. Eso sí, ni una capucha más. Entonces, repito, ¿para qué las capuchas Casi mejor haberse preocupado porque dejaran las placas en casa, o al menos en el coche patrulla.

photo_4661.jpegY tú, ¿de dónde has salido

Lo accesorio se impone a lo esencial

Esta segunda categoría es bastante más amplia que la anterior y en ella se pueden meter muchas películas de esas que denominamos 'lentas', en un intento algo impreciso de decir que les falta algo, aunque no tenemos claro el qué. También caben aquí todas aquellas de las que se destaca su fotografía, el color u otros detalles semejantes, recurriendo a un modo muy políticamente correcto de decir que no tienen chicha, que no tienen aquello que a fin de cuentas mueve todo, es decir, una buena historia. En realidad, en estos casos, es como si nos preguntaran si una mujer es atractiva y sólo supiéramos decir que lleva unos bonitos y bien combinados complementos.

Dentro de este grupo podríamos encontrarnos dos de los últimos productos de Woody Allen, dicho esto con el mayor respeto y admiración por este genio (los genios no son quienes no se equivocan nunca), como “Conocerás al hombre de tus sueños” (You will meet a tall dark stranger, 2010) o “Midnight in Paris” (id, 2011). En la primera de ellas, pasado un tiempo el único poso que te queda es el del particular color de todas las imágenes, mientras que en la segunda, lo único que saqué en claro es lo poco que soporto a Owen Wilson (y no creo que Woody Allen hiciera una película sólo para eso). Todo eso (el color, París, el chirriar de algunos personajes...) termina imponiéndose a la trama, a la historia, llevando incluso a hacer complicado recordar de qué diablos iba la película.

photo_5395.jpegBonitos vaqueros

Esta claro que estas últimas películas de Woody Allen no son ejemplos extremadamente sangrantes, sino que encontraríamos otros mucho más aberrantes en todas esas propuestas en las que el principal argumento ante el espectador es eso, el espectáculo, ya sea en forma de efectos especiales, carnes visibles o sangre por el puro gusto por la sangre. Basta con recordar una secuencia de "Transformers 2" (Transformers: Revenge of the Fallen, Michael Bay, 2009), película toda ella rodada como si fuera un videoclip, en la que nos encontramos a Megan Fox incómodamente sentada sobre una moto, con el culo bien elevado, dibujando en una posición que como mínimo le habrá provocado un par de horas de dolor de espalda. Pero ya se sabe, en este caso, lo importante no era la historia, la verosimilitud o si a la chica le gustaba dibujar. No, lo importante era tener su pandero en posición bien visible y sugerente.

La falta de gusto por los detalles

Entramos en el último de los apartados, uno en el que más bien, siendo honestos, deberíamos decir que no se diferencian a las películas malas, sino con el que probablemente distinguimos a las películas bien hechas (el mejor modo de llegar a ser una buena película) de aquellas que se han quedado, ya sea por falta de rigor, esfuerzo o simplemente un despiste, a las puertas de poder ser una buena película.

Esa falta de gusto por los detalles vendría a ser algo así como presentar un menú exquisito en un plato lleno de salpicaduras de aceite, un aspecto que, sin afectar directamente al sabor del propio plato, sí que altera seriamente el modo en el que vamos a valorarlo. Y todos sabemos que el hecho de que nos guste o no un plato depende del sabor, del olor, del tacto y la vista, todos esos sentidos trabajan para extraer lo que tiene que ofrecernos. Y cuando uno de esos aspectos chirría, chirría el conjunto.

No queremos hacer un exhaustivo repaso a este tipo de errores o faltas de rigurosidad, porque creo que es más divertido que cada espectador los vaya descubriendo a medida que se encuentre con ellos. Sin embargo, sí que vamos a dejar un ejemplo muy claro de lo que entendemos por falta de gusto en los detalles, por esa vía clara y directa para impedir que una película pueda llegar a ser una buena película. Un ejemplo que recuerdo claramente, aunque seguro que el título de la cinta os sorprende un tanto: “El secreto de Thomas Crown” (The Thomas Crown Affair, John McTiernan, 1999).

Escogemos esta película, protagonizada por Pierce Brosnan y Rene Russo (otro remake, por cierto), porque es muy probable que muchos la hayan visto, ya que ha pasado más de una vez (y de dos, y de tres, y de cuatro) por la pequeña pantalla. Una película entretenida, con un ritmo correctamente llevado y con una Rene Russo capaz de cautivar cada mirada, pero que ni siquiera llega a buena. Una lástima, por tanto, que sea la propia Rene la involuntaria protagonista (eso esperamos al menos) del descuido. Su personaje, siendo tan lista como es (de largo más lista que todo el cuerpo de policía), comete un error de bulto.

photo_2024.jpegTanto estilo para semejante 'despiste'

Pongámonos en situación: ha quedado con el señor Crown para cenar, decidida a hacerse con sus llaves de casa para entrar en ella y recuperar el valioso cuadro robado. Para lograrlo ha trazado un plan perfecto: tendrá frío para que él, todo un caballero, le deje la chaqueta; dejará las llaves sobre una repisa para que uno de sus ayudantes les haga una copia; se disculpará para ir al baño en el momento oportuno y recibir las llaves originales: y, finalmente, con su casto y sugerente beso de despedida, dejar caer las llaves de nuevo en el bolsillo del señor Crown, justo a tiempo.

¿Dejar caer las llaves en una chaqueta ¿Así que tanto despliegue, tantos medios, tantos recursos para... dejar caer las llaves en el bolsillo de la americana?

Entiendo que Rene Russo no usa habitualmente americanas, pero los guionistas (Leslie Dixon y Kurt Wimmer) deberían habérsela puesto al menos una vez. Con una vez sería suficiente para darse cuenta de que es imposible dejar caer un juego de llaves en un bolsillo (nada de depositarlo, no, dejarlo caer) de una chaqueta y que el propietario (aquel que la lleve puesta) no se entere.

Así, por un detalle tan sutil, pero tan claro, se desvanece todo el efecto de chica superlista pagada por las agencias de seguros para recuperar cuadros carísimos cobrando un dineral. Cierto que Rene Russo sigue cautivando cada mirada, pero eso es por otro motivo, no porque la película sea buena.