Un debate clásico en el mundo del cine es el de la autoría. En el proceso de realización de una película interviene un equipo muy numeroso y no cabe duda de que todas esas personas, en mayor o menor medida, influyen en el resultado final que vemos en pantalla. El director, no obstante, es el responsable último y máximo, y en ese grado de control es donde se juega la justicia de ese concepto de autor.
La última película de Xavier Dolan, “Mommy” (Xavier Dolan, 2014), nos permite valorar ese papel del director como autor. Una obra totalmente condicionada por el formato elegido; una elección, el 1:1, tan característica como poco habitual debe tener un significado y un “culpable” y ese no puede ser otro que el propio Dolan. Puede que la idea no naciera de él, pero hay más remedio que considerarlo a él el artífice de que lo veamos en pantalla. Debemos entenderlo así porque ese es el trabajo propio del autor. Su papel es supervisarlo todo, pensarlo todo y decidirlo todo (lo trascendente) en la película.
Los propios personajes buscan romper esa tiranía del 1:1
En el caso de Xavier Dolan hacemos un poco de trampa. Su papel en “Mommy” empieza con la concepción, la idea, continúa con el desarrollo del guión, sigue en la dirección y acaba en la sala de montaje. Sabemos que un equipo está detrás apoyando y poniendo a su disposición los medios para que esa obra en su conjunto se lleve a cabo. Él mismo afirma que esa labor le permite sacar adelante sus proyectos, pero no dejan de ser suyos. La idea de autor total continúa creciendo, por si no estábamos suficientemente convencidos.
El significado
El 1:1 no había aparecido por la filmografía de Dolan hasta ahora y su irrupción debe tener un sentido. Y aquí el canadiense nos echa un cable para apoyar esta idea de autor. Nosotros los espectadores (a mí mismo me ocurrió en un charla a la salida del cine) en general y la crtítica especializada en particular nos apresuramos a buscarle un significado a ese característico formato.
La primera idea que surge es la opresión que genera sobre los personajes ese plano tan cerrado. El encuadre nos deja sin fondo, elimina el contexto y centra la atención sobre los autores, encerrados sin capacidad de escapatoria en sus vidas y condenados por el director. Es una idea reforzada por los dos únicos momentos de la película en los que el plano se abre. Son los únicos momentos de esperanza y felicidad. Por contraste, dotamos al 1:1 la etiqueta de opresivo. Si Dolan quería dar espacio a esa ilusión de que la felicidad también puede estar al alcance de Diane, Kyla y Steve, necesitaba agobiarnos primero a nosotros con la imagen.
Sus cuerpos, sus gestos, sus acciones son los protagonistas, sin accesorios.
Cuando todos nos habíamos puesto de acuerdo y nos felicitábamos por lo listos que éramos, llega Xavier Dolan y el jarro de agua fría confirma nuestras sospechas en torno a él. Esta idea del contraste opresión/apertura, drama/felicidad es solo nuestra interpretación… y puede coincidir o no con sus planes. Su respuesta va por otros derroteros y tiene que ver con sus propias inquietudes artísticas.
Estamos hablando de la relación con la fotografía especialmente. Pretendía centrarse en los actores, en sus gestos y reacciones. Para ello había que quedarse en el retrato o, como mucho, el plano medio y evitar que la atención se desviara al entorno. Si además estamos en espacios cerrados la mayor parte del tiempo, ese 1:1 aumenta exponencialmente esa idea de que no hay escape. Un autor con ganas de expresarse a través de cada decisión.
Las ideas
La mano de Dolan no se nota solo en la imagen. Como autor del guión también está en su mano la elección, enfoque e importancia de los temas a tratar. Y aquí tenemos dos protagonistas: por un lado la idea de nuestra posición ante actos legales o ilegales y por otro la relación entre esperar y la esperanza.
En el primero tenemos un debate ético en toda regla. Me explico. Imaginémonos una acción X ilegal. No realizarla es una obligación y me evita el debate ético sobre la conveniencia de llevarla a cabo. Si me decido, tendré por delante el posible problema legal, habitualmente disuasorio, antes que cualquier consideración personal. Si esa misma acción se convierte, por obra y gracia de la legislación vigente, en algo legal lo pone al alcance de mi mano. Ahora, si opto por ella yo seré el responsable único. Me quedaré solo frente a la ética y la moral y eso acostumbra a dar miedo.
Para la protagonista de “Mommy” se plantea este debate. Ella quiere, ama, a su hijo y está dispuesta a casi todo por él, pero el gobierno ha abierto una puerta y solo le corresponde a ella decidir si entra o no. La mayoría de las veces, además, no será una decisión meditada con calma y razonada, sino la respuesta a una situación límite, lo que no evitará que ella y su hijo asuman las consecuencias.
El control de Steve es el motor de la acción... y la condena de Diane.
Por otra parte tenemos la relación entre esperar y la esperanza. Esperar implica resistencia; hay algo que no me gusta y aguanto, resisto, para ver si el mundo abre nuevas vías en el futuro. La esperanza implica confianza; confío en el que el futuro me tenga reservado algo mejor sin que yo, necesariamente, me lo merezca. En ambos casos prima, por supuesto, la pasividad y la diferencia estriba en la actitud frente a ese cambio soñado.
Diane y Kyla se enfrentan en el final de “Mommy” por las decisiones tomadas por la primera. Indudablemente es más sencillo valorar desde el lado de Kyla. Steve no es su hijo y su responsabilidad es nula, frente a una madre que busca una solución a un problema grave.
En definitiva, el debate sobre el concepto de autor que motivaba este artículo acaba, en esta ocasión, a favor de los autores. Dolan, con su influencia en todo lo que “Mommy” (Xavier Dolan, 2014) tiene que decir no nos lo ha puesto muy difícil. Se lo agradecemos porque los 140 minutos que dura pasan volando.