Cosas que pedirle a una buena película

Cosas que pedirle a una buena película

Escrito por pedrinho

Es norma que los colaboradores de esta página vengamos a este espacio cada cierto tiempo para dejar nuestras opiniones sobre un montón de películas. En esas opiniones, lo que hacemos, básicamente, es comparar muchas de esas cintas con un ideal, con un prototipo, con ese molde de “buena película” en el que queremos ver si encajan otras propuestas. Pero, ¿cuál es ese modelo con el que las comparamos? El mío tiene, por lo menos, estas líneas principales.

Que resista una visión posterior

No le voy a pedir a todas las cintas que me lleven al mismo estado de éxtasis que me provocó en su momento “Leaving Las Vegas” (id, Mike Figgis, 1995), que vi tres veces en 48 horas, pero sí que, por lo menos, al volver a encontrarnos no me entren las ganas de apagar la televisión a los 20 minutos. Una buena película tiene que ser como una buena canción, uno de esos clásicos con los que, cuando te sorprenden en la radio, no puedes evitar tararear, por mucho que tu inglés no pase del “guachi, güey”. Si lo piensas con frialdad, eso es lo que da sentido a cualquier obra de creación: la capacidad de perdurar. Esa capacidad es la que hace que los múltiples canales que pueblan la televisión digital o de pago sean algo más que un mero relleno o un refugio donde reproducir sin pausa “Aquí no hay quien viva” o “La que se avecina”.

Humor

2751fad609c359d2880f0d964d58e430El trío protagonista de "Snatch"

Debemos entender este concepto en un sentido amplio. No nos referimos a que las únicas buenas películas son las cómicas, a pesar de que debemos reconocer que las grandes comedias tienen una mayor facilidad para llegar a todos los rincones, para explotar todas las posibilidades del “boca a boca”. Sólo con pensar en “Mejor... imposible” (As Good as its Gets, James L. Brooks), en “Airbag” (Juanma Bajo Ulloa, 1997) o en “Snatch” (id, Guy Ritchie, 2000) nos podemos hacer una idea de las ventajas con las que juegan. A fin de cuentas, la risa tiene un valor social, terapéutico y emocional del que una película puede sacar mucho partido. Es más, el sentido del humor denota inteligencia, una cualidad para ir más allá de lo evidente, de lo inmediato, y evitar que todo lo expuesto en la cinta sea unidimensional. Pedro Almodóvar, por ejemplo, es un maestro en este arte.

No engañar

Tenemos claro que el director y el guionista son quienes manejan los hilos, quienes saben cómo empieza y cómo acaba la historia, quiénes determinan por dónde te quieren llevar. Por ese motivo, ya que ellos tienen todas las claves, no tolero que traten de aprovecharse de su posición de dominio y, aun por encima, tomarme por tonto. En el texto “Tres modos de reconocer una mala película” ya tratamos ese punto del guión que se hace trampas a sí mismo. Con lo sencillo que resulta presuponer que el otro, sea quien sea, resulta, como mínimo, tan listo como nosotros, ¿qué gracia tiene dar por supuesto que no lo es? No vamos a citar ejemplos de este punto porque no nos gusta hurgar en heridas abiertas. Seguro que cualquier lector, sin gran esfuerzo, puede recordar un par de películas que encajarían aquí a la perfección.

Permitir múltiples lecturas

3c52e55f6dd13e5ffadeeb9a600b87aeA través de tus ojos y de los míos

Para aquellos que no les gustan deportes como el fútbol o el baloncesto, les resulta incomprensible cómo alguien puede sentarse a ver a los mismos 22 o 10 tipos detrás de una pelota. Sin embargo, para los aficionados, entre los que me incluyo (en especial al basket), la explicación es muy sencilla, porque, se trata del mismo campo, de los mismos 10 jugadores, de la misma pelota, de la misma idea... pero difícilmente hay dos partidos iguales, incluso aunque jueguen los mismos equipos y los mismos jugadores. Eso es lo que busco en una película y lo que encontré, por ejemplo, en “Leaving Las Vegas” (esta película sirve para muchos ejemplos). Al primer visionado, quien te impacta es él y su inmenso naufragio. Pero después, en cada nuevo encuentro, quien emerge como una sirena trágica es ella, inconmensurable en la derrota. 

Algo más que lo inmediato

Una película es un modo de contar una historia. Una herramienta narrativa en la que lo visual adquiere un gran peso y permite una más sencilla asimilación por parte del espectador, ya que, a fin de cuentas, se acerca mucho más a lo que supone su vida diaria que un libro. Sin embargo, esa sencillez hay que evitar que no decaiga en simplicidad. El hecho de que algo “nos entre por los ojos” no evita que no podamos digerirlo con tiempo e ir fijándonos en detalles diversos a medida que lo hacemos nuestro. Un ejemplo muy claro: “Slumdog Millionaire” (id, Danny Boyle, 2008). Primero tenemos la historia. Después tenemos los colores, las texturas, la propia temperatura de las imágenes. Segundo ejemplo: “Perdida” (Gone Girl, David Fincher, 2014), de la que hemos hablado recientemente. De entrada está la intriga, el desarrollo de la relación, de los días de vino y rosas a las noches de cuchillos afilados. Pero en cuanto nos adentramos tenemos las luces y las sombras, esa iluminación que viene y va del primer plano para que encontremos donde están realmente los cuartos oscuros.

b45fda8b710b813d2631885cec859512Luces, colores, música... todo tiene algo que contar

Un territorio diferente

Todos tenemos nuestros actores y actrices favoritos, esos en los que hemos depositado nuestra confianza y con los que, al menos desde nuestro punto de vista, su mera presencia hace que merezca la pena apostar por esa película. En la mía figuraría, sin duda alguna, nombres como los de Luis Tosar, Inma Cuesta, Antonio de la Torre, Leonor Watling, Christian Bale, Marion Cotillard... esa lista en la que cada uno pondría sus imprescindibles, esos de los que sabe qué puede esperar. Pero ¿no es mejor aun no saber qué esperar? En mi caso al menos, nada me llama más la atención que la posibilidad de encontrar a uno de esos cracks en un registro distinto, poco habitual o incluso inesperado. Dentro de ese grupo me acuerdo de “Kalifornia” (id, Dominic Sena, 1993), la primera vez en la que Brad Pitt mostró su lado más gore, de “Te doy mis ojos” (Icíar Bollaín, 2003), con Luis Tosar como el maltratador más cabrón del mundo o a Charlize Theron en "Monster" (id, Patty Jenkins, 2003). Eso sí, esta vía de experimentación también tiene sus riesgos, pero ya sabéis que sin riesgo no hay espectáculo.

7e9d40fe6e3f96350325cc054737f015Esa fina línea entre el amor y el odio

Que deje preguntas

El cine puede ser un entretenimiento, un pasatiempo. De hecho, si dejamos de lado las pretensiones, ese ha sido siempre su objetivo principal. Sin embargo, las pretensiones también están ahí, un término que queremos despojar de cualquier tono peyorativo. A fin de cuentas, ¿qué tiene de malo pretender ir más allá? ¿qué pega podemos ponerle a un intento por convertir una película en algo más que un entretenimiento? Ninguna y por eso obras como “Cosas que nunca te dije” (Isabel Coixet, 1996), “Mi vida en rosa” (Ma vie en rose, Alain Berliner, 1997) o “El bola” (Achero Mañas, 2000) consiguen, además de su objetivo principal de hacer que nos olvidemos del tiempo, dejarnos un montón de preguntas válidas (y necesarias) una vez que llega el fin de la cinta y seguimos siendo actores en nuestra propia realidad.

b62519826a405199d292279a183ac957La dureza a través de los ojos de un niño

Que encuentres un motivo para recomendarla

Este es el punto más abierto, en el que podemos tomarnos más licencias. Os dejo un único ejemplo: “Qué les pasa a los hombres” (He's Just Not That Into You, Ken Kwapis, 2009). Buena, buena, buena, la película no lo es, pero hay una secuencia brutal, una de mis favoritas, en la que Jennifer Connelly se enfrenta a Luis Guzmán (por cierto, no aparece en los créditos) a cuenta de un paquete de cigarillos, dando pie a una conversación con tantos matices en una parcela tan limitada (temporal y espacialmente), que sólo por eso ya merece la pena dar la cinta y buscar ese minuto concreto. El resto ya da igual, pero sólo por ese motivo, por un momento de alegría, de buen humor, de inteligencia, merece la pena vivir. Y el cine.