Hablando de mitos: Elena Anaya

Hablando de mitos: Elena Anaya

Escrito por pedrinho

Como amante ocasional de la televisión, he de reconocer que no espero sacar gran cosa de mis encuentros fortuitos con la 'caja tonta', más allá de un polvo rápido y fácilmente olvidable, lo que en el lenguaje televisivo significarían unas risas inesperadas o algún elemento que despierte la curiosidad y nos lleve a tirar de algún hilo. Sin embargo, en unos de esos últimos escarceos amorosos con la tele, me encontré, sin premeditarlo, ante el penúltimo programa “Alaska y Coronas”, en La2. La sorpresa fue doble, primero porque no tenía ni idea de que ese programa existía (tirando del correspondiente hilo …..) y segundo, y lo verdaderamente importante, porque la primera invitada de esa noche era, nada más y nada menos que, Elena Anaya.

Por supuesto, siendo Elena Anaya, la gran Elena Anaya, uno de mis mitos cinematográficos, no encontré motivos para no entregarme apasionadamente a ese amor rápido con la televisión. El último programa de la serie, llevado por Alaska y Coronas, como he dicho, tenía por tema principal “indies e indios” y aprovechaba el éxito de la última película estrenada por la actriz para convertirla en la primera protagonista de la noche, presentándola como una figura capaz de moverse con igual soltura entre lo mainstream y lo alternativo, tan capaz de subyugar a indies como a indios.

ab67c8394c25e7b7e80d82b062be361fLa apariencia de un mito

Evidentemente, mi encuentro ocasional con la televisión duró lo que duró la presencia de Elena Anaya en el programa (lo reconozco, en cuanto ella salió de pantalla, el humor de Alaska y Coronas me resultó cansino). Una vez que Elena desapareció, sólo pude preguntarme cómo había podido pasar tanto tiempo sin echarla de menos. Esa misma sensación la tengo ahora que, tres años después de boom mediático, tras ganar el Goya a la mejor actriz por su papel en “La piel que habito” (Pedro Almodóvar, 2011), cuando a todo el mundo le importaba si realmente era lesbiana y quién era su novia, vuelvo a tropezarme en muchos rincones con ese rostro y esos ojos imposibles, de colores distintos, capaces de hacerte creer que lo que hay más allá de ellos sólo puede ser fantasía (pero de la buena). Si Elena Anaya vuelve a ser actualidad tras llevarse un nuevo premio (mejor actriz en la edición de este año del Festival de Málaga) por su interpretación de Lupe, la protagonista agorafóbica y ochentera de “Todos están muertos”, ópera prima de Beatriz Sanchís que se ha estrenado el pasado 30 de mayo en los cines de toda España.

Una Lupe a la que doy gracias desde ya por devolverme a esa Elena Anaya, a ese mito que llevaba ya demasiado tiempo sin salir a la luz.

ead2b629d547ff1626af1644d0a83504Esos ojos... esos ojos

El universo tras unos ojos

No sé si le sucede a todo el mundo, pero ver a Elena Anaya, recordar cualquiera de sus interpretaciones, es para mí hacerse una imagen de niña, de adolescente que se asoma al mundo de los adultos dispuesta a sacudirlo. Ayuda a esa percepción su figura menuda y ese rostro que con el paso del tiempo sólo parece haber ganado en profundidad, pero no años. Sin embargo, los años también pasan para los mitos, aunque el resto de los mortales no lo creamos. 

Elena Anaya no es una niña, una adolescente de mirada pícara y ojos enormes y vivos, aquella muchacha que descubrimos en la que más que recomendable “Familia” (Fernando León de Aranoa, 1997). No, ahora, con cerca de 40 años a sus espaldas y una carrera en la que se incluyen 30 películas, está claro que quien sólo vea en ella a una Lolita, a una mujer tremendamente atractiva, es que ha perdido la perspectiva. 

Su trayectoria desde aquel primer papel en “África” (Alfonso Ungría, 1996), desde cuando la echaron de la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid por no acudir a clase (estaba rodando con Fernando León y por eso faltaba), es de lo más sólido que ha dado el cine nacional en el siglo XXI. Una carrera que, por suerte, no cayó en el mismo limbo en el que han caído las de Paz Vega o Elsa Pataky tras su salto a la meca del cine de la mano de “Van Helsing” (id, Stephen Sommers, 2004) y que tiene dos hitos perfectamente reconocibles.

14de613cc60bec0e28c5ecfd16d0a838En el lado oscuro

Una bomba de sexualidad

El primero de ellos tiene lugar en el 2001, cuando Julio Médem la convirtió en Belén en “Lucía y el sexo”, una niñera que era capaz de detener el mundo cuando se mordía los labios, desarmando a Tristán Bajo Ulloa y a cualquier espectador/a atraído sexualmente por el género femenino con sus frases tórridas. Esa interpretación le reportó su primera nominación a los premios Goya como mejor actriz de reparto y un lugar en los medios como una de las incipientes figuras del cine nacional, además de dejar una secuencia para el imaginario colectivo, una que sale inevitablemente en cada entrevista o repaso a su carrera (este texto no podía ser una excepción). La escena de la masturbación en el salón aun resuena en cualquier repaso a los momentos más eróticos de la filmografía internacional, un ejercicio brutal de sexualidad que alcanzó se coló en millones de sueños a lo largo del planeta.

Desde esa inolvidable Belén del 2001, fue alternando papeles en grandes producciones (Hable con ella, Frágiles, Alatriste...) y otros proyectos de marcado carácter alternativo, armando un curriculum en el que ya quedaba clara la huella que dejaba en muchos de los directores que habían trabajado con ella, que no dudaban en volver a incluirla en sus obras (Agustín Díaz Yanes, Julio Médem, el propio Almodóvar más tarde). Así llegó al 2009, cuando enfrenta su primer gran papel protagonista con “Hierro” (Gabe Ibáñez), en la que lleva además casi la totalidad del peso de la película. 

f96de6c9302516a9091d26379aaf4086Cómoda en cualquier piel

La cima y el día después

Se veía en esa cinta a una Elena Anaya capaz de, aun manteniendo una presencia que siempre tiene un notable componente de sexualidad, dejar a un lado esa piel y llevarnos por otros caminos. Una Elena Anaya con una belleza mucho más madura, con más poso, pero igualmente erótica, como la que nos deja en esa turbadora “Habitación en Roma” (Julio Médem, 2010). Una habitación de la que, tras cerrar su puerta, salió a la plaza del éxito de la mano de Pedro Almodóvar. Puede que “La piel que habito” no esté entre los mejores títulos del director manchego, pero la Elena Anaya que allí vimos era aun más grande que la que ya nos había impresionado con anterioridad y los premios, tanto en España como en Europa, no fueron más que la confirmación de lo visto en pantalla.

Como en tantas otras ocasiones, el Premio Goya a la mejor actriz por ese papel de Vera Cruz vino acompañado de entrevistas y fotos, pero la fama es efímera y al impacto mediático del galardón no le siguieron un buen número de papeles, con lo que su carrera entró en un cierto impass, sin proyectos que la llevaran de nuevo a la primera línea. Una pausa obligada que la obligó a reorganizar sus cuentas y sus necesidades, pero no a modificar sus convicciones, segura de que llegará ese nuevo papel con el que volverá a lucir otro de sus nuevos perfiles. Así ha sido hasta este 2014, en el que regresa, para nuestra suerte, con energías renovadas, con una Lupe con pelo cardado y conversaciones con fantasmas, convencida, como lo estamos nosotros muchas veces, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no es así, lo mejor siempre es lo que está por venir, sobre todo si en ese futuro nos encontraremos con un nuevo perfil de ese mito que es Elena Anaya.

79716fb9d3cfb9286324322d0ba00167Un premio, pero muchos más reconocimientos