Review: Akira (1988)

Review: Akira (1988)

Escrito por Pedrinho

El mundo se va a terminar. De eso no hay duda. Habrá un final, no sabemos cuál, pero habrá uno. Puede que provenga de un “Ultimátum a la Tierra” (The Day the Earth still stood, Robert Wise, 1951), de un “Deep Impact” (id, Mimi Leder, 1998) o incluso que sea culpa de un holocausto zombie en plan “Bienvenidos a Zombieland” (Zombieland, Ruben Fleisher, 2009) . Resulta imposible saber el modo, pero pueden apostar a que habrá un final (aunque no creo que las casas de apuestas acepten pujas por el fin del mundo).

De todos modos, puesto a imaginar un final, uno real, más que el juego de la ciencia-ficción, prefiero la verdad que procede de la animación. Más concretamente del anime japonés. Sí, puede resultar contradictorio, pero es desde un planteamiento tan alejado de la realidad como el del manga como se consigue recrear una propuesta de lo más verosímil. Verosímil, un término que no implica que algo sea verdad, si no que es plausible desde un punto de partida concreto. Y eso es lo que es “Akira” (id. Katsuhiro Otomo, 1988), una verosímil versión de ese final. Más bien: la más verosímil construcción de un mito, un mito que se forja letra a letra.

photo_9874.jpegTodavía en pie tras el final

A

La 'A' es el punto de partida, el comienzo, la semilla que pone en marcha todo el proceso. Esa semilla surgió del que puede ser el cómic manga más importante de la historia, 'Akira', creado por el propio Katsuhiro Otomo. No extraña que fuera el propio Otomo el que se decidiera a convertir sus páginas en una película de animación, porque resultaría muy complicado para cualquier otro empaparse tanto de la esencia del cómic y bañar cada fotograma de la misma mística. De hecho, Otomo ni siquiera precisó concluir la saga en papel para lanzarse a desarrollar el proyecto audiovisual (hecho que explica las diferencias entre uno y otro), porque el mito era el mismo y lo seguiría siendo por muchas variaciones en su piel que pudieran llegar a producirse.

photo_1829.jpegKaneda descubriendo su moto

K

La 'K' es el futuro, la letra del milenio, de este que vivimos y de todos los que vendrán. Es ese porvenir en el que la humanidad (sus actos, sus decisiones, sus obsesiones) volverá a poner a prueba el planeta que habita. Un planeta que da igual que haya sido dinamitado (devastado por una explosión nuclear en “Akira”) ya cientos de veces, porque el ser humano no aprenderá y volverá a dinamitarlo. Eso nos explica “Akira”, una recreación futurista, en clave manga y en dos dimensiones del eterno “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Allí, en ese futuro marcado por la 'K', la humanidad, al mismo tiempo que se levanta de su última debacle, está forjando ya su próxima caída, jugando a ser dios con una tecnología que no puede ser despojada de la mística, una asociación que los creadores nipones, al igual que sucede también en “Ghost in the Shell”, saben explotar como nadie.

photo_1573.jpegEl cuerpo de Tetsuo ya no es su límite

I

En un mundo globalizado como el nuestro, la 'I' es el yo, el individuo, ese ser en el que, al final, recae la absoluta responsabilidad de todos sus actos y la posibilidad de llevarlos a cabo. Ese individuo, como Tetsuo, el protagonista, en busca de su propia potencialidad, de esa ocasión de ser único, de ser la reencarnación del mito (él que es un despojado, un huérfano, un motorista de una banda de Neo-Tokyo, un...). Un Tetsuo que al encontrarse con su propio potencial (un tema de lo más interesante para un enfoque educativo: el alumno expresa un potencial a partir del momento que cree que lo tiene), se convierte en todo aquello que la humanidad estuvo temiendo, encerrando en gigantescos laboratorios todos los peligros que podían amenazarla. Ignorante, una vez más, la humanidad, de que el final no es algo que se pueda contener, es algo que llega. No se sabe el cómo ni el cuándo, pero sí se sabe que llegará.

photo_7215.jpegUn mito en pleno apogeo

R

La 'R' no podía ser otra cosa que la revolución, la revuelta, el enfrentamiento. Plantarse ante esa autoridad que, bajo la ilusión de la protección ante el amenazante futuro, ahoga la libertad, las posibilidades y estrangula el propio presente. Por eso la resistencia busca descubrir los planes secretos de la cúpula militar que controla Neo-Tokyo desde su refundación (siempre sorprende lo verosímil que resulta el anime), para enfrentarse a esa autoridad vestida con camisa blanca y que lleva un frondoso bigote. Una autoridad (el 'padre' en sentido figurado) a la que se enfrenta Kaneda, el líder de la banda de motoristas que mantenía a Tetsuo protegido, una especie de Hank Solo que se ve dentro de la revuelta por seguir a una chica, pero termina haciendo lo que tiene que hacer. Sin embargo, la revolución, el enfrentamiento con la autoridad, con el poder, se realiza a todos los niveles. El propio Tetsuo se enfrenta a Kaneda, esa especie de hermano mayor que lo protege porque lo ve débil, e incluso se enfrenta a sí mismo, a los límites de su cuerpo. Un cuerpo incapaz de contener toda la energía que sale de su interior, como si fuera una estrella capaz de tragárselo todo.

photo_5033.jpegLas luces de Neo Tokyo

A

La 'A' también es el fin. La misma 'A' que marca el comienzo del cómic, de la película, de “Akira” (id, Katsuhiro Otomo, 1988), es también el final de la historia, porque, como todo mito, se cierra en el mismo punto en el que se abre. Eso nos deja un final, pero no uno abierto al uso, si no una puerta tras la que surgen cientos de miles de posibilidades y alternativas. Preguntas sobre Akira, sobre Tetsuo, sobre Kaneda, sobre Neo-Tokyo y sobre nuestro propio futuro. Un futuro que no se muestra mucho más halagüeño en nuestra realidad de cuatro dimensiones, carne y hueso y un miedo constante a lo desconocido, que en ese verosímil mañana que nos muestra “Akira”.