Los Santos Inocentes (1984)

Los Santos Inocentes (1984)

Escrito por Lucero

El primer pensamiento que tuve al conocer la noticia de la muerte de Alfredo Landa fue, instintivamente, para esta película. De repente sentí una poderosa necesidad de revisionar “Los Santos Inocentes”, como homenaje a este mito de nuestro cine, que se ha ido como se han ido ya unos cuantos sólo en 2013, en una lista que se antoja fatal, desde Jess Franco, a Bigas Luna, a Sara Montiel, y, ayer, Alfredo Landa, cuya figura cinematográfica dio para incluso bautizar un género tan español como los toros o el flamenco (y tan entrañablemente rancio, a su vez), como fue el “landismo”.

El “landismo” fue aquel cine de transición de suecas en biquini perseguidas por un Alfredo Landa, o un José Sacristán, o un José Luis López Vázquez, un cine de comedia irreverente donde su máximo exponente fue el actor recientemente fallecido. Pero un servidor no tuvo su primer pensamiento para “Cateto a babor” (1968), o “No desearás al vecino del quinto” (1970), o “Vente a Alemania, Pepe” (1971), sino para “Los Santos Inocentes” (Mario Camus, 1984), allí donde Alfredo Landa dio a conocer su candidatura a uno de los mejores actores de la historia del cine español, y que logró tras ésta y alguna que otra película en el que se considera su “giro dramático”, a partir de los años 80, cuando el “landismo” se apagó y él y otros tantos como José Luis López Vázquez se pusieron a hacer cine de verdad.

photo_5323.jpegAlfredo Landa murió el 9 de mayo de 2013 a la edad de 80 años. De filmografía extensa y muy variada, abanderó la comedia irreverente de los 70 ("landismo") y dio un giro dramático a su carrera a través de "Los Santos Inocentes", probablemente su mejor papel.

Cierre de una etapa

Porque “Los Santos Inocentes” obligó a Landa a desprenderse de su clásica verborrea, su histrionismo y sus gags, para sacar todo el actor que llevaba dentro en uno de los papeles más difíciles de la historia de nuestro cine. Porque Paco “el Bajo” necesitaba de un actor que le hiciese justicia, pero una justicia algo complicada de lograr: era, por una parte, el papel de un hombre extremadamente humillado, triste y desamparado, pero el actor que lo encarnase tenía que conseguir que pareciese todo lo contrario, que Paco “el Bajo” fuese un hombre que, a pesar de lo antes dicho, emanase ante todo dignidad, una dignidad suficiente para que su papel (recordemos, el de prácticamente un esclavo en un cortijo extremeño) no cayese en lo patético, sino en lo triste, en lo triste por ver a un hombre que sobrelleva su dramática condición con fuerza y seguridad. La seguridad que le daba, por otra parte, no haber conocido otra vida que la del esclavo, y que la suya era la única vida a la que él y su familia podían aspirar.

photo_7680.jpegLos "santos inocentes", que escribió Delibes, una familia campesina y desesperanzada.

Los personajes de Los Santos Inocentes, una de las obras maestras del escritor Miguel Delibes, dan para mucho análisis. Pero tampoco lo haremos aquí. Recomiendo, como siempre ocurre en estos casos, la lectura de la novela en primer lugar, aunque no es menos cierto que en este caso nos encontramos con probablemente la mejor adaptación que el cine español ha hecho jamás sobre una obra literaria. La adaptación cinematográfica de “Los Santos Inocentes” consigue que la misma aterradora y a la vez lastimosa sensación que la novela deja se refleje exactamente igual al final del visionado de la película.

photo_8200.jpegPaco "el Bajo" y Régula, un matrimonio campesino que no ha conocido otra vida que la de servir a su Señorito.

Familia

En “Los Santos Inocentes”, Paco es el cabeza de una familia de campesinos extremeños que trabajan en el cortijo de un señorito terrateniente. Son Régula (Terele Pávez), su mujer, y sus tres hijos, uno de ellos con discapacidad. Nos situamos en la más profunda España franquista, aquella en la que no ha pasado el tiempo, anclada aún casi de forma unánime en el siglo XIX.

El destino de esta familia es el del sacrificio y la obediencia, marcado a fuego por los abusos de la familia dominante. Por su vida no pasan los días, iguales todos unos a otros, hasta que un día el hermano de Régula, Azarías (Francisco Rabal), es despedido de otro cortijo cercano y se añade a la familia. Azarías es un deficiente mental cuya única preocupación es cuidar de una pequeña grajilla, a la que llama “milana bonita”, en una de las frases de la que no podrás olvidarte una vez termine la película (y que, al escribirla ahora, y recordar la inmortal llamada de Paco Rabal a su milana bonita, me ha recorrido un escalofrío, pues tanto es el cariño que uno le coge al pajarillo, y a Azarías, en una actuación prodigiosa de Rabal, que, como la de Landa, tampoco cae en lo cómico ni en lo patético).

photo_1351.jpegAzarías y su milana, el gran amor de la película, que nos deja las imágenes más enternecedoras.

Estratos sociales

La vida de esta familia cambiará por siempre con la llegada de Azarías, aunque parece imposible que ello ocurra, tal es la rutina que se sucede siempre entre los que mandan y los que obedecen. Como último apunte al argumento de “Los Santos Inocentes”, decir que tanto en la obra literaria como la película incluso el papel del Señorito (Juan Diego), que podría dar pie a la estereotipación del terrateniente que abusa de sus trabajadores, no cae en el tópico.

El Señorito es (o al menos así interpreto) un hombre que realmente siente, en su forma, respeto hacia Paco y su familia, aunque él se crío como señorito, pues su padre era un señorito, y el padre de éste también. Por un lado los arenga a aprender a escribir, pero por otro sigue tratándoles como casi esclavos, aunque, como decimos, ni Paco ni su mujer ni su familia se sienten esclavos, pues es lo único que ellos han conocido, ni tampoco el Señorito se siente terrateniente ni explotador, pues es la única vida que él ha conocido también.

La queja de Delibes

Delibes, con su obra, no condena a los hombres, sino a la sociedad, a la incultura, a la opresión que generación tras generación se producía, sin que ello pudiese cambiarse y, peor aún, sin que nadie fuese consciente de que lo que ahí ocurría era opresión, y abuso. Era una resignación perpetua por parte de hombres como Paco a aceptar su condición, y por parte de hombres como el Señorito a aceptar, cómodamente, su superioridad.

photo_4473.pngJuan Diego, el Señorito,, a quien crió Paco y Régula de pequeño y para quien sirven éstos ahora.

“Los Santos Inocentes” es una de esas películas preciosas y a la vez desgarradoras que el cine nos regala de treinta en treinta años. Ninguna otra película de nuestro cine, tal vez, reflejó de una forma tan digna pero a la vez tan cruda y lastimosa la situación de la amplia mayoría de los españoles de no hace muchos años; sumisión y opresión, pobreza y desesperanza. La única luz que arroja Delibes es el de la escritura: Paco aprenderá a escribir y los hijos de éste también, y por medio de la educación y la escritura será la forma en que la cadena de dominio se resquebraje.

“Los Santos Inocentes” es en todos los sentidos una película superlativa: Alfredo Landa, como decíamos, demostró, en prácticamente su primer papel dramático, ser uno de los mejores actores de nuestro cine, y Paco Rabal siguió demostrando a su vez esta condición, en una actuación más difícil aún. Prueba del maravilloso trabajo que completaron ambos actores es el premio que, ex aequo, los dos ganaron en Cannes en 1984, a la Mejor Interpretación Masculina. La propia película también fue galardonada con la Mención Especial del Jurado de aquel año. Muy poca justicia para la que es, unánimemente, una de las mejores películas de la historia de nuestro cine.

photo_9359.jpegCartel de "Los Santos Inocentes" (Mario Camus, 1984)