Review: Midnight in Paris (2011)

Review: Midnight in Paris (2011)

Escrito por Pedrinho

El amor es un sentimiento complejo. No sólo por todo el tema de las hormonas, los calores y los trasiegos emocionales, si no porque también afecta a nuestros sentidos y a nuestra capacidad para mantener la perspectiva. Por ese motivo, la persona amada nos parece siempre la más hermosa, la que tiene una voz más bonita y la que huele mejor. Un parecer que no tiene por qué tener correspondencia con la realidad objetiva. De eso, de amor y de realidades objetivas es de lo que vamos a hablar a propósito de “Midnight in Paris” (id, Woody Allen, 2011).

El mundo del cine ama a Woody Allen. De hecho, todo aquel que presume de ser un amante del cine, de esos que entienden del lenguaje audiovisual, tiene que amar a Woody Allen. Bueno, en realidad tiene que decir que le ama, no hay otra posibilidad. No se concibe otra alternativa: si te gusta el cine, te gusta Woody Allen, no hay más. Decir lo contario sería una locura, algo así como decir que eres un varón heterosexual y no te gusta Charlize Theron. No, imposible.

Quieres a Woody Allen por lo que ha hecho, por lo que ha dicho, por lo que ha logrado. Todos esos detalles que un día te enamoraron y que hacen que cada vez que estrene una película, siempre sea una opción preguntar: ¿vamos a ver la última de Woody Allen? La última de Woody Allen para mí fue “Midnight in Paris” y lo cierto es que me costó llegar a una conclusión razonada tras los 94 minutos de metraje.

¿Qué había pasado? ¿se había terminado el amor? ¿ya no quiero al bueno de Woody? No, no eres tú Woody, soy yo. Seguro que soy yo.

La propuesta

Pensándolo fríamente, apelando a eso que llamábamos “realidad objetiva”, el argumento de “Midnight in Paris” es material de primera clase. Tenemos a un escritor en crisis, descontento con su pareja, con su vida, con su lugar en el mundo,... en resumen, con todo. Unos días antes de su boda viaja a París con su prometida y los padres de ella y ahí todo se desmorona. La distancia entre él y el mundo que le espera es cada vez mayor, tanto que en plena noche por el Barrio Latino, su realidad se parte y por ahí se cuelan sus deseos: aparece un coche con unos personajes muy especiales que lo llevan a una fiesta.

photo_9307.jpegLo que quiero está más allá de esta habitación

Una fiesta en el propio París, pero un París situada décadas atrás, en ese tiempo que idolatra. El París de Scott Fitzgerald, de Hemmingway, de Picasso y de tantos otros con los que había fantaseado. Una época que llega a él como un gran amor para ofrecerle una vía de escapatoria. Otro tiempo en el que termina descubriendo que el sueño se mantiene, y también allí sueñan con un tiempo pasado que, al menos en su cabeza, siempre fue mejor.

La primera pega

Así visto, el argumento de “Midnight in Paris” es toda una joya, una particular revisión del cuento de Alicia, sólo que en esta ocasión no es una niña la que sale corriendo tras un conejo blanco vestido con chaleco, si no un escritor soñador (¿se puede ser un escritor sin ser soñador?) que persigue a Scott Fitzgerald. Woody Allen no tiene problemas en poblar su historia de personajes históricos como Picasso, Dalí o Buñuel. No lo tiene porque eso es lo que quiere contar, la fábula que ha armado en la que pone la duda sobre esa idealización del pasado que todos, en algún momento, llevamos a cabo. Una idealización muy parecida a esa que hacemos de la persona amada en algún momento.

La película suscitó un gran entusiasmo. Se llevó el Oscar al mejor guión original y en las críticas de todo el mundo se podían leer calificativos como “Maravillosa”, “Brillante”, “Personal”, “Mágica” y un largo etcétera de términos semejantes. Sin embargo, algo no va bien entre Woody y yo. Yo le echo la culpa al otro (en este caso Owen Wilson), porque por mucho que en algunos medios celebraran su actuación, para el que esto escribe resultó como mínimo “molesta”. Sí, Woody Allen escogió para hacer de sí mismo a Owen Wilson y ahí creo que se empezó a romper la magia entre nosotros.

photo_5174.jpegSí, París era una fiesta

La segunda pega

Sí, lo sé, el reparto, como no podía ser de otra forma en una película de Woody Allen, es de lujo. La lista de nombres impresiona: Kathy Bates, Adrien Brody, Rachel McAdams,... pero todos aparecen en porciones tan pequeñas que resulta imposible terminar de paladearlos en papeles de personajes como Gertrude Stein (Kathy Bates) o Salvador Dalí (Adrien Brody). De hecho, la única que consigue provocarnos emoción es una Marion Cotillard absolutamente luminosa. Sus ojos, su mirada, sus gestos, su forma de fumar,... todo en ella coincide con ese arquetipo de “mujer francesa” tantas veces imaginado.

Una Marion Cotillard en el papel de Adriana de Burdeos que entra y sale de la trama para marcar la caída en el sueño y el despertar del protagonista. Ella lo encandiló y le hizo creer que era allí, en aquella fantasía, donde estaba su lugar, pero al descubrir que hasta su propio sueño, su objeto de deseo, anhela otro tiempo pasado que ha idealizado, ve la absurda paradoja en la que está metido: el persigue un sueño que a su vez persigue otro sueño que también persigue... y así podríamos continuar hasta el principio de los tiempos (si es que alguna vez lo hubo).

Así cierra su fábula Woody Allen, haciendo despertar al protagonista, de un modo simple, pero también algo simplista. La magia y la fantasía se van del mismo modo casi aleatorio en el que llegaron, dejando al protagonista caminando junto a los puentes de París para... ¡encontrarse con una joven francesa dispuesta a tomarse un café con él! Woody, ¿no me digas que tú también eres de esos yankees que creen que París está poblado de francesitas hermosas deseando tomarse un café con un norteamericano que camina solo en medio de la noche?

photo_7456.jpeg¿Qué puede haber mejor que caminar en medio de la noche por París?

La tercera, y última, pega

Al finalizar “Midnight in Paris”, al igual que me sucedió con “Conocerás al hombre de tus sueños” (You will meet a tall dark stranger, Woody Allen, 2010), te quedas pensando en lo bueno de la película. Recuerdas el color de las imágenes, ese París de espacios pequeños, de interior, algún diálogo ingenioso, la sucesión de caras conocidas (hasta Carla Bruni-Sarkozy tiene su papelito), el uso de la fantasía,... recuerdas tratando de encontrar ese punto que siempre has encontrado en las películas de Woody Allen. Buscas, pero de una forma razonada, sin emoción.

Ahí está el problema. La historia, la fantasía, el protagonista,... todo en “Midnight in Paris” (id, Woody Allen, 2011) es de Woody, pero no son tuyos. Parece que, después de tanto tiempo, él sigue contando las historias que quiere contar, pero se ha perdido la emoción. La rutina, el día a día, el paso del tiempo, han terminado por matar la pasión. Y sin pasión, no resulta sencillo amar, ni siquiera a Woody Allen.