Review: Mi vida sin mí (2003)

Review: Mi vida sin mí (2003)

Escrito por Pedrinho

¿Cómo reconocer una historia feliz? ¿por los besos, los te quiero y los finales con boda y perdices? No, no resulta tan sencillo, porque la felicidad pocas veces se presenta como si formáramos parte de un anuncio de compresas. La felicidad son otras cosas, hasta viejas cintas de cassette, unos caramelos en la sala de espera o un piso sin muebles. La felicidad puede ser hasta ese hueco que cubra el vacío dejado por tu marcha, tal y como sucede en “Mi vida sin mí” (Mi life without me, Isabel Coixet, 2003), una cumbre en la filmografía de uno de los personajes clave de la historia del cine nacional.

“Mi vida sin mí” es una historia feliz. Cuesta decirlo así teniendo en cuenta que hablamos de una mujer de 23 años que se muere, de una familia que vive en un caravana, de un apartamento desnudo porque no hay nada con lo que tapar una marcha, de dos siameses muertos al poco de nacer, de la comida como refugio ante la soledad,... una historia feliz, pero llena de aristas y rincones oscuros, áspera, en la que el dolor y las lágrimas son necesarias. Lo son porque nuestra especie se basa en los contrastes para percibir, es así cómo sabe que existe lo dulce, porque lo puede comparar con lo amargo, es así cómo reconoce la luz, porque había caído en la oscuridad, es así cómo entiende la felicidad, por sus raíces clavadas en la tristeza y el dolor; en fin, porque entiende que algo así es la vida.

El cine de Isabel Coixet

Probablemente tenga algo que ver con mis caracteres sexuales secundarios, con que es inevitable que esas hormonas, impulsos y percepciones mediatizadas por el género (biológico y cultural) marquen el modo en el que ves las cosas, pero el cine de Isabel Coixet se entiende como un cine de mujer. Sí, podemos considerarlo un prejuicio, una limitación de nuestro entendimiento, de nuestra capacidad para ir más allá, pero su mirada resulta eminentemente femenina. No sólo por el hecho de poner a una mujer en el punto central de la historia, ya que incluso cuando ha elegido a un hombre como protagonista, algo que ha hecho en películas como “La vida secreta de las palabras” (The Secret Life of Words, Isabel Coixet, 2005) o “Elegy” (id, Isabel Coixet, 2008), ese hombre nos llega a través de unos ojos de mujer. Probablemente sea por eso que vemos sus debilidades, sus contradicciones y sus miserias. Ya sabemos que los “machotes” no mostramos esas caras, por eso necesitamos a una dama que lo haga.

photo_2274.jpegUna mirada de mujer

Pero ese no es el motivo (que también podría serlo) de traer hoy aquí “Mi vida sin mí”. El verdadero motivo es hablar de la felicidad y de todas sus caras. Utilizar una película como esta, con un argumento duro y hasta cruel (eso es la vida también, no sólo fútbol, electro-latino y recortes), pero plagada de optimismo, de esas que nos ayudan a entender por qué ríen esos niños en el lugar más miserable del mundo o por qué aun hay brillo en los ojos en medio del hambre y la guerra. Suceden esas cosas porque existen otras formas de contemplar la realidad, una cualidad que hay que desarrollar en base a la práctica, algo a los que nos puede ayudar el cine.

Elementos de aquí y de allá

En las películas de Isabel Coixet adquieren mucha importancia unos escenarios que reflejan el carácter cosmopolita y global de sus historias. Lugares poco comunes en nuestra geografía como las lavanderías de autoservicio, clave en la trama de “Cosas que nunca te dije” (Things I never told you, Isabel Coixet, 1996), o una caravana aparcada en el jardín trasero, lugar donde vive Ann (Sarah Polley), su marido Don (Scott Speedman) y las pequeñas Penny y Patsy (Jessica Amlee y Kenya Jo Kennedy). Una lavandería, una caravana o un mercado, protagonista en “Mapa de los sonidos de Tokio” (Map of the sounds of Tokyo, Isabel Coixet, 2009), que nos dicen muchas cosas. Aportan multitud de datos e información a la historia, para que las palabras no necesiten hablar de eso. Es la caravana en el jardín trasero de la casa de la madre la que nos cuenta la relación cercanía-distancia entre ambas, las dificultades económicas, las perspectivas, de... todo eso que marca esa vida que tienes, aunque termines por no estar en ella.

photo_3864.jpegDuerme, que yo te vigilo

Punto a favor de Isabel Coixet, quien firma todo el guión. Punto positivo por explotar todas las formas de comunicación que permite la pantalla, donde las palabras son el motor que mueve el barco, pero en el que importa el estado del mar, el puerto al que llegar y hasta las previsiones de tormenta.

Los espacios y las reglas

Eso nos lleva a destacar uno de los aspectos clave de “Mi vida sin mí”, uno de sus puntos fuerte y fundamental para comprender la fuerza de cada una de sus secuencias. Hablamos de una película de sentimientos, emociones, expectativas, pérdidas y miradas hacia adelante, con lo que no resulta una sorpresa decir que estamos ante una cinta de diálogos, espacios reducidos, interiores y miradas a los ojos. Situaciones que necesitan de espacios pequeños para acaparar todas las miradas, para ser la estrella más brillante del firmamento.

Sin embargo, hasta en ese tipo de detalles se nota esa forma particular de mirar de Isabel Coixet. Cada uno de esos diálogos se desarrolla en un espacio propio, uno que viene a definir la relación entre los personajes en cada momento. Ann y Don hablan siempre sobre la mínima mesa de la caravana; Ann y su madre en la cocina de mamá (Deborah Harry); Ann y Lee (Mark Ruffalo) en el piso vacío de este; Ann y el médico (Deanne Henry) en la misma sala de espera; Ann y Sara (Sonja Bennett) en el suelo de esas clases que limpian; Ann y sus cintas en el coche. Cada otro con el que Ann quiere atar los cabos de esa vida que se le escapa tiene su propio lugar, es Ann la única que pasa de unos a otros, ella es la única que se mueve, porque es ella la que está agotando las horas, la que se relaciona con unos y otros. Los demás, los otros, tienen su espacio y no sobrepasan esos límites. Puede que sean vacíos (Lee), fúnebres (el médico) o faltos de grandes perspectivas (Don), pero eso es lo que tienen.

photo_9032.jpeg¿Qué nos pasa, doctor?

De hecho, resulta interesante prestar atención al instante en que se rompen esas reglas sobre los espacios, porque es la rotura de las reglas la que crea el movimiento. Los movimientos que marcan los giros de la historia. Esa regla se rompe por primera vez cuando Ann invita a su vecina (Leonor Watling) a esa mesa en la que sólo habla con Don, la ha invitado de hecho a ocupar su espacio en esa vida con Don, una invitación que cursó durante ese monólogo sobre los siameses (sin exagerar, uno de los monólogos más emocionantes que pueden verse en una película). La segunda vez llega al salir a comer a un restaurante con Lee, a quien sólo había amado en el interior de ese piso de paredes desnudas. Al salir de esa guarida, al exponerse a los ojos del mundo, la vida le recuerda a Ann que ese no es su camino, que ella se acerca a la muerte, una muerte que se hace tangible en su dolor, impidiendo que esa rotura de las reglas quede impune.

Esa vida, la de los restaurantes, los viajes y las sonrisas a cielo descubierto, no es para Ann, porque Ann ya sabe dónde está la puerta de salida. Y tras cruzar esa puerta, en su vida ya no estará ella, en “Mi vida sin mí” (My life without me, Isabel Coixet, 2003) ya no habrá más Ann. Seguirán allí Don, su vecina, Patsy y Penny, su madre, Lee, Sarah y sus cintas de cassette grabadas. Todo eso seguirá allí, pero tú no, Ann, tú te quedarás en nuestra memoria gracias a Isabel.