No habrá paz para los malvados (2011)

No habrá paz para los malvados (2011)

Escrito por Pedrinho

La utopía de la objetividad, ese noble objetivo que supuestamente bañaba las crónicas y artículos de los más reputados periodistas, hace tiempo que fue superada. Las pruebas sobre esa muerte, la de la objetividad, son mucho más claras y notorias que las de la propia muerte de Dios, por mucho que Nietzsche la hubiese afirmado muchos años antes. Sólo hace falta acercarse al kiosco y comparar las portadas del ABC, La Razón, El País o el Mundo, para cerciorarse que lo de la objetividad no era más que un cuento chino (otro más).

Hablando de cine, por supuesto, el término objetividad es completamente prescindible. Más allá de aspectos como la duración de la película, el nombre de los actores y actrices o el presupuesto (aunque sobre esto siempre se puede matizar), pocos detalles más que puedan considerarse 'objetivos' podríamos citar al hablar de una película. En especial, al revisar una película, por mucho que sea uno el 'revisor', no realizamos una revisión única, individual e intransferible de la misma. No, ni mucho menos. Al revisar una película, inevitablemente, estás tirando tanto de tu propio bagaje personal como de los comentarios, leídos o escuchados, apuntes e impresiones de otros que ya realizaron esa 'revisión' antes que tú. Todo un cúmulo de información que mediatiza tu revisión, por mucho que quieras creer que no.

photo_6249.jpegEl punto oscuro en el que todo empieza

Yo, por supuesto, creo que todo eso mediatiza cualquier revisión que pueda hacer de una película. Por eso al comenzar esta review sobre “No habrá paz para los malvados” (Enrique Urbizu, 2011), sé que en el resultado final habrá tanto de mi cosecha como de la cosecha de todos y todas las que leí o escuché hablando sobre la película. Aquí, además, debo hacer una puntualización, ya que esta review no sólo está influida por toda esa información, sino que lo está por el recuerdo que tengo de toda esa información, ya que la película la he visto por primera vez hace muy pocos días.

Sí, cierto, no la vi cuando se estrenó, ni cuando fue candidata a un montón de premios Goya, ni cuando se llevó seis de los premios, ni cuando se alababa la actuación de José Coronado, ni cuando mi amigo Óscar (uno de mis referentes en lo que a cine se refiere) me relataba sus virtudes... la he visto ahora, un tiempo después, con el recuerdo de aquellos comentarios en mi cabeza y preparado para intentar, el menos, forjar mi propia opinión.

Lo que te esperas

Con seis premios Goya a sus espaldas, con el pulso firme de Enrique Urbizu en un género en el que ya había brillado con “La caja 507” (Enrique Urbizu, 2002) y con un José Coronado convertido en el nuevo 'gran elefante blanco' de los actores españoles, uno se espera lo mejor de “No habrá paz para los malvados”. No en vano, hablamos de una película que, para la Academia del Cine nacional por lo menos, mereció ser reconocida como la mejor película y contar con el mejor guión de todas las que aspiraban a los Goya 2012. Una serie de reconocimientos que hacen crecer de forma exponencial las expectativas. Y, como siempre, el tema de las expectativas es algo complicado de manejar, ya que unas altas o bajas expectativas pueden variar mucho la valoración final de un producto. Como es el caso.

photo_6035.jpegPregunte, su señoría, pregunte

Lo que te encuentras

Dejando de lado, al menos en teoría, todos los antecedentes, premios, comentarios y expectativas, ¿qué es lo que te ofrece en realidad “No habrá paz para los malvados”

De entrada, cuenta con un buen comienzo, porque no se puede negar que esa puesta en marcha de la película, con un Santos Trinidad (acertadísimo nombre del personaje que interpreta Coronado) que, en apenas unos minutos, es capaz de bajar a lo más profundo de su pozo interior, donde puede perder la cabeza, y la pierde, de hecho, y recuperar, a pesar del exceso de alcohol, lo mejor de su repertorio policial para limpiar el rastro de su fechoría. Esa secuencia inicial está bien desarrollada, juega bien con las pausas y tiene su propia explosión (una en la que te preguntas: ¿qué hace este tío ), pero no es el adelanto de lo que viene a continuación, porque esa adecuada medida del tiempo no se mantiene en el resto de la película.

photo_7218.jpegEl fuego purificador

Esa es la principal sensación que nos deja la cinta tras su visionado, que la inversión del tiempo no es coherente con la magnitud de la historia que se ha planteado. En un guión bastante amplio de miras, en el que se tocan muchos temas (asesinato por parte de un policía, planificación de un atentado terrorista por integristas islámicos, tráfico de drogas, caída a los infiernos del protagonista, descoordinación entre departamentos de policía, etc), la película pasa por ellos de puntillas, avanzando básicamente en base a los interrogatorios. De hecho, ahí hay un cierto abuso, porque tenemos nada menos que hasta seis (más o menos formales), todos ellos en un contexto similar (jueza-policía de un lado de la mesa, interrogado-a del otro), interrogatorios en la película, en tonos más o menos formales. Seis si descontamos los que el propio protagonista, Santos Trinidad, realiza por su cuenta, unos que siguen la misma dinámica de pregunta-respuesta. Eso sí, como es un tipo que no sigue las normas, sino que sigue su propio método, no hay mesas entre medias. Él prefiere la cercanía, no por aquello de ofrecer protección al 'entrevistado', sino por dejarle claro al otro que puede darle una bofetada que le aclare las ideas.

Dejando de lado bromas de ese tipo, lo cierto es que queda claro que ese es el único camino en el que el guión muestra que puede avanzar la historia. Así, tenemos a Santos avanzando por su propia vía, paso a paso, mientras el resto de protagonistas, la jueza y el policía que lo buscan a él, apenas salen de sus oficinas salvo para ir a visitar el lugar de alguna escena del crimen. Esa diferencia de velocidades podría llegar a estar bien como crítica de la lentitud de la justicia, planteando que sólo si uno se sale de la línea marcada puede llegar al destino. ¿Es eso lo que intenta No está claro. Lo que sí está claro es que la historia no avanza de forma regular y pronto nos damos cuenta de que sólo avanza del modo en el que el guión quiere que sea: por medio del protagonista. Los demás no pintan nada, son sólo parte del atrezzo que rodea a Santos.

photo_3394.jpegNo sólo el vino envejece bien

Lo que te queda

Puede que, de haber visto “No habrá paz para los malvados” en su momento, tal vez la influencia de todos aquellos comentarios, valoraciones, premios y galardones habría sido mayor y más positiva. Pero no fue así, y sobre eso ya no hay vuelta atrás. Por ese motivo, nos quedan apenas dos claras conclusiones. Por un lado, lo bien que ha envejecido José Coronado, que ha pasado de galán de teleserie a un cincuentón con todo el atractivo del mundo para sacarle el máximo partido a papeles como este. Por otro, tenemos a un Juanjo Artero que ha pasado de ser el Pablo de “Verano Azul” al policía perfecto, haga la película que haga. Un actor que cumple con rigor su papel, sin un ápice más o menos de lo que le toca, lo que no es algo negativo, pero sí que  nos sorprende que dé para estar nominado al Goya como Mejor actor de reparto. Será que había escasez de candidatos.

De todos modos, no es eso lo que mejor sabor de boca me ha dejado la película, sino un par de detalles que sí me gustaron bastante. En primer lugar, tenemos el papel de la jueza, una también muy sobria Helena Miquel, que es la única que evoluciona a lo largo de la película. Una evolución mínima, pero reveladora, ya que, hacia la mitad de la cinta, metidos ya en plena investigación, afirma que, siendo los 20:30 de la tarde, ya es hora de irse a casa. Sin embargo, ya cerca del final, vuelve a preguntar la hora en otra escena, y en esta ocasión, aunque son también los 20:30, decide llamar a casa y avisar de que tiene que seguir trabajando, lo que hace tras hablar con su hijo pequeño. El deber obliga y la jueza acepta esa obligación, mostrando su evolución, sutil, pero visible si prestas atención.

photo_6493.jpegEl reparto de la película junto a Enrique Urbizu (en el centro)

El otro detalle que no se me olvidará es esas secuencias finales, con ese plano de la pistola colgada del dedo de Santos Trinidad, sentado al borde de la piscina, con el amanecer dando color a su piel mustia hace ya muchas horas. Unos planos preciosos, eso es indiscutible, pero que, al igual que con el detalle de la mini-evolución de la jueza, nos llevan a lo periférico. Y cuando tras ver una película, con lo que te quedas es con los detalles periféricos, algo no ha terminado de cuajar, ¿no estáis de acuerdo