Kamikaze y el problema de los límites

Kamikaze y el problema de los límites

Escrito por pedrinho

En una ocasión, en una conversación entre caballeros que compartían profesión, una escena no demasiado común, en la que uno asume el rol de maestro y el otro el de padawan deseoso de ser instruido, como si estuviéramos metidos en un episodio de la "Guerra de las Galaxias" (Star Wars, George Lucas, 1977), escuché una frase que me ha provocado bastantes quebraderos de cabeza. Y por lo que veo, no soy el único al que le ha sucedido.

En la citada conversación, el que asumía el rol de maestro, por supuesto el más mayor de los dos, le decía a su joven alumno que los peores límites son los que nos imponemos nosotros mismos. Los límites autoimpuestos son, en muchos casos, la primera y más grande barrera a superar. Algo así como la autocensura que siempre se manifiesta al escribir, y de la que es preciso librarse hasta para darle forma a un texto para una página web dedicada al cine como esta.

911e3d6140dc7effa09e61935ae93892Los límites son los suyos

Es innegable que esa referencia a los propios límites es una sentencia con una enorme mística, una especie de axioma relacionado con eso que se ha dado en llamar la inteligencia emocional, y que bien podrían haber firmado un Jorge Bucay o un Paulo Coelho. A nadie le extrañaría encontrarse con una frase como esa en un libro de autoayuda o incluso en un manual de psicología deportiva, en un capítulo dedicado a la motivación o al manejo de la presión derivada de la necesidad de hacer frente a las expectativas propias y ajenas.

Lo bueno es que este texto no va de autoayuda, de psicología exprés o de terapia deportiva, ni tampoco, por suerte, tiene nada bueno que decir sobre los señores Bucay o Coelho (y mi abuela me enseñó que, en ocasiones, si no tienes nada bueno que decir, es mejor quedarse callado). No, este texto va de cine, en concreto de nuestra parte favorita del cine: la historia. A fin de cuentas, para nosotros, como para un buen número de clásicos, el cine no es más que otro modo de contar historias. Unas historias en las que hay que tener mucho cuidado con los propios límites, porque nos pueden llevar a un callejón sin salida, en el que es necesario hacerse trampas a uno mismo (en el caso del guionista), o ver cómo el guión se retuerce para no morderse la cola (en el caso más común de ser espectadores). 

El punto de partida

“Kamikaze” (Álex Pina, 2014) es la ópera prima como director de Álex Pina, un reconocido guionista con una larga carrera en televisión escribiendo multitud de capítulos de series como “Los hombres de Paco”, “El barco” o incluso “Los serrano”, alternando otras funciones en dirección y producción a la más habitual de guionista. Ese punto de partida, aunque pudiera parecer irrelevante, sirve para describir el modo de entender una película por quien también fue guionista de “Fuga de cerebros” (Fernando González Molina, 2009).

41266f676b27ee47bfff8a6e4ec8638dEn cualquier rincón puede haber magia y esperanza

A pesar de que, curiosamente, toma como punto de partida para la película una novela de un colaborador habitual como Iván Escobar, el trabajo de Álex Pina arrastra gran parte de las características que uno espera encontrar en una teleserie española sin mayores pretensiones. Es decir, desde el primer momento se puede predecir que habrá final feliz y el nudo de relaciones que se armará en base a la figura del protagonista. Eso, de entrada, no tiene por qué ser negativo, ni mucho menos, pero, eso sí, elimina del cuadro el elemento sorpresa, al menos entendido como virtud (volveremos a este punto más tarde).

Porque, lo cierto, es que sí que hay alguna sorpresa dentro de "Kamikaze", y eso que de la diferente, al menos en principio, propuesta inicial (un terrorista atrapado con sus futuras víctimas) pasamos a un desarrollo de lo más convencional, con todos los esperados puntos de giro del guión. La sorpresa llega con un final incomprensible por lo excesivamente rocambolesco. Una pirueta, tanto del guión como del propio protagonista, que sólo se entiende desde el sentido de los límites, como una acción desesperada para, al final, caer en pie y en el punto en el que se esperaba. Tanto da que para lograrlo haya que poner en jaque las leyes de la física, la medicina e incluso el sentido común.

a41ebeed398a2049ea3f7cf6364b4870La felicidad de los niños (tengan los años que tengan)

Un guión de manual

En “Kamikaze” se aprecia lo que es un guión forjado en la escuela, de esos que siguen, punto por punto, cualquier manual de escritura de guiones que podamos encontrar en una librería o biblioteca. Se nota que Alex Pina no es alguien nuevo en estas lides, pero se nota, y mucho más, que está acostumbrado a escribir “a priori”. Nos explicamos: si entendemos la escritura como un viaje, él tiene claro, muy claro, cuál es su mapa y los puntos por los que va a pasar. Para otros, el viaje encaja en la noción de descubrimiento, pero no para Pina.

La tensión sexual entre el protagonista, Slatan (interpretado por Álex García) y Nancy (Verónica Echegui), la galería de secundarios que son el contrapunto a la dramática historia principal (el necesitado equilibrio entre risa y llanto), los elementos destinados a provocar emoción (los tenemos todos: el niño en peligro, el perro abandonado y hasta el abuelo entrañable que nos abre los ojos) y la nobleza de la lucha contra la opresión (el atentado quiere llamar la atención sobre el sometimiento del ficticio estado de Karadjistan) de la mano de la esperanza que ofrecen las relaciones humanas. Podríamos seguir durante un buen rato, pero no hace falta excederse, la idea ha quedado clara.

a6d02d27f4b34bc9d21e7c879c683116Cuéntame tus secretos, pero no me mientas

Pensándolo con cierta perspectiva, podríamos relacionar “Kamikaze” con la tradicional comedia nacional, en la que valores como el peso de los diálogos, unos secundarios (tanto en roles como en interpretaciones) sólidos, la yuxtaposición de risas y toques de emoción, e incluso el valor del “carácter español” frente a otro tipo de culturas (tópico del que bebieron, y mucho, cientos de títulos de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria), son elementos que trata de incluir en su narración la película. En ese sentido, no hay mucho que objetar, ya que las aspiraciones de la cinta quedan claras desde el principio (aquí nadie pretende hacer cine de autor) y en esas coordenadas se mueve.

El problema de los límites

El verdadero déficit, el momento donde chirrían los engranajes, llega con la actualización, con el modo de traer al siglo XXI unos pilares narrativos explotados durante finales del siglo XX. No, nos referimos a que no se haya producido una buena ambientación o que aspectos como la seguridad en los aeropuertos, el terrorismo o el uso de los móviles no se haya planteado del modo que los vivimos hoy en día, sino a que en la narración audiovisual actual pesa mucho la televisión, y más en concreto las series de televisión, pero las de hace unos cuantos años.

Esos son los límites del propio Álex Pina, su concepción de una historia, limitada al espacio de una sitcom, sin que haya que dar cuenta de lo que sucede en el exterior. Por ese motivo, si hay que tirar de un temporal que impida la salida de un avión (y vuelan en condiciones muy difíciles), se tira, sin tener en cuenta que más tarde, en la propia historia, vamos a tener que hacer pasar a un niño una noche a la intemperie, a menos muchos grados, para que el protagonista muestre su corazoncito. Un niño que, por supuesto, salvará y traerá en brazos sin camiseta (recordemos que el temporal es de tal calibre que no puede ni volar un avión). Un niño que, a la mañana siguiente, no tendrá ni un catarro. Con ese panorama no nos extraña que muchos sigamos creyendo en la magia del cine (aunque creo que era por otros motivos).

00334ae27007d8b19c3203f5b4da62dbSólo hay cabida para el final feliz

Ahí es dónde se ve que las fronteras son un problema, que nosotros podemos convertirlas en un problema con mayúsculas. Las dificultades surgen cuando entendemos los límites como una barrera, como un punto del que es imposible pasar, concepción que tiene de los límites el propio Álex Pina, que armó su historia de forma yuxtapuesta. Es decir, primero la idea original. Segundo todo el entorno de relaciones que se teje a su alrededor y, por último, el límite geográfico y temporal que le da sentido, que justifica que esas cosas pasen ahí, en ese momento, y no en otro lugar y en otro momento. Una cuestión relacionada con la verosimilitud, regla de oro de cualquier historia, ya sea un drama, una comedia, ciencia ficción o esté basada en hechos reales, a la que ya dedicamos un texto con motivo de “Lo imposible” (Juan Antonio Bayona, 2012), imprescindible para que el espectador no se sienta engañado.

A fin de cuentas, si todo iba a pasar así, pese a quien le pese y por encima de lo que sea, ¿qué diferencia hay entre ver esta película o cualquier otra? Ninguna, porque se convierte en un mero pasatiempo, una idea que vuelve a llevarnos, de nuevo, a la televisión. A la televisión entendida como un límite.