Por si quieres ver otras caras del mundo

Por si quieres ver otras caras del mundo

Escrito por pedrinho

Hace no muchos días, expusimos en estas mismas páginas nuestra previsible decepción frente al resultado de “50 sombras de Grey” (Fifty Shades of Grey, Sam Taylor Wood, 2015), que no resulta ser más que un intento de alborotar a las bien pensantes mentes dominantes de Hollywood. De ese supuesto camino por el lado oscuro, lo que uno podría esperar a tenor del revuelo mediático armado a su alrededor, no había nada una vez la cogías de la mano y la llevabas a dar una vuelta. Algo así como una conversación con algún punto picante con esa chica de la oficina que no tienes claro que si te gusta o no.

Lo que no le voy a negar a la película es que, eliminadas con rapidez sus imágenes de mi memoria, sí que me dejó una idea rondando con insistencia por la cabeza. Una que se formulaba con vestuario de pregunta (¿qué películas me han asomado al lado oscuro?), pero que en realidad se trataba de un deseo, de una intención que podríamos definir como pedagógica. No en vano, asomarse a ese otro lado de las cosas no tiene por qué ser sólo un deseo morboso (al menos no sólo a eso), sino que puede ser una buena lección, una forma de aprender que, aunque no hayamos probado en nuestras carnes ciertas experiencias, podemos adelantar o incluso imaginar cómo llegarían a afectarnos.

Por ese motivo, hoy, tirando de memoria y, una vez más, idealizando las películas pasadas, os dejamos cuatro cintas que sí nos asoman al otro lado de las cosas. Y ya que estamos asomados, os recomendamos mirar con atención y sacar vuestras propias conclusiones.

Combinado de hormonas, drogas y enfermedades de transmisión sexual 

Una vez que nuestro círculo de amigos llega a una cierta edad, es habitual que las realidades, y en consecuencia las conversaciones, pasen de girar en torno a tetas, culos y pollas, para hacerlo sobre pañales, biberones y plazas en guarderías o colegios. No se trata de una enfermedad o una plaga, tan solo es cosa del paso del tiempo. Un tiempo que pone distancia entre los que éramos (los que hablaban de tetas, culos y pollas) y lo que somos, una distancia que puede generar incomprensión. Sobre esa cuestión, sobre la distancia entre esos dos tiempos vitales (la adolescencia o la primera juventud y la edad adulta), sobre la amenaza de la incomprensión, del choque de realidades, trata “Kids” (id, Larry Clark, 1995), una película que escandalizó a la industria del cine estadounidense, que nunca tuvo claro cómo ubicarla en su rígido sistema de clasificación por edades.

339bbdc7aeac5c06f8e38199f6ceae2fObservando desde la distancia

En ella tenemos, desde una óptica que intenta ser fría, casi objetiva, como si de un documental se tratara, a la realidad de un grupo de chavales desconectados del mundo que les rodea, en el que sus padres sólo son unas figuras que pasan cada cierto tiempo y se encargan de suministrarles recursos económicos. En todo lo que a ellos les importa, en sus verdaderas prioridades (alcohol, primeros contactos con las drogas, sexo...), no pintan absolutamente nada. Eso implica que, en una cultura en la que prima la velocidad, en el que descubrir es acumular victorias (sean entendidas como coños desvirgados o como nuevas drogas probadas), los riesgos se perciben a la misma distancia que los padres. Unos riesgos que, si se convierten en certezas, van a golpear sus vidas con una intensidad que no llegarán a comprender, como lo puede hacer el SIDA (en el 95 estaba mucho más en auge que ahora la amenaza de las enfermedades de transmisión sexual) o una adicción que se descontrola. Eso sin llegar a entrar en todas aquellas que, aunque no tengan un impacto directo en su salud, la tendrán en sus propias vidas (dificultades de comunicación, personalidad y carácter propio, manejo de la frustración, capacidad de demorar las respuestas, gestionar que no todos los refuerzos son inmediatos, etc).

Desde el punto de vista cinéfilo, también resulta curioso ver cómo se movían en sus primeros papeles figuras como Rosario Dawson, Leo Fitzpatrick o Chloë Sevigny, hoy con sólidas carreras a sus espaldas.

Todas las caras de un primer amor

Resulta muy sencillo decir que “Las edades de Lulú” (Bigas Luna, 1990) muestra gran parte de esos territorios a los que “50 sombras de Grey” no se atrevió a acercarse. Un recorrido por esos rincones de nuestra sociedad, no visibles en primera instancia, en los que el mundo occidental muestra las múltiples expresiones menos convencionales de la sexualidad y el sexo. Un trayecto en el que no sólo impresionan (el sexo sigue siendo algo que impacta mucho en nuestra sensibilidad, como es lógico, ya que estamos predispuestos a ello) las formas o las apariencias, sino los juegos de dependencia emocional que puede desarrollar.

2dcb1cb78474d8ed678a3b6019584e66Las miradas del sexo

La protagonista, Francesca Neri, ha quedado amarrada a la idea que se formó de niña de un hombre maduro, y esa idea es la que la arrastra, siendo ya una mujer, a seguirlo a esos otros territorios en los que ella, por sí misma y sus circunstancias, no se habría adentrado. Espacios en los que es posible, e incluso deseable, el sexo con público, lugares en los que orientaciones o formas sexuales sí pueden mostrarse abiertamente, obligadas a cambio a estar unidas a prácticas como la prostitución o el sadismo. No en vano, en el mundo “normal”, en el que las peras y manzanas son siempre peras y manzanas, toda esa variedad no tiene cabida. El dilema llega cuando esa “depravación” pasamos de verla en los otros a reconocerla en nosotros mismos. Cuando no sabemos cuál es nuestro lado, o si tienen sentido esos lados, las preguntas se vuelven enormes.

Por supuesto, la película deja algo más que preguntas. Para mí, la alegría de ver a una de mis actrices fetiche, una María Barranco a la que se ha intentado encasillar demasiadas veces y creo que nunca suficientemente reconocida. Además, la gracia de reconocer a un Javier Bardem apenas estrenado en el cine y luciendo cachas antes de que se ganara el respeto de todos por algo que nada tiene que ver con su físico.

La pesadilla que se come los sueños

Tal vez, en el mundo más común en el que vivimos (supongo) la mayoría de nosotros, resulta más complicado imaginar o llegar a entender cómo el sexo puede arruinar la vida de alguien o arrastrarla a los desagües de la realidad. Sin embargo, es tremendamente sencillo hacerlo con las drogas. En pleno siglo XXI, una gran parte de nosotros conoce o ha conocido alguna de esas historias trágicas marcadas por la heroína, la coca o los psicofármacos con receta, esos dramas que pueden adoptar formas o personajes distintos, pero que casi siempre suelen tener el mismo desenlace (salvo que seas una megaestrella del rock y puedas permitirte programas de recuperación en centros milagrosos y transfusiones completas de sangre).

75c857f591324c2d0f1d37ff5e33af45El agujero más profundo

Ese es precisamente el guión que mueve la poderosa rueda de "Requiem por un sueño" (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000), una de las mejores películas de los últimos 25 años (y lo afirmo sin ningún tipo de pudor). Sin entrar a valorar las inmensas virtudes de su montaje, de la estructura narrativa o del uso de los pequeños espacios, esas pupilas que se dilatan y contraen responden a un mismo estímulo (la droga), pero nos muestran las diversas pieles que ese monstruo polimórfico puede escoger para someternos. A fin de cuentas, da igual que el sueño muera por un brazo gangrenado de tantos picos de aguja, no importa si tus huesos terminan en la cárcel o en un psiquiátrico, tanto da que dejes tu culo en pompa para que te sodomicen hasta que pierdas la memoria... lo único que cuenta es que todo eso lo haces por el siguiente gramo, por el próximo viaje, porque eso (el subidón) se ha convertido en tu verdadero sueño, llevándose por delante todos los demás.

Ni dentro, ni fuera, ni en ningún lugar

Tengo un recuerdo muy nítido de los disturbios de Villiers-le-Bel, en la prefectura de Val d'Oise, al norte de París, en el 2007. Imágenes de coches quemados, de enfrentamientos con la policía de cientos de chavales, muchos de ellos unos adolescentes, sin nada que perder y sin aspiraciones-esperanza, alojados físicamente en el llamado “primer mundo”, pero con una realidad cotidiana que los situaba en otro muy distinto (habría que precisar el número). Unos muchachos que eran los hijos del post-colonialismo, con padres de origen magrebí, árabe o subsahariano, nacidos en Francia, franceses, pero con una ciudadanía que no los equipara al resto de los franceses. Unos chavales que son el resultado de muchas ecuaciones de difícil solución en el ámbito económico, educativo, cultural y social. 

Recuerdo esas imágenes, así como que en el 2005 se produjeron otros disturbios semejantes, pero iniciados esa vez en Clichy-sous-Bois, en los que se repetían las mismas coordenadas (afueras de París, estrato social, franceses de primera generación, originados tras la muerte a manos de la policía de unos jóvenes de origen africano...). 

b641af8028122f1c7a58f0056bc35428Todos los colores del odio

Recuerdo esas imágenes, así como la prohibición de usar el velo en las clases, el ascenso de Le Pen, los asesinatos en la sede de Charlie Hebdó y muchas otras cosas semejantes. Recuerdo todo eso junto con una película de 1995 que me ayudó mucho más que una decena de artículos a entender de qué iban esos disturbios. "El odio" (La Haine, Mathieu Kassovitz, 1995), protagonizada por un joven Vincent Cassel y ganadora de varios premios a nivel europeo, incluido el de mejor director en el Festival de Cannes en 1996, relata precisamente esa realidad a la que se enfrentan jóvenes de origen árabe, magrebí, judío o del África negra en una Francia que a menudo nos desconcierta en lo que se refiere a la diversidad cultural. Sólo hay que darse una vuelta por París y respirar esa mezcla, esa riqueza surgida del collage, de la variedad de aportes y estilos, sólo hay que darse una vuelta por ahí para no entender después ni una sola palabra de ciertos dirigentes, normas y resultados electorales. La misma incomprensión, la misma, que tienen esos tres jóvenes a los que la cámara sigue observándolos a través de una lente que sólo nos deja ver en blanco y negro. 

Tal vez la forma de ver el mundo sea esa, en blanco y negro. O tal vez, en lo que se refiere al sexo, las drogas o la xenofobia, todo sea una cuestión de grises.