Review: Los Amantes del Círculo Polar (1998)

Review: Los Amantes del Círculo Polar (1998)

Escrito por Pedrinho

La memoria tiene mecanismos curiosos, casualmente sorprendentes en muchos casos. De “Los Amantes del Círculo Polar” (Julio Medem, 1998) se me quedó para siempre grabada una frase, pronunciada por Otto. “No tenía futuro ni destino, así que decidí inventarme uno: Finlandia”.

Para alguien que descubrió esta película años después de su estreno, cuando preparaba su estadía en ese mismo país nórdico, el impacto no podía haber sido mayor. Fue así como se forjó mi relación con esta piedra preciosa de Julio Medem, en base a una casualidad, a la memoria, al tiempo, la distancia y la magia blanca de esos paisajes finlandeses. Así pasé a convertirme casi en otro personaje de “Los Amantes del Círculo Polar”, uno que seguía los pasos de Ana y Otto, pisando sobre sus huellas, hurgando en el reflejo de sus ojos y recogiendo el rastro de sus besos. Porque ese es el único modo de ver esta obra del director vasco, completamente sumergido en ella, tanto que, cuando llega el final y aparecen los créditos, la sensación que te invade es la de haber vuelto de un largo viaje.

photo_9760.jpegAna y Otto, Otto y Ana

¿Hasta dónde me has llevado, Julio?

Los hechos, las certezas y la seguridad, son aspectos que poco tienen que ver con nuestra memoria. De una situación, de una época, de un momento concreto, poco importa eso que nos empeñamos en llamar la realidad. El recuerdo, la vivencia y la evocación de las emociones concretas que nos provocaron, son mucho más importantes para la memoria. La perspectiva es algo más que un marco de interpretación, es la herramienta que va a deformar lo sucedido (en mayor o menor grado) hasta convertirlo en nuestro recuerdo.

Eso es algo que Julio Médem, guionista y director de “Los Amantes del Círculo Polar”, tiene muy claro. Otto y Ana, Ana y Otto, son, más que dos nombres capicúa, una pareja capicúa. Dos personajes con una historia hecha de casualidades, encuentros, tropiezos, pérdidas y algún corazón roto, una que, la leas por dónde la leas, termina siendo la misma. Otto y Ana es lo mismo que Ana y Otto, pero no es lo mismo comenzar por uno de ellos que por el otro. Las memorias de cada uno, sus recuerdos, son distintos, por mucho que las caras de su corazón sean las mismas, las mires por dónde las mires.

De ahí que tenga mucho sentido esa repetición de recuerdos, esas escenas que vuelven, unas veces protagonizadas por Ana, otras vividas por Otto. Por eso ese cruce de un pueblo de Laponia es tan importante, porque las distancias, a pesar de que sólo hayan pasado unos metros o unos minutos, pueden ser igual de enormes estemos en el mismo lugar que en planetas distintos. Si no nos encontramos, seguimos alejados, porque la distancia (la añoranza) la marca el sentimiento, no las medidas físicas.

Lo que me dice mi memoria

Es imposible no dedicar unos minutos a recordar “Los Amantes del Círculo Polar” y no escuchar esa voz inconfundible de Najwa Nimri. Porque Najwa es Ana, una Ana tan excelsa que la voz de Najwa nunca ha vuelto a sonar igual. Una voz descubierta en “Salto al vacío” (Daniel Calparsoro, 1995), el mismo lugar en el que la encontró Julio Medem, y que expresa como ninguna otra todos los significados de la palabra susurro (¿promesa? ¿secreto? ¿sugerencia? ¿deseo?). Najwa tira de nuestra atención del mismo modo que Ana arrastra a Otto. Tira de él con tanta fuerza que es capaz de mandarlo a miles de kilómetros de distancia, a esa Finlandia convertida en el extremo del mundo, en un país de Nuncajamás en el que los niños perdidos pueden hacerse mayores y dejar de tener miedo al malvado Capitán Garfio.

photo_2435.jpegOtto, el mismo Otto aviador, como su abuelo

Lo malo, como sabe muy bien Otto, es que los recuerdos de un niño, de un adolescente enamorado, de un chaval que descubre el sexo, de un joven que ve los pedazos de su relación caídos por cada esquina, todos esos recuerdos siguen contigo por muy lejos que te vayas. La memoria es curiosa, pero también caprichosa y, por qué no decirlo, tiene un gusto acentuado por lo cruel. Otto, que es Fele Martínez, reproduce en su propia vida la historia de su abuelo (aviador alemán caído en una misión) y se cree sin destino. Fele Martínez, en la que puede ser la mejor interpretación de su carrera, cree que el destino es algo así como la fe, algo que mueve cada uno de tus pasos. Un concepto tan claro en su cabeza que no es capaz de reconocerlo en su propia vida. Acaso, ¿qué nombre se le ocurriría a Otto al hecho de encontrarse con una niña que sería el amor de su vida, que sus padres, el suyo (Nancho Novo) y la madre de ella (Maru Valdivieso), se enamoren y se vayan a vivir juntos llevándolos con ellos, o que en un cruce de Finlandia vuelva a tropezar con Ana?

Tiene razón, eso no es el destino, es la casualidad, el auténtico motor del mundo.

Postales visuales y sonoras

Hay cientos de motivos más para ver “Los Amantes del Círculo Polar” si en esta review no te hemos dado hasta el momento uno que te convenza. Sin embargo, vamos a quedarnos con las postales como uno de los argumentos definitivos.

Comentábamos más arriba que adentrarse en una película de Julio Medem es como hacer un viaje (como todos los viajes, estos no siempre son fáciles, cómodos o incluso agradables), uno del que te traerás como recuerdo esas inevitables postales. Porque es imposible ir a Roma, Londres o New York y no traerse una postal, por muy en contra que estés de los regalos típicos para turistas. Del viaje por “Los Amantes del Círculo Polar” te vas a traer tus propias postales, postales visuales y sonoras de esas que, cuando las vuelves a encontrar, siempre te sacan una sonrisa (otra vez la memoria haciendo de las suyas).

photo_3005.jpegUnos ojos que atrapan, una voz que cautiva

La fotografía de la película no desmerece ante la de las obras de Krzystof Kieslowski en las que está inspirada. Ayudan, sin duda, esos paisajes del País Vasco y de Finlandia, en los que la humedad y el frío parece colarse a través de la pantalla. Ese gris que, además de dar color al cielo sobre tu cabeza, puede llegar a apretarte la garganta. Una mirada que, como no podía ser de otra forma, está marcada por la naturaleza, por la piedra, por el agua y por la nieve. Cualidades que, aunque vieras la película sin voz, servirían para mantenerte con la vista puesta en la pantalla.

Pero “Los Amantes del Círculo Polar” (Julio Medem, 1998) no te entra sólo por los ojos. A través del oído encuentra el camino perfecto para llegar a tu interior y dejar frases que pueden llegar a convertirse en la etiqueta para un momento concreto de tu vida. Tal vez puedas necesitar, como Ana, que te envuelvan en papel de regalo un corazón rojo que sustituya a uno roto. Quizás, como Otto, te has preguntado si las niñas se hacen las mismas preguntas que los niños. Puede que, como el que esto escribe, en un momento te creas sin destino ni futuro y decidas inventarte uno, aunque no esté en Finlandia.

Y una película capaz de regalarte un destino es una película inolvidable.