La mejor película que (probablemente) no has visto

La mejor película que (probablemente) no has visto

Escrito por pedrinho

A la hora de plantear los criterios que nos servirían para discriminar una buena película de otra que no lo es, podríamos aludir a ciertos aspectos de carácter casi objetivo, como el ritmo de la narración, el equilibrio de los puntos de giro, las subtramas que apoyan la historia principal, la credibilidad de los personajes... una serie de cualidades de grado, en las que pocas veces se plantea una cuestión de todo o nada, pero con las que sí podemos diferenciar de un modo bastante coherente entre películas buenas y malas. Teniendo en cuenta esos detalles, resulta evidente en qué grupo podríamos situar cintas como “Slumdog Millionaire” (id, Danny Boyle, 2008) o “Australia” (id, Baz Luhrmann, 2008), por citar sólo dos ejemplos que nos parecen bastante ilustrativos del planteamiento.

Sin embargo, a la hora de escoger, de entre las buenas, la mejor película, la cuestión se complica bastante más, porque en la decisión adquieren mucha más relevancia aspectos de carácter subjetivo. Una realidad que, no lo duden, hemos tenido muy presente a la hora de escoger el título de este texto. Siendo conscientes de ese detalle, a quien esto escribe, que ya un día se atrevió a plantear unas pautas para reconocer una mala película, no le tiembla el pulso al aventurarse a afirmar que la película de la que vamos a hablar, una gran obra que no tuvo el reconocimiento merecido (y eso que se llevó el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa en 1998), es la mejor de todas las que no habéis visto. Una afirmación que asentamos no sólo en el hecho de que cumple a rajatabla las pautas objetivas establecidas para discriminar entre buenas y malas, sino que cuenta con el mérito de plantear preguntas, de hacer de su visionado algo más que un 'matar el tiempo' durante hora y media delante de una pantalla.

90d960dfac06e7e7da807a194920dd24No quiero cambiar, pero quiero que me quieran igual

La película de la que os hablamos es “Mi vida en rosa” (Ma vie en rose, Alain Berliner, 1997), una producción franco-belga-británica que, como era de esperar, no contó con una distribución masiva, pero sí que sacudió bastantes conciencias dentro de eso que llamamos el 'pensamiento único', ese universo en el que términos como 'multicultural', 'diversidad', 'tolerancia' y muchos otros, no son más que entes vacíos de contenido que se usan en discursos para quedar bien, sin que tengan el más mínimo peso en la vida real (donde importan tanto nuestros actos como nuestras palabras).

Ludovic y el lío de las X y las Y

Describir la trama fundamental de la película resulta de lo más sencillo. El protagonista, Ludovic (Georges du Fresne), es un niño de siete años que entiende el mundo como una niña. Es más, quiere ser una niña y su comportamiento y modo de enfocar la realidad asume que, tarde o temprano, terminará siendo una niña. Como era de esperar, la familia (sus padres, hermanos mayores, dos niños y una niña, su abuela), el colegio y todo el vecindario (tiene gran relevancia, porque ahí se encuentra Jerome, con quien juega Ludovic, el hijo del jefe de su padre) no entienda, ni acepta el comportamiento del niño, lo que provoca numerosas situaciones de frustración, tanto para el propio niño como para la familia en su conjunto.

e0b87226a73b34cfb97355cd435b4a04Así se presenta Ludovic al vecindario

La narración de “Mi vida en rosa” se centra en ese periodo de la vida de Ludovic, en el que recibe multitud de información, tanto de sus mayores como de sus pares, sobre cuál es el comportamiento correcto (lo que se debe y lo que no se debe hacer) y las consecuencias que tiene el alejarse de esa normalidad que nunca sabemos muy bien dónde está exactamente. Los conflictos se generan a todos los niveles, tanto del niño con sus padres, como de estos con su entorno, ya que los ve como quienes no son capaces de controlar a su hijo, mientras que ellos prefieren plegarse a las exigencias de ese entorno antes que satisfacer las necesidades de afecto y comprensión del pequeño.

A lo largo de toda la cinta, vemos como la familia y la sociedad reacciona al comportamiento del niño de modos muy diversos, desde la abuela que quiere 'dejarle vivir su fantasía' hasta la madre que termina actuando de forma violenta, cortándole el pelo e incluso abofeteando al niño mientras le pregunta '¿por qué nos haces esto?'. Todos actúan e intentan influir en Ludovic, pero ninguno intenta comprender lo que sucede. El único de todos que lo tiene claro es el propio niño, quien en una secuencia genial junto a su amigo Jerome, le explica que lo suyo ha sido un error con las X y las Y, que Dios tiró una de sus X a la basura por equivocación.

bf9a6b27715af1ed40ad0c5bae5344d3En busca del mundo, y la vida, que le espera

La consistencia del punto de vista

En medio de la dureza por la que atravesamos en varias ocasiones a lo largo del metraje, en especial por las implicaciones emocionales que todo tiene en un niño que se enfrenta a amenazas de 'ir al infierno' y cosas del mismo cariz pedagógico, cuando el 'no quiero cambiar, pero quiero que me quieran igual' (una frase absolutamente brutal), es la consistencia de todo el planteamiento de Alain Berliner (responsable, junto a Chris Vander Stappen, también del guión) uno de los principales puntos fuertes de la película. Durante toda la película, se mantiene un acercamiento consistente al conflicto, fijando los mismos referentes sobre los que Ludovic ha construido su universo (su muñeca Pam, la idea del matrimonio entre hombre y mujer, la ropa como principal vehículo de comunicación de la identidad de género). Así, en todo momento, quien mantiene la posición más coherente con sus convicciones es el niño mientras busca la llave que le pueda permitir salir del cuarto en el que está encerrado (así interpreta aspectos como la llegada de la menstruación, el ya citado de los cromosomas), ya que los demás, los adultos, interpretan siempre ese doble juego del 'qué dirán', tratando de encontrar un equilibrio donde no es posible.

Ayuda mucho a esa sensación de consistencia de la película el colorido, el punto de vista de la cámara (la mayor parte del tiempo a la misma altura de la visión del niño) y la forma sutil en la que se incorporan elementos físicos que transmiten ideas claras (el altar con la muñeca, Ludovic dentro de una portería, atrapado por su red, llorando porque no quiere ir al infierno). Esa presentación de detalles resulta especialmente notable, ya que es un buen reflejo de cómo la sociedad, sin un lenguaje explícito, sino utilizando símbolos cargados de significado, nos va indicando lo que espera y lo que no espera de nosotros.

c19e8dcb5b218f47e665ea50e43bb961Una única escena de familia, dos universos en una mesa

Un espejo frente a nosotros

Evidentemente, “Mi vida en rosa” es una película triste, un drama, pero ese no es su rasgo fundamental. La utilización de Ludovic como el principal canal de comunicación del conflicto, en el que ya hemos dicho que él es el único que se comporta con madurez, asumiendo una situación y buscando fórmulas para resolverla (lo que no quiere decir 'cambiar'), mantiene uno tono infantil y un enfoque esencialmente positivo, ya que son los demás, no él, quienes lo viven como una falta. Por supuesto, la cinta resulta especialmente pedagógica, pero en este caso no por la comprensión de una encrucijada vital como la que vive el protagonista que nos pueda ayudar a tener (la empatía con Ludovic puede ser limitada), sino porque nos pone un espejo delante de los ojos.

5d98d683f3c34197ee3db7529c8ad610Las lágrimas de Ludovic

Al igual que en una película como “12 años de esclavitud” (12 years of slave, Steve McQueen, 2013), el gran poder este tipo de cintas, que podríamos definir como 'de denuncia', no estriba en su capacidad para hacernos vivir la injusticia o el infierno por el que pasa el personaje principal. A fin de cuentas, nosotros no somos personas de color que vivan en los estados esclavistas del sur de Estados Unidos en el siglo XIX, ni tampoco un niño de siete años con una identidad de género que no coincide con su sexo (al menos no los que estén leyendo este texto), y por eso el alcance de esa 'comunicación' es limitado. Sin embargo, nosotros sí somos los que alguna vez hemos sido racistas o hemos discriminado o vejado a alguien por su orientación sexual. Sí, nosotros podemos formar parte de ese vecindario que ahoga a Ludovic, podemos ser algún día sus padres o sus hermanos o sus compañeros, así que la cuestión está en saber cómo nos comportaremos entonces.

En “Mi vida en rosa” tenemos muchas pistas de cómo podríamos comportarnos. Pero lo que es más importante, tenemos las preguntas que debemos hacernos para comportarnos del modo en el que creemos que deberíamos hacerlo.

¿Alguien se apunta a demostrar que 'tolerancia' y 'aceptación de la diferencia' no son dos ideas vacías adulteradas por los discursos del 'bienpensamiento único'?