Cuando hablamos de nuestras películas favoritas, podemos distinguir tres tipos: los títulos que nos acompañan desde la infancia y que precisamente por ello son considerados de culto; los filmes que hemos conocido de adultos y que, por una razón u otra, nos han sorprendido y enamorado; y las películas que han estado con nosotros mucho tiempo sin que fuéramos conscientes de su presencia hasta que, un buen día, nos hemos dado cuenta de que se han ganado nuestro corazón. En mi caso, ‘Mucho ruido y pocas nueces’ (‘Much ado about nothing’, Kenneth Branagh, 1993) forma parte de ese grupo.
Kenneth Branagh es un director, guionista y actor británico que pasará a los anales del cine sobre todo por su devoción hacia William Shakespeare. Ha adaptado para la gran pantalla numerosas de sus obras –curiosamente, no la más conocida, ‘Romeo y Julieta’- y siempre en el contexto original –nada de aportarle un toque moderno para atraer a una mayor audiencia-. De todas ellas, la que más éxito le ha reportado en taquilla, pero no entre los críticos, o, mejor dicho, entre los que otorgan los premios, ha sido ‘Mucho ruido y pocas nueces’.
'Mucho ruido y pocas nueces', una historia de parejas
Dos romances
La película adapta una comedia de Shakespeare sobre el amor y las relaciones de pareja, un tema tan viejo como el mundo. Los protagonistas de la historia son, por un lado, Beatriz y Benedicto, dos firmes opositores al matrimonio que, como bien reza el dicho ‘los que se pelean se desean’, acabarán sucumbiendo al romance. Por el otro, están Claudio y Hero, jóvenes enamorados que verán peligrar su romance por una conspiración.
Las dos parejas representan maneras distintas de vivir el amor: la una, madura pero al mismo tiempo arbitraria, pasa del rechazo inicial a la pasión incontrolable; y la otra, más ingenua y dulce, surge de un flechazo a primera vista. En ambas, los malentendidos juegan un papel esencial, determinando los desenlaces y dejando por el camino situaciones muy divertidas.
La historia se completa con una serie de personajes magnéticos y otros esperpénticos, que deben su fama a la convicción con que los encarnan sus actores. Además, se desarrolla en un enclave de ensueño y llega adornada con buena música (la canción ‘Sigh no more, ladies’ figuraba en la obra original).
Pero esa magia de otro siglo y otro mundo que transmite ‘Mucho ruido y pocas nueces’ tiene su origen tanto en el libreto escrito por Shakespeare a finales del siglo XVI como en el buen hacer de Kenneth Branagh.
Hero y Claudo, los amantes ingenuos
Genio multiplicado por tres
Branagh como director convierte una película de cine en un espectáculo teatral de máximo nivel. Resulta imposible ver ‘Mucho ruido y pocas nueces’ sin recordar que se trata de una pieza escrita para ser representada en un escenario. Las situaciones, los lugares e incluso las interpretaciones de los actores desprenden teatralidad por todos los costados. Y, como suele ocurrir con las buenas comedias de teatro, el público disfruta a lo grande.
Pero, además, Branagh va un poco más allá y se atreve con dos planos secuencia que sorprenden y maravillan: el primero en el jardín junto a la fuente, y el segundo al final de la película. Ambos tienen un elemento común: la canción ‘Sigh no more, ladies’, sólo que en uno la interpreta el personaje de Balthazar (a quien da vida el compositor, Patrick Doyle) y en el otro canta un coro de voces.
Los valores que menciona la canción, amor caballeresco e inocencia de la mujer, constituyen el eje de la trama. Y, así, Branagh utiliza la canción para distribuir las escenas, repitiéndola hasta tres veces. De esta forma, sus estrofas abren la película, esta vez pronunciadas por Beatriz; luego, en el jardín, proporcionan el momento de sosiego que precede a la tormenta; y, al final, sirven para cerrar el filme con la alegría que transmite la música.
Kenneth Branagh y Robert Sean Leonard
Por otra parte, Branagh como guionista da en el clavo al elegir los mejores versos de Shakespeare y trasladarlos a la película tal cual. El escritor británico era un genio de la pluma que no necesita añadidos o modificaciones para hacer sus obras más atractivas. Así, ‘Mucho ruido y pocas nueces’ es, además de una película para ver, un filme para escuchar. Porque frases como ‘Siempre dije que moriría soltero pero nunca pensé que viviría para casarme’ o monólogos sobre las cualidades de la mujer perfecta que terminan con ‘Y que sus cabellos sean del color que Dios quiera’ no tienen desperdicio alguno.
Por último, Branagh como actor se come la pantalla. Logro que comparte, no obstante, con Emma Thompson. La pareja, matrimonio en la vida real por entonces, demuestra una química innegable en cada uno de sus encuentros. De hecho, ‘Mucho ruido y pocas nueces’ es, ante todo, Benedicto y Beatriz, Branagh y Thompson, y las escenas más memorables son las que protagonizan ellos.
Volviendo a Branagh, el actor interpreta el que hasta la fecha es, según mi opinión personal, su mejor momento en la gran pantalla. Se trata del monólogo previo y posterior a la trampa que le tienden Leonato, don Pedro y Claudio, cuando le hacen creer que Beatriz está enamorada de él. Una escena que podría ver una y otra vez sin cansarme y que, junto con el plano secuencia y el fragmento correspondiente a Beatriz, conforma uno de mis momentos preferidos de la historia del cine.
Benedicto y Beatriz, los amantes reacios
Un reparto de lujo
Además del magnetismo de Kenneth Branagh y su complicidad con Emma Thompson, en ‘Mucho ruido y pocas nueces’ también destacan las actuaciones de Denzel Washington, carismático príncipe don Pedro; Michael Keaton, ridículamente divertido Dogberry; un convincente Robert Sean Leonard; una novata Kate Beckinsale; y un experimentado Richard Briers. Incluso Keanu Reeves sabe sacarle partido a su inexpresivo rostro en el rol de villano de la función.
Todos ellos dan lo mejor de sí en una película que continúa divirtiendo y enamorando a pesar de que sus valores se sienten bastante anticuados. Pero quién puede resistirse a las perlas que se sueltan los personajes de Benedicto y Beatriz entre un ‘Sigh no more, ladies’ y otro.