Aprovechando el comienzo del 2015, superado el shock de las transparencias de Cristina Pedroche (¿somos los únicos que consideramos que no daba para tanto? si hubiera salido en bikini tal vez sí, pero no fue el caso) y siendo tan poco originales que tiramos de tópicos como el de “año nuevo, vida nueva”, aprovechamos este primer texto del mes de enero para presentar un especial sobre Nacho Vigalondo, personaje con tantos fieles como detractores, más conocido como personaje de la cultura televisiva que por los proyectos que realmente ha llevado a buen puerto.
Sin embargo, desde el punto de vista de Spoilercat, la faceta verdaderamente interesante, la única interesante en realidad, es la de director (que en su caso se mezcla sin un límite definido con la de guionista), con la que consigue dejarnos propuestas que destacan más por su originalidad y el nada convencional planteamiento de partida, que por lo buenas o malas, en sentido estricto, que puedan ser. Es esa una característica que juega tanto a su favor como en contra, ya que donde para unos hay riesgos y falta de complacencia, para otros hay ganas de dar la nota y autobombo.
NachoVigalondo: personaje, creador, director, guionista...
Tres proyectos, tres resultados, una pauta
La trayectoria de Nacho Vigalondo nos permitiría hacer muchas paradas. Podríamos hablar de sus escarceos televisivos, tan variados como, incluso, desconcertantes, alternando guiones en “Muchachada Nui” o “Vaya semanita” con inmersiones mediáticas del calibre de “Gran Hermano 2”, con lo complicado que resulta congeniar coordenadas tan distantes en un mismo perfil. Tendríamos ocasión de explayarnos en sus incursiones interpretativas, con muchos momentos en los que se ha dedicado a interpretar lo que ha preferido (o podido) plasmar por sí mismo, antes que adentrarse en el duelo comunicativo director – actor. Tampoco sería una locura dedicarle tiempo a sus trabajos menos conocidos o a sus participaciones en proyectos corales como “El ABC de la muerte” (The ABCs of Death, múltiples directores, 2012), producción neozelandesa compuesta por 26 cortometrajes.
Imagen de "El ABC de la muerte"
Sin embargo, a pesar de todas esas alternativas, hemos preferido dedicar esta serie de textos sobre Nacho Vigalondo a los que consideramos sus tres obras principales, el corto “7:35 de la mañana” (2003), su primer largo, “Los cronocrímenes” (2007), y a su último trabajo, "Open windows" (2014), protagonizado por un Elijah Wood, que además de ser Frodo Bolsón, es también conocido por ser un habitual en las películas en habla inglesa de directores españoles, rol que ya había desempeñado en “Los crímenes de Oxford” (The Oxford Murders, Álex de la Iglesia, 2008).
¿Por qué hemos escogido estas tres obras? Porque estamos convencidos de que en ellas es en las que mejor se refleja lo que aporta Nacho Vigalondo a la escena cinematográfica: un guión que marca todo lo demás, un reflejo muy personal del modo en el que puede relacionarse realidad y ficción, un convencimiento de que los extremos permiten relatar de forma más adecuada los sentimientos más cotidianos y, por último, el convencimiento de que la forma es tan importante como el contenido. Es decir, el cómo es, por lo menos, tan relevante como el qué.
7:35 de la mañana
Conseguir que tu primer corto, digamos que el primero en serio de todo, sea nominado a los premios Oscar, te lanza al medio y medio del universo cinematográfico, te convierte en un nombre a seguir, uno a tener muy en cuenta. Lo cierto es que no era para menos, no sólo por ese tipo de repercusión, sino por la tremenda originalidad de la trama sobre la que se asienta “7:35 de la mañana”, donde tenemos la misma historia de amor no correspondido y final trágico tantas veces contada (y vuelta a contar), pero puesta en pie de un modo tan peculiar que resulta imposible permanecer indiferente a ella. Sí, el visionado de este corto, que podéis realizar en cualquier momento con solo entrar en Youtube, no permite mostrarse impasible, ni durante su propia visión, ni una vez terminado, cuando estamos en disposición de sacar nuestras propias conclusiones.
Un primer plano inconmensurable
Los primeros planos de una Marta Belenguer, que tiene la genial cualidad de dejarnos siempre con ganas de más, sobre todo en gran parte de los cortos en los que ha participado, y a la que creemos que todos esos minutos de exposición en “Aquí no hay quien viva” o “Cámera Café” no le hacen verdadera justicia, la delirante coreografía de bar con fauna de lo más variopinto, la orgía final de confeti… son tantos los detalles, que los menos de ocho minutos de duración no tienen ningún tipo de desperdicio.
El hambre agudiza el ingenio
“7:35 de la mañana” reaviva una sensación que nos dejan multitud de primeras obras, esos proyectos iniciales en los que sólo las restricciones (de presupuesto, de medios, de atrezzo, de…) son mayores que las ilusiones de todos los implicados. Unas limitaciones que obligan a todo el equipo a tirar de ingenio, a ver oportunidades dónde muchos tan solo verían trabas, que, en su deseo por convertir en invisibles esas barreras, acaban siendo capaces de abrir nuevas puertas y caminos a los que en otra realidad más opulenta no habríamos prestado atención. Sí, por eso en muchos casos, cuando ese prometedor creador novel pasa a “jugar con los mayores”, con más medios, más dinero y más producción, la decepción es tan acusada, porque nos confirma que en ese momento, cuando tiene el mundo a su disposición, ha dejado atrás aquello que le hizo ganarse su gran oportunidad: el riesgo y el ingenio.
Una cara común a primera hora de la mañana
El rodaje en blanco y negro, su decisión de ser él mismo guionista e intérprete, en la que, además del narcisismo, hay una evidente determinación por ganar tiempo, evitando el tener que trasladar a otro una idea que ya tienes dentro; el uso de una única localización… todo nos cuenta la misma historia, la de alguien que sabe a dónde quiere llegar y está dispuesto a sortear los baches que sea preciso, porque eso no va a cambiar el punto de destino.
Lo que se ve, lo que se imagina
Nacho Vigalondo consigue contar muchas cosas en “7:35 de la mañana”, algunas con más pericia (la entrada en escena de Marta Belenguer y toda la secuencia hasta que se sienta en la mesa es brillante) que otras (el momento de tensión cuando uno de los retenidos intenta salirse de la partitura no está del todo logrado), pero para nosotros lo más grande de este cortometraje es que la impresión que te deja, la historia que recuerdas un tiempo después, excede por mucho la duración del cortometraje.
¿Acaso no resulta fascinante pensar en cómo expuso su plan el suicida a todos los clientes del bar que iba a mantener secuestrados? ¿No os relaméis imaginando cómo pudieron ser los ensayos de la coreografía, con un director con un cinturón de dinamita marcando las pautas de unos bailarines a punto, sino lo han hecho ya, de mearse en los pantalones? ¿No se repiten en vuestra cabeza las preguntas que pudo haberse hecho ella, con los rizos salpicados de confeti, en el camino de vuelta a casa, al día siguiente o en el primer aniversario de una declaración de amor de semejante calibre, una de tal magnitud como no se encontrará otra en la vida?
Eso es lo verdaderamente impactante, la muestra del alcance real de esta obra, esa semilla sembrada en nuestro interior que nos lleva a pensar en el antes y en el después, ampliando por mucho unos límites que, ilusos nosotros, habíamos puesto en un lapso de tiempo de diez minutos. No sé si eso se merece un Oscar, pero sí se merece que hagamos de “7.35 de la mañana” uno de los must see de cualquier aficionado al cine con intención de dejar pasar el tiempo delante de la pantalla.
Nos vemos en "Los cronocrímenes"