Mirar a las estrellas es uno de los ejercicios que más ha atraído al ser humano desde sus orígenes. Una actividad que ha despertado pasiones, generado preguntas y alimentado un montón de horas perdidas observando el infinito (actividad también muy valorada por el ser humano). Además de eso, mirar a las estrellas también estimula la imaginación. No hay más que recordar los nombres dados a las constelaciones, gracias, en muchos casos a referencias, cuando menos, de lo más imaginativas (no, no le busquen los dientes o los pelos a la Osa Mayor o Menor).
Mirar a las estrellas ha dado para mucho: para encontrar un pesebre en Belén, según la Biblia; para que Simba recupere el contacto con Mufasa, según Walt Disney; e incluso para que más de uno se jugara la salud, desde la mental, como el bueno de Johannes Kepler, a la física. En las estrellas, paradójicamente encontró el camino al fondo de la tierra Giordano Bruno, porque la Inquisición podía aceptar que una estrella guiara a los Reyes Magos cargados de oro, incienso y mirra (versión retro de “Bajarse al Moro”), pero no era capaz de tolerar sugerencias sobre que la Tierra girara alrededor del Sol, y no al revés.
Las estrellas a través de los siglos
Mirando las estrellas con otros ojos
Lo que encontramos al contemplar las estrellas puede que, como la moda o la música, sea un ejercicio que depende de la época en la que vives. Así, en la Edad Media podían ver el Apocalipsis, en el Renacimiento veían otro mundo posible y en el Star System de Hollywood reconocen un molde para las baldosas del Boulevard de la Fama. Yo, como producto de mi tiempo (y de mis circunstancias), cuando miro a las estrellas me encuentro con el Halcón Milenario, a Buzz Lightyear y, cómo no, a Mr. Spock. Sí, para mí, y creo que para muchos otros, las estrellas son ese fondo de pantalla sobre el que corren las letras de “La Guerra de las Galaxias” (id, George Lucas, 1977), el decorado en negro por el que, si prestamos atención, vemos pasar a HAL 9000 dirigiendo los pasos del Discovery o al propio Enterprise comando por el emocional Capitán Kirk, que tiene su contrapunto perfecto en Mr. Spock, ese vulcaniano inconfundible vestido con mallas de poliéster, orejas puntiagudas y flequillo de moderno gafapasta.
Leonard Nimoy con el elenco de "The Bing Bang Theory"
Así sucede cada vez que veo las estrellas, cuando contemplo ese mantel negro salpicado de luciérnagas intergalácticas, ese universo del que todos nos juran que es infinito, que nació de un Bing Bang imposible de concebir por la mente humana (al menos por todas las que no pertenezcan a Stephen Hawking). Cada vez que dejo vagar mi vista por esa pantalla interminable, cada vez, me encuentro con el señor Spock. Sí, me lo sigo encontrando, a pesar de que haya dejado atrás a Leonard Nimoy, el responsable de darle vida, aquel al que se le ocurrió por vez primera el saludo vulcaniano que soy imposible de reproducir (no hay duda de que soy un terrícola en toda regla), un gesto que ha bajado desde los viajes interestelares de la saga de Star Trek, ejemplo de longevidad, iniciada en 1979 y cuyo último capítulo lo tuvimos en 2009, firmada por J.J. Abrams, para ser parte para siempre de la cultura popular, como el propio Spock, la lata de sopa de Andy Warhol, la lengua de los Rolling Stones o los desvaríos sado-eróticos de Milley Cirus.
El Spock que nos queda
El saludo por excelencia
Es imposible definir en medida alguna la dimensión del impacto espacial de Spock (no sabemos qué opinarán en Vulcano de él), pero aquí en la Tierra resulta sencillo saber hasta dónde ha calado su figura: ha formado, nada más y nada menos, que de “Los Simpsons” y ha aparecido en “The Bing Bang Theory”. De ese modo, Spock se ha convertido en una figura reconocible, tanto para puretas con síndrome de Peter Pan que no se pueden quitar su traje de “trekie”, como para los niños de Barcelona 92, los que se criaron con el boom de las televisiones privadas, e incluso para los chavales del siglo XXI, que se ríen con las freakadas de Leonard y Sheldon mientras comentan su realidad en 140 caracteres a través de Twitter.
Star Trek en Los Simpsons
Sí, esa es la medida de Spock, pero no es la de quien queremos hablar, aunque parezca mentira, porque Spock no es quien ha muerto hace poco, eso es evidente. Quien se ha marchado, dejando días antes un tuit (muestra de su adaptación tecnológica) que muchos vieron como premonitorio, es Leonard Nimoy, el hombre, el ser humano, aquel que mantenía una relación tan particular con su alter ego espacial que escribió dos libros de memorias, uno titulado “I Am Not Spock” (1975) y otro “I Am Spock” (1995).
Soy y no soy Spock
Ahí, en ese amor-odio con su otro yo, con ese otro que se apoderó de parte de su vida, ese otro capaz de quedarse con gran parte de su necrológica, incluso cuando no es él quien ha muerto, sino Nimoy, Leonard Nimoy, ahí sí que hay un material verdaderamente interesante. Tanto, por lo menos, como todos esos viajes en el Enterprise, porque, a fin de cuentas, ese universo por el que viajamos cuando miramos a las estrellas (y, por extensión, por el que viajan todas las naves espaciales que hemos imaginado), nunca será tan grande como esa mente que crece y crece tras esos ojos con la vista puesta en el confín del Universo.
Hay Leonard más allá de Spock: fotógrafo, poeta, actor de teatro...
Una mente capaz de convertir a una figura como Mr. Spock en un concepto, en una idea que trasciende sus orígenes (un personaje en una serie), su tiempo (las décadas de los 60 y 70) e incluso el cuerpo humano en el que tomó forma (nuestro homenajeado Leonard Nimoy), una figura a la que hoy, en el 2015, le dedicamos esta página de Spoilercat, pero sobre la que estamos seguros que habrá más textos en Internet (o en lo que sea que se asienten las comunicaciones online entonces) para el 2045 o el 3015.
Puede que entonces sean los propios vulcanianos los que lean las palabras dedicadas a ese vulcaniano ilustre.