Mantener una norma vital no es nada sencillo. Establecer un criterio de actuación y aferrarse a él en todo momento, estableciéndolo como una pauta de comportamiento que pueda predecir nuestro modo de enfrentarnos a las situaciones, no es algo muy habitual. En realidad, lo más común para cualquiera de nosotros, grupo en el que me incluyo, es que los compromisos no pasen de ser palabras lanzadas al viento con más o menos pompa, pero que pronto quedan en nada.
¿A qué viene esta disertación sobre la condición humana?
Viene a que hoy quiero presumir de que sí cumplo una de mis normas vitales (puede que la única, pero no vamos a entrar en eso). En lo que al cine se refiere, tal y como ya os había asegurado (a los que estéis al otro lado, que alguno habrá) en otras reviews, nunca me acerco a una película de esas que salen en los telediarios y se colocan en las portadas hasta que no ha pasado un buen tiempo de su estreno. De ese modo, consigue mitigar el efecto #hype, diluir la posible influencia (que algo siempre queda) de esas múltiples opiniones lanzadas a diestro y siniestro desde los lugares más comunes de las revisiones cinematográficas.
La sombra más bella
Teniendo en cuenta que “50 sombras de Grey” (Fifty Shades of Grey, Sam Taylor Wood, 2015) se estrenó en España a comienzos de este 2015, hace casi cinco meses, he contado con tiempo suficiente para que se me olvidara que en algún medio hablaron de ella como el fenómeno mediático de la temporada. Hay que ver lo que da de sí sugerir un poco de sexo crudo en la gran pantalla.
El mejor resumen de la película
He dedicado unos minutos, no demasiados, que no hacen falta, a pensar en cuál sería el mejor resumen de la propuesta que nos trae Taylor Wood con “50 sombras de Grey”. Desconozco hasta qué límites o fronteras intentará llevarnos la novela de E.L. James (y nunca lo sabré, porque no pienso leerla), pero la verdad es que la película se queda a años luz de algo que podamos entender como sórdido o descarnadamente sexual, tal y como pretende sugerir el propio texto promocional de la cinta:
Ana es una estudiante universitaria inexperta a la que le encargan hacer una entrevista al enigmático multimillonario Christian Grey. Pero lo que empieza como un trabajo pronto se convierte en un romance poco convencional. Dejándose llevar por el sofisticado estilo de vida de Christian, Ana pronto encuentra otro aspecto de él cuando descubre sus secretos y explora sus propios deseos. Todo acaba resultando en un romance apasionado, incontenible, en el que Christian y Ana ponen a prueba los límites que podría alcanzar su relación.
Mucha luz para 50 sombras
A mí, lo más que me ha provocado es la vuelta de algunos recuerdos de la infancia y la primera adolescencia, en los que escuchaba desconcertado el revuelo que se armaba en familias bien porque una niña había enseñado las bragas en público o un grupo de chavales de uniforme (con su polo blanco y sus pantalones por encima de la rodilla) comentaba en medio de la impresión el movimiento de los pechos de las chicas al correr en clase de gimnasia. A los de mi colegio, en el que los mayores habían abierto un agujero desde el que se podía ver las duchas del baño de las chicas o te informaban del modo más económico de conseguir una felación, esas cosas no nos impresionaban demasiado.
Pues bien, “50 sombras de Grey” no está pensada para los que fuimos a mi colegio o nos criamos en mi barrio. Todo en ella, desde su lenguaje a su puesta en escena, desde la mirada de la cámara a las sugerencias del sonido, desde los matices (pocos) del guión al desenlace de la trama, todo, todo ha sido creado pensando en que todo el público procede de una familia bien o ha ido a una escuela con segregación por género y niños vestidos de uniforme.
Una mirada que es sólo una máscara
Sadomasoquismo para todos los públicos
Si uno espera (o desea, que también cabe la posibilidad) encontrar escenas de sexo desnudo, situaciones que nos pongan en los límites de lo tolerable o que nos obliguen a dudar sobre lo que consideramos apropiado en nuestra sexualidad... mejor que siga esperando, porque en “50 sombras de Grey” no va a encontrar nada de eso. Sí, así es, más allá de las cintas de seda para atar las muñecas, unos delicados golpes con una fusta o un par de cunnilingus algo disimulados, en esta película no hay rastro de sátiros, sadomasoquismo, vejaciones o bondage de ningún calibre.
En realidad, salvo las referencias a la negociación del contrato amo – sierva, que se extiende por un buen número de escenas, o la imagen, más o menos impactante (para quién no haya visto algo semejante con anterioridad) de una joven atractiva desnuda colgada por las muñecas, no hay ni una sola escena que podamos asociar con el concepto más amplio del sadomasoquismo que todos compartimos. No hay nada cercano, ni por asomo, a lo que nos podemos encontrar en cualquier párrafo del Marques de Sade o en una secuencia de “Las edades de Lulú” (Bigas Luna, 1990).
Juegos de ascensor
El poso en la memoria
Como hace bien poco que he visto “50 sombras de Grey”, otra de las ventajas de no haberme dejado llevar por el hype en su momento, todavía no la he olvidado completamente (si la hubiera visto en febrero ya no quedaría nada de ella en mi memoria). Eso sí, no es que tenga demasiadas huellas de su paso por mi cabeza. Cierto que Dakota Johnson ofrece momentos de innegable ternura y que, aun colgada desnuda y atada por las muñecas, sigue pareciendo un ser adorable, pero eso no justifica todo el revuelo armado alrededor de algunas tetas y de una propuesta, apenas concretada, de sumisión sexual.
El límite entre dolor y placer, entre pasión y ceguera
No, poco queda de un guión al que, si lo despojamos de las citadas tetas, el contrato y las cintas de seda, se parece enormemente al de cualquier película romántica con la que podamos tropezar un sábado por la noche. A mí, siendo generoso (que también me gusta explorar esa faceta, a parte de la de voyeur de Dakota Johnson), el único aspecto positivo que le veo es la lectura amplia que puede hacerse del desenlace, en el que Ana se quita la cinta de los ojos, esa que la ha puesto el descubrimiento de la pasión, y entiende que el amor (o la devoción) no debe implicar la negación de uno mismo. Una enseñanza que espero que hayan sacado muchas de esas niñas de colegio bien a las que, por desgracia, nos encontramos subyugadas por un tipo con fuerza, dinero, poder o simplemente atractivo, que no quiere a una mujer a su lado, sino a alguien a quien dominar y someter.
Si es así, habrá merecido la pena cada una de las cincuenta sombras.