Es indudable que el cine de aventuras, ese en el que se mezclan la fantasía, los mundos imaginarios y los protagonistas adolescentes, es un género que ha sido, y sigue siendo, de lo más fértil a lo largo de la historia de la industria cinematográfica. No hace falta hacer grandes esfuerzos para recuperar de nuestra memoria títulos como “La historia interminable” (Die unendliche Geschichte, Wolfgang Petersen, 1984) , “Las crónicas de Narnia” (con tres entregas) o incluso la saga de “El señor de los Anillos”, que debe incluirse en esta categoría por mucho toque de madurez que le aportara la visión de Peter Jackson.
Resulta este un género, un acercamiento a la habitual historia fantástica, con sus héroes, mitos y brujas de la que se nutren la mayor parte de los cuentos infantiles, muy atractivo para cualquier espectador. No en vano, es como volver a encontrarse en un espacio de nosotros mismos que casi siempre resulta agradable recuperar: los sueños de juventud en los que aun se veían como probables o posibles muchas cosas.
¿Por qué lloras Katniss?
Yo sigo disfrutando de estos planteamientos, de esos jóvenes que se revelan contra el destino o el propio poder establecido, con esas búsquedas del Santo Grial (tenga la forma que tenga) y esas visiones idealizadas del amor y la amistad capaces de superar todos los contratiempos imaginables. Unas producciones que se apoyan en unos sólidos pilares que, en muchos casos, aunque no en todos, han sido bien aprovechados. Por eso procuro no dejar pasar demasiado tiempo sin paladear cada una de las más recientes entregas del género, ya sea el cierre de la saga de Harry Potter o la última entrega de “Los juegos del hambre”, identificada como “Sinsajo Parte 1”, a la que me he lanzado recientemente, unos meses después de su estreno y antes de comiencen los adelantos sobre su siguiente capítulo.
Gato por liebre
Hasta este punto el texto avanza como un ejercicio de devoción, como un reconocimiento de la debilidad por estas películas y las pasiones encendidas que levantan en mí, condenado por siempre (tal vez) a vivir bajo el síndrome de Peter Pan. Sin embargo, no es esa la chispa que encendió el fuego de estas palabras, no ni mucho menos. En realidad fue la sensación de engaño, la cara de tonto que se me quedó, esa emoción tan semejante (y reconocible) a que después de pagar las copas durante toda la noche, la chica se marche con otro, sin duda mucho más tonto, pero con mejores abdominales.
En esta piedra ya he tropezado
Esa es la misma cara que se me quedó al finalizar “Los juegos del hambre: Sinsajo Parte 1” (The Hunger Games: Mockingjay - Part 1, Francis Lawrence, 2014), no sólo por la decepción en sí, sino porque además sabía que me la habían vuelto a colar, que ese mismo camino ya lo había recorrido en su momento con “Harry Potter y las reliquias de la muerte (Parte 1)” (Harry Potter and the Deathly Hallows - Part 1, David Yates, 2010), uno por el que había jurado que no volvería a pasar. Sin embargo, como tantas otras, mis promesas cayeron en saco roto y allí estaba de nuevo, tropezando en la misma piedra, pero romperme la tibia, el peroné y buena parte de mi autoestima con la caída.
El reconocimiento del error parte ya del mismo título, desconcertante cuando menos. ¿De qué otro modo podremos definir una primera parte que es en realidad la tercera? A mí sólo se me ocurre tirar, y de ahí la referencia al comienzo del texto, de los hermanos Marx y su inolvidable "Una noche en la ópera" (A Night at the Opera, Sam Wood y Edmund Goulding, 1935), de esa genial puntualización de “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte”, que termina por enredarse hasta llegar a valorar “la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte”.
Vosotros sí que sabéis de qué va esto
Al final lo único que cuenta es la taquilla
Sin embargo, esa comprensión tiene un reverso tenebroso, porque esa “imposición” consigue que muchas de las virtudes pasen a ser defectos, dejando de lado aspectos sobre los que se había asentado el éxito de entregas previas. Un éxito, no lo olvidemos, que partía con la ventaja de poder explotar el tirón de las obras literarias sobre las que se asientan, un atajo sobradamente contrastado con el que recorrer el camino más corto hasta las notables recaudaciones de taquilla.
Ahora sí que lo entendemos: esas primeras partes, cuando en realidad se tratan de terceras (en los “Juegos del hambre”) o cuartas partes (en el caso de Harry Potter), no son más que circunloquios de contratos, giros del lenguaje que no tienen más sentido que el justificar un planteamiento comercial, que no argumental, a la hora de armar el castillo de ambas sagas. Solo desde esa óptica se puede llegar a entender el sentido de todo esto.
Preparándose para algo que... no sucederá en esta película
Pero, ¿por qué no hacer un único título? ¿Por qué, en caso de que fuera imprescindible optar por dos cintas, ya sea por la propia duración del metraje o por imposiciones presupuestarias, no seguir la misma lógica que había puesto en pie cada saga? Es decir, ¿alguien se esperaba que si ofrecían dos películas más “redondas”, con una historia propia que podía avanzar de la mano de la trama principal, se ponía en riesgo “la caja” del proyecto? No creo que nadie se atreviera a ello, pero está claro cuál era el camino más corto. Lo malo es que, en esta ocasión, el camino más corto llevaba a los bolsillos del espectador, sin preocuparse de encandilar su cabeza.
Esa norma se rompe tanto en Sinsajo como en Harry Potter, en los que se destina esa primera parte de la tercera y cuarta entregas respectivamente (ya están los hermanos Marx haciendo de nuevo de las suyas) a contar, a hablar, a preparar la gran traca final, que llegará, por supuesto, en una nueva película, para la que habrá que pasar de nuevo por caja.
Ese poner una primera parte en el tercer capítulo es un artilugio, una invención, una artimaña y, por qué no decirlo, una traición a los propios valores de cada saga, los mismos seguidos en su momento durante la trilogía de “La Guerra de las Galaxias” (nos referimos siempre, por supuesto, a la original). Unos valores que residían en la capacidad de combinar una trama general que avanzaba a lo largo de cada entrega hasta su desenlace final, con historias parciales cerradas en cada una de las películas.
La trampa no resuelta de la traducción literaria
Ya está todo escrito, eso seguro.
Es evidente que los libros de “Los Juegos del Hambre” y “Harry Potter” en los que se apoyan esas partes de cada una de las sagas (Sinsajo y Las reliquias de la muerte) son obras densas, de mucho contenido, con una parte importante de narración que es complicado traducir de un modo directo al cine. El libro ofrece otros recursos, otros juegos de interpretación para el lector que no tiene el cine, que cuenta con los suyos, igualmente válidos, pero que no son los mismos puntos. La actitud del público es distinta ante una pantalla que ante una página, a pesar de que incluso sea la misma persona la que realiza ambas acciones. Es decir, al leer leemos y al ver una película la vemos y cada medio debe jugar sus bazas, aunque estén contando la misma historia (o una muy parecida, que siempre hay margen de maniobra).
En este caso, en vez de buscar la fórmula más adecuada para la traducción, se opta por el cuchillo, dividiendo de forma artificial las aventuras de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) y Harry Potter (Daniel Radcliffe), volcando en estas primeras partes (que ya hemos dicho que no lo son) todo el grueso de la narración más prosaica de cada obra, guardándose (es de esperar) para el próximo paso por taquilla el verdadero desenlace. En las aventuras del famoso mago, la espera mereció la pena. Veremos qué sucede con “Los juegos del hambre”.