Este puede parecer el principio del texto, pero en realidad se trata del final. Después de aquí no hay nada, nada más que decir, así que vamos a darle marcha atrás al reloj para que comience la conversación.
La lluvia
“Los cronocrímenes” (Nacho Vigalondo, 2007) termina con la lluvia (tranquilos, esto no es técnicamente un spoiler), con una tierra pintada de verde y sembrada de montes y árboles. Un paraje tan habitual en el noroeste de la península, con la geografía de Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco, que imaginárselo nos lleva de la mano a un retrato costumbrista, a un polo diametralmente opuesto a un relato de ciencia-ficción, que es lo que construyó Nacho Vigalondo con esta película, en la que hay más pretensiones e intenciones que realidades. Tal vez por eso quiso terminar así, con un choque de realidad, con un beso a la tierra, a su tierra (él es cántabro), al más firme y menos especulativo de los escenarios.
Los walkie talkies
En comunicación con el pasado, ¿o con el futuro?
Debes tenerlos en cuenta, los walkie talkies, y por extensión las comunicaciones, son claves en este entramado. Unos walkie talkies que nos provocan las mismas sensaciones que cuando éramos niños: objetos con poderes mágicos, capaces de traer a donde estemos las voces siempre rodeadas de lluvia (siempre llueve cuando hablamos por un walkie talkie) de un otro que puede estar tan lejos como en la habitación de al lado. En “Los cronocrímenes”, estos mágicos artilugios desempeñan la misma función: acercan, unen, comunican a personajes que están tan lejos que no comparten línea temporal, a pesar de que estén tan cerca que apenas los separan unos segundos.
Héctor no hay más que uno, aunque sean muchos
Uno, dos y tres. Esos son los Héctor que hay, pero también los que puede haber. De hecho, son un, dos, tres, pero podrían ser seis o seis mil. Ahí, por buscarle las gracias y virtudes, es donde “Los cronocrímenes” se acerca al recuerdo amable de “7:35 de la mañana”, porque nos permite imaginar, aventurar el después (aquí no hay antes, aunque lo parezca), ya que nada impide que la trama se quede con nosotros ad infinitum y los Héctor lleguen a ser seis millones seiscientos sesenta y seis. Lástima que el peso que nos deja no da para tanto y con tres tenemos más que de sobra.
El sentido de las miradas en "Los cronocrímenes" deben ser tenidos muy en cuenta.
Hacia adelante, hacia atrás
El futuro está hacia adelante y el pasado hacia atrás. Esa idea, tan trivial (aparentemente al menos), es la base del argumento de “Los cronocrímenes”, igual que antes (pasado) lo fue de tantas otras que en su momento miraban hacia adelante (futuro). Un futuro que, por lo atrás que ha nacido, ya es más pasado que futuro, por lo que la película deja más sabor de algo ya masticado que de un sabor por descubrir. A fin de cuentas, tal vez la cuestión del futuro y el pasado no está en la dirección en la que miras (atrás o adelante), sino en el cristal que te pones para mirar hacia allí.
Escapar hacia el futuro, perder en el pasado
De todos modos, no le vamos a quitar a “Los cronocrímenes” su mérito: gana con el paso de los minutos. Es decir, a medida que avanza hacia el futuro, lo que cada vez hace más grande la derrota de Héctor, la película gana. Eso sí, si miras para atrás, cuando Héctor aun no estaba hundido en el pozo de los acontecimientos que él mismo está cavando, puede que se te quiten las ganas de avanzar. No desesperes, porque tras una sosa puesta en escena, la representación coge poso con el metraje. No esperes una apoteosis final, pero sí que debes saborear los detalles. Una pista: las dos mejores secuencias desde el punto de vista formal y estético, están en el último tercio de la película: esos dedos que buscan soltar el cinturón de seguridad y el recorrido por el tejado hasta el lugar del crimen (esto tampoco es un spoiler, todos sabíais que habría un crimen con ese título), del que la única huella son las tejas removidas.
¿Quién se esconde tras las vendas?
Los polos opuestos se pueden llegar a tocar y la distancia entre un héroe y un asesino es tan corta y tan irrisoria que sólo la pueden representar unas vendas rosas. Cierto, nada que ver con la máscara de Jason en “Viernes 13”, pero al menos ayudan a identificar al malo. Ya se sabe, no es de recibo ir con la cara tapada, y menos con unas vendas rosas, si lo que quieres es ser un héroe.
¿Qué estás mirando? El personaje de las vendas y su misterio.
El rastro de Karra Elejalde
El gran Karra Elejalde, el mismo Karra Elejalde que es lo único que merece verdaderamente la pena de “Ocho apellidos vascos”, va a llevar casi en solitario el peso de la narración. Es un buen argumento, pero echamos algo en falta, ya que si por algo nos había siempre cautivado el bueno de Karra, ya fuera en “Airbag” (Juanma Bajo Ulloa, 1997) o en “A esmorga” (Ignacio Vilar, 2014), era por el convencimiento, por la seguridad de que sólo él podía estar ahí, representando ese papel. Aquí puede serlo él, pero podía haberlo sido cualquier otro. Si él no me convence a mí, ¿quién no lo convenció a él?
Nacho como Alfred, o casi
El señor Vigalondo sabe de cine, tiene claro quiénes son los más grandes y a quién quiere parecerse. Como los Hitchcock y Welles, mete su cara en la película y, yendo más allá, asume roles protagonistas. ¿A qué se debe esa decisión? No lo sé, pero puestos a especular (al fin y al cabo esto es ciencia-ficción), tenemos la impresión de que procede de un convencimiento previo, a un “voy a hacerlo así” anterior a la construcción propia de la película. Es como si Vigalondo quisiera hacer como aquellos que admira en vez de lanzarse a hacer algo admirable. El resultado positivo no está garantizado en ninguno de los casos, pero al menos al escoger el segundo camino sabes que la caída con todo el equipo es tuya y de nadie más.
Bárbara Goenaga es la chica en el bosque.
Un par de tetas
El comienzo de “Los cronocrímenes” es decepcionante, te obliga tirar de convencimiento, a poner a prueba tu deseo de ver la película. Las tetas de Bárbara Goenaga, por muy hermosas que puedan ser a nivel estético, no ayudan. Resulta complicado ligar la idea de ciencia-ficción con la inclusión gratuita de tetas al más clásico estilo de Pajares y Esteso. La sensación de asombro con las citadas tetas (insisto, no por la fisionomía de las tetas en sí) crece cuando te explican (es un decir) cómo llegaron hasta allí, hasta el lugar al que apuntaban los prismáticos.
El principio de 90 minutos
“Los cronocrímenes” son 90 minutos de película, adornados con música de Radio3, hora y media de un relato que no es circular, sino más bien un adelante y atrás, pero no como el que le pide Ricky Martin a María. No, se parece mucho más a dar cuerda a uno de esos pequeños coches de juguete que debes llevar hacia atrás un par de veces para que salgan disparados hacia adelante (el futuro), pero que apenas avanzan medio metro. Después hay que darles cuerda una y otra vez hacia atrás (el pasado) si quieres que sigan avanzando. Por muy poco que lo hagan.
Segundo encuentro con Nacho Vigalondo
Y así llegamos al principio de este texto, porque aunque esto parezca el final, no lo es. Todo empezó aquí, con la curiosidad que despertó “7:35 de la mañana”, con su recuerdo, con el deseo de hacer un especial sobre Nacho Vigalondo. Así fue como nos sentamos frente a “Los cronocrímenes” y le dimos al play para que empezara la película y el texto, aunque ahora llegue al final.