Hay consejos que es mejor no seguir y en materia de recomendaciones cinematográficas soy de lo más escéptico. Ni me gusta que me sugieran películas (después hay que poner cara de circustancias cuando te preguntan qué te ha parecido semejante bodrio), ni me gusta sugerir, así que prefiero investigar por mi cuenta. Sin embargo, en alguna ocasión te puedes ver en callejón sin salida, escuchando como un colega (en cuestiones cinéfilas no tengo amigos) pidiéndote encarecidamente que veas con él “Bienvenidos a Zombieland” (Zombieland, Ruben Fleisher, 2009). Un colega que ya había jurado sobre la Biblia que “Crank 2” (Crank 2: High Voltage, Mike Patton, 2009) era mucho mejor que la primera, con lo que te podías esperar cualquier cosa.
Cualquier tipo de desastre al menos.
Sin embargo, la vida nos depara sorpresas y resulta que en tiempos de igualdad mal entendida y de abundante mediocridad, me encontré a mi mismo aceptando la propuesta y sentado delante de la pantalla para tragarme hora y media de humor de digestión rápida, gags con su punto, unos secundarios inolvidables (y no me refiero a los múltiples zombies, aunque esos se curran su papel) y un modo de explotar las posibilidades del grafismo que, cómo negarlo, me devolvieron parte de mi fe en el género humano. Al menos en esa parte de la humanidad que sobreviviría a un holocausto zombie.
La primera, en toda la boca
Teniendo en cuenta que partimos de un planteamiento en el que se mezcla el gore, la road movie con aroma adolescente, el chiste fácil y algunos otros elementos que combinados corren el riesgo de fomentar un rápido “menuda mierda”, el director Ruben Fleisher puso todo su empeño en lograr unos primeros minutos de película capaces de hacer que el resto del metraje mereciera la pena. Y lo cierto es que lo logró.
Corre, corre, que te pillo
El comienzo de “Bienvenidos a Zombieland” es probablemente la mejor parte de toda la película. El modo de presentar el apocalipsis zombie, la voz en off del protagonista y la integración de las reglas de supervivencia, con un grafismo espectacular, consiguen borrar de un plumazo prejuicios y dudas, haciendo tabla rasa en nuestra cabeza para lo que tiene que venir. Y lo que viene es la bomba: una bailarina de striptease zombie que corre, en ropa interior, con los billetes aun enganchados a las bragas y la boca ensangrentada, tras el cliente del club, unas pequeñas zombies vestidas de princesas colgadas de un coche tratando de comerse a la conductora, la zombie-novia recién casada que salta al cuello de su novio que está haciendo el brindis en plena boda,... una sucesión de escenas de lo más logrado, en las que prima el sentido del humor para darle la vuelta a cualquier idea preconcebida.
Misión cumplida, por tanto. Si lo que queríamos era un primer golpe capaz de darle la vuelta a los pronósticos, aquí tenemos uno de los buenos: un directo a la mandíbula.
Juventud al poder, pero apoyada por clásicos
Tampoco se trata aquí de levantar un monumento a “Bienvenidos a Zombieland”, pero sí de destacar las virtudes sobre las que se asienta esta comedia protagonizada por Jesse Eisenberg y Emma Stone. Dos jóvenes protagonistas que repiten el conocido modelo de tensión sexual adolescente, que agradecen enormemente la presencia de unos secundarios de lujo, con tanto nombre como presencia, capaces de aguantar por sí solos unos cuantos minutos de metraje.
Con dos tipos como Woody Harrelson, este a lo largo de toda la película, y Bill Murray, haciendo un corto pero tremendo papelón intrepretándose a sí mismo, todo resulta mucho más llevadero. Un grupo en el que podríamos incluir Abigail Reslin (que ya vimos en "Pequeña Miss Sunshine"), la pequeña Little Rock , y que sirve como contrapunto perfecto a los protagonistas, tapando los agujeros por los que la película podría terminar cayendo por el desagüe en el que terminan las propuestas “chico-tímido-poco-agraciado-pero-inteligente-busca-chica-guapa-más-lista-de-lo-que-parece”.
Tallahassee (Woody Harrelson), un entusiasta de todo tipo de armas, un matón con no demasiado cerebro, pero con capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas (cosas del estilo a abrir la puerta del coche al pasar para golpear a un zombie arrodillado) y de alguna que otra profunda reflexión, se convierte el compañero perfecto de Columbus (Jesse Eisenberg) en la búsqueda de sus padres. Una búsqueda en la que van a tropezar con Wichita y Little Rock, dos hermanas que también tratan de dar con un lugar seguro en medio de semejante orgía de zombies hambrientos, mordiscos y vísceras desparramadas por la carretera. Así, apoyando la trama en bases a los juegos de parejas, al cara a cara entre Tallahassee y Columbus, Columbus y Wichita, Wichita y Little Rock, Little Rock y Tallahassee, resulta más fácil mantener la sencillez, mostrando los diferentes perfiles de cada uno ellos a medida que los van descubriendo entre ellos.
Cuatro miradas a Zombieland
Las reglas son las reglas
Para mantener la vida a lo largo de Zombieland, nombre de lo más adecuado para el mundo por el que avanzan los protagonistas, hay que seguir unas reglas. Unas reglas que sirven de guía y leitmotiv a lo largo de toda la película. Unas reglas que sirven para establecer pausas, cambiar puntos de vista y romper la narración lineal. Unas pausas que, de nuevo, ayudan a mantener firme el vehículo cuando las curvas amenazan con descarrilar el proyecto (el miedo a olvidar su esencia de comedia algo gamberra aparece en algún que otro cruce) y Ruben Fleisher las utiliza en su propio beneficio para fijar la atención del espectador.
Así, dirigiendo la mirada, estableciendo a qué debe prestarse atención, consigue mantener su punto de vista, haciendo, para qué negarlo, que le perdonemos algún que otro exceso como esa catarsis de destrucción en la tienda de regalos.
Vigila con quién te metes
Así, puestos a tener zombies, los tenemos a montones y vestidos con apariencias inesperadas (la novia, el payaso, las niñas princesas, la bailarina de striptease, la vecinita cañón). Puestos a tener chistes fáciles, tiramos de los bollitos Twinkles. Puestos a tener reglas de supervivencia, tenemos nada menos que treinta y ocho (y subiendo, aunque tranquilos, no todas se repasan de forma exhaustiva). Puestos a tener a Bill Murray, sacamos de él uno de los mejores gags de la temporada. Puestos a tener chico y chica, los ponemos, para no defraudar a los fanáticos de San Valentín, que también los hay, a echarse miradas tiernas y buscar el beso final. Puestos a ser gamberros, lo somos hasta que conseguimos cargarnos al maldito payaso zombie que tanto nos ha aterrado desde la infancia.
Cierto que al ser gamberros, al estirar las bromas, corremos el riesgo de terminar perdiendo la gracia. La suerte, suponemos que buscada, es que Fleisher no se pasa de la hora y media de “Bienvenidos a Zombieland” (Zombieland, Ruben Fleisher, 2009). Algo de agradecer teniendo en cuenta que este es un menú de comida rápida, y la comida rápida se puede indigestar si nos pasamos con el ketchup..