Como seres humanos, la relación con el concepto de la 'muerte', porque la relación con la muerte física está más que clara, no resulta nada sencilla. Nuestra mente, tan capaz en otros campos, muestra serias dificultades para asimilar una idea que implica el 'fin', la 'desaparición' o la 'extinción'. En realidad, no es extraño que así sea teniendo en cuenta que todo lo que un ser humano es se asienta en su memoria (¿podríamos decir que hemos vivido sino lo recordáramos ), una memoria preparada para convertir en una nueva vida cada muerte, acercándonos algo más a esa tan ansiada inmortalidad.
Evidentemente, quienes han alcanzado esa categoría de inmortales son esos mitos sobre los que se asienta gran parte de la cultura popular. Mitos que, paradójicamente, tienen que haber muerto para llegar a ser inmortales. Mitos como el de Bruce Lee, que ya hemos visitado en esta página, o el de Grace Kelly, que lleva revoloteando (una vez más) por nuestra cabeza desde el pasado 14 de septiembre (unos cuantos días ya).
Un rostro inolvidable
Sí, este pasado 14 de septiembre se cumplieron 21 años de la muerte de Grace Kelly. Una muerte física que, evidentemente, no terminó con su historia, sino que sirvió para el nacimiento del mito que ya se había intuido durante la vida física de una de las actrices con un rostro más inolvidable de toda la historia del cine. Una mujer que también fuera de la gran pantalla mantenía esa expresión, esa cara de rasgos tan perfectos, como si hubieran sido forjados en el taller de un escultor en busca de la belleza más absoluta. Una cara en la que, bajo todos sus perfiles, matices y contornos, parecían fundirse todas las emociones posibles. Emociones que sólo asomaban en ciertos gestos (ahora pasión, un segundo después la frialdad) convenciéndote de que tras esos pómulos y ojos enormes no podía haber sólo una vida.Y así era. Así es. Porque Grace Kelly no vivió una vida, sino varias, y cada una de esas vidas tuvo su propia muerte. Muertes tras la que volvió a nacer, con la misma cara irrepetible, pero con nuevos matices y sombras que sólo podemos recordar, ya que sus secretos siguen permaneciendo ocultos.
De los nuevos ricos a la gran pantalla
Repasando ahora las imágenes de Grace Kelly, en todas ellas, en blanco y negro o en color, como actriz o como princesa, sonriendo o seria, con un Oscar o con sus hijos, uno tiene la certeza de estar ante una de esas personas para las que no se hicieron las penurias o las miserias de la vida real. Ese porte, esa forma de sostener la mirada o sus manos, cuidadas hasta en el más mínimo de los detalles, nunca supieron de llegar a final de mes, de la cola del paro o de la presión de la hipoteca. No, es imposible.
En blanco y negro o en color, siempre la misma elegancia clásica
Por eso resulta lógico que hubiera nacido en una familia de lo que podríamos definir como unos nuevos ricos, una familia de la alta burguesía del norte de la costa este de Estados Unidos, con un padre acostumbrado a lograr el éxito en base a su empeño personal (tres medallas olímpicas en remo y una fortuna amasada con sus negocios). Una familia que quería para su Grace Patricia Kelly (¿o era para ellos mismos ) un marido y una posición que colmara todas las aspiraciones (¿primera dama ), pero se encontró con que su hija había puesto sus miras en otro tipo de estrella, las de la gran pantalla.
Y Grace Kelly cumplió con su deseo (¿quién podría negarle algo ), se mudó a New York y tras hacer trabajos como modelo y estudiar interpretación, logró poner un pie en Broadway. Tras ese pie llegó su caminar y su rostro inolvidable y ya no salió de ahí. La cámara no la quería, la amaba desesperadamente, con toda la pasión que 28 milímetros de película pueden poner (que es mucha), y ya pareció que cuando no era ella quien estaba en la gran pantalla el mundo se volvía un lugar más triste.
Cinco años muy productivos
La carrera cinematrográfica de Grace Kelly se reduce a un único lustro. Cinco años de su vida, una distinta a las que había tenido anteriormente y muy distinta, por supuesto, a las que tendría después. Cinco años intensos, en los que le dio para rodar once películas, de títulos tan ilustres como “Solo ante el peligro” (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), “Mogambo” (id, John Ford, 1953), “La ventana indiscreta” (, Alfred Hitchcock, 1954), “Atrapa a un ladrón” (To Catch a Thief, Alfred Hitchcock, 1955) o “Alta Sociedad” (High Society, Charles Walters, 1956). De hecho, si lo pienses con calma, entre tus clásicos favoritos, seguro que hay una película en la que está ella, Grace Kelly. En realidad, más de uno afirma que son clásicos precisamente por eso, porque en ellos está Grace Kelly. Podría ser, sin duda.
Recogiendo su único Oscar
Cinco años sumergida en la industria del cine, de la mano de algunos de los más grandes (Alfred Hitchcock, Gary Cooper, Clark Gable, James Stewart, Gary Grant, Frank Sinatra...) , ganándose el reconocimiento de todos (Oscar a la mejor actriz en 1954) y viviendo con la intensidad que se le suponía a una gran estrella del cine (se habla de una buena colección de amores).
Cinco años que terminaron de forma abrupta, con una muerte extraña por inesperada, un fin que no vino precedido del olvido, la falta de ofertas o la pérdida de todo su atractivo. No, esa muerte cinematográfica llegó porque Grace Kelly comenzaba una nueva película, una en la que fundía sus anhelos (ser la gran estrella) con los de su familia, que veía como su pequeño tesoro no se convertía en primera dama, sino en toda una reina. Bueno, de hecho, ya era una reina, pero desde su boda con el Príncipe Rainiero de Mónaco, estaba, además, física y legalmente coronada.
Su Alteza Serenísima
Y fue así, tras una boda que fue capaz de atrapar las miradas de todo el planeta, como Grace Kelly dejó de ser una gran estrella del cine para ser “Su Alteza Serenísima”. “Su Alteza Serenísima”, denominación recargada, llena de suntuosidad de nobles y príncipes que, en este caso, parecía sonar perfecta al lado de un rostro, una expresión y un porte como el de Grace Kelly. Porque sí, la nueva Princesa de Mónaco se situaba en realidad a una altura distinta a la del resto de los mortales y si algo transmiten esas líneas de su rostro, además de una belleza infinita, es una serenidad capaz de colarse por los poros de la piel y congelar el tránsito de tu sangre.
¿Qué se esconde tras cada Grace Kelly
Sin embargo, tras toda esa altura y serenidad, sin embargo, parece que algo se rompió, que alguna pieza terminó desencajada. Decimos parece porque para nosotros, simples mortales que leen textos de cine en una página web, las intrigas de palacio, esos rumores de amores con jardineros o desayunos cargados de alcohol jamás podrán convertirse en verdades contrastadas. Decimos parece porque muchas veces, repasando esas imágenes de la princesa con una familia que iba creciendo, nunca echamos en falta una cámara, la única herramienta que parece imprescindible en el atuendo de Grace Kelly.
Decimos parece porque, para nosotros, que siempre echaremos de menos a la princesa de la gran pantalla, lo que sucedía es que la propia Grace Kelly extrañaba esa mirada particular que siempre ofrece la cámara. Para ella, objetivo siempre de todas las miradas y punto de destino de todos los objetivos, la vida sólo podía ser vida en una película. En la suya, en su vida de película, la protagonista ya era princesa y reina, pero seguía siendo un papel, uno que interpretar ante la cámara. Y si la cámara no estaba, desparecía el personaje, obligándole a ser ella misma, una Grace Kelly que nunca conocimos.
Su Alteza Serenísima
Las mismas curvas a los dos lados de la pantalla
En su muerte, la última, esa que se llevó el brillo (alto y sereno) de su rostro, hay múltiples incógnitas. Se dice que era su hija quien conducía en realidad, que ella era víctima de la depresión, que conocía cada palmo de la carretera... se dicen muchas cosas, pero sólo una es completamente cierta: en aquella carretera de Mónaco, en la misma que había recorrido en una secuencia de “Atrapa a un ladrón”, la princesa y la actriz se fundieron, siendo imposible diferenciar las vidas de una y otra.
Y en medio de esa confusión, llegó al accidente, el crujir del coche y los cristales, los golpes y la muerte, una única muerte que se llevó dos de las vidas de Grace Kelly, la de actriz y la de princesa, sin que pudiéramos distinguir cuál de las dos era la real y cuál el personaje que representaba.