Las cifras, por mucho que hablemos de unas 25.000 personas, no aciertan a dar la medida exacta de lo sucedido en Hong Kong el 25 de julio de 1973. Todos esos millares de personas, a los que sí podemos imaginar aglomerados, siguiendo, en una comunión multitudinaria, un ataúd por las calles de la isla, no transmiten toda la magnitud de aquel acontecimiento. Como mucho, podemos llegar a hacernos una idea de una ceremonia masiva en la que la masificación, la temperatura de tantos cuerpos prácticamente pegados y el calor se volvieron tan sofocantes que el féretro, valorado en unos 40.000 dólares, fue perdiendo su color blanco inmaculado, dejando espacio a un azul que no procedía del exterior, sino del propio traje que vestía el cuerpo sin vida que transportaba.
Sí, aquel 25 de julio de 1973, un féretro blanco acompañado por 25.000 fieles, devotos, seguidores y admiradores, transportaba el cuerpo sin vida de Lee Yuen Kam. Un cuerpo en el que ya no latía el corazón de un dragón, detenido para siempre cinco días antes. Una detención que conmocionó al mundo, incapaz de creer que el mayor maestro de las artes marciales hubiera podido perder la vida.
Un dragón sin alas, pero dragón de los pies a la cabeza
Pero no era así, porque Bruce Lee no estaba muerto. No lo estaba entonces y no lo está ahora. No, Bruce Lee, nombre por el que todos reconocemos a Lee Yuen Kam, no está por muerto. Por supuesto que Bruce Lee no murió aquel 20 de julio, ya que era imposible que eso sucediera, por mucho que sus constantes vitales hubieran desaparecido, su mirada ya no tuviera el brillo afilado que siempre tenían sus ojos o que sus músculos, tantas vences tensionados en la gran pantalla, se mantuvieran rígidos, incapaces de producir ya movimiento alguno por la falta de riego sanguíneo.
Estamos seguros de que aquel día, en Hong Kong, donde 25.000 almas coincidían en proclamar que 'una estrella se hunde en un mar de arte' (frase que se podía leer en un gran cartel durante el funeral), o más tarde, el 31 de julio, en un entierro mucho más íntimo en Seattle, en el mismo lugar donde aun hoy en día puede leerse “Bruce Lee: Fundador del Jeet Kune Do” en una lápida, no estábamos ante ceremonias provocadas por una muerte. No, aquello no tenía nada que ver con la muerte, en realidad estábamos ante el nacimiento de la inmortalidad de Bruce Lee. Porque aquel 20 de julio Bruce Lee demostró que, como había afirmado mucho antes, conocía el secreto de la vida eterna:
La clave para la inmortalidad es principalmente vivir una vida que valga la pena recordar
Un artista marcial
Trascendiendo el campo de partida
Sí, Bruce Lee se convirtió en un ejemplo de su propia sentencia (algo que logró con algunas otras de sus más célebres frases). De hecho, Bruce Lee, el mito de Bruce Lee trasciende mucho más allá de lo que fue su propia vida. Al igual que Michael Jordan es conocido más allá de los límites de una cancha de baloncesto, El Che es un icono de la cultura popular para cualquiera, por muy desconocedor que sea de sus planteamientos políticos, o Elvis Pressley representa mucho más que los inicios del Rock'n'Roll de consumo masivo, Bruce Lee ya poco tiene que ver con la esencia de las artes marciales. Su nombre ha traspasado los objetivos y deseos de su propia vida, dejando atrás sus entrenamientos, sus innovaciones técnicas y sus películas. Una trascendencia de la que, como sucede con La Macarena, cuyo impacto mundial poco tiene que ver con la música, resulta muy difícil desentrañar sus mecanismos de funcionamiento.
El ejemplo de La Macarena, al margen de ser una muestra de mal gusto musical, sí que resulta útil para plantear una cuestión importante: nos demuestra que en el origen del mito, de la trascendencia del mito, no está el hecho de que sea algo relevante o de gran valor. No, lo único absolutamente innegable en el caso de la trascendencia, de esa capacidad de elevarse por encima del campo sobre el que se forjó y pasar a ser algo mayor, algo incluso que sirve para dar nombre a ese campo en el que nació y a muchas más cosas, lo único seguro es, simplemente, que ha trascendido.
Una imagen convertida en icono
¿Acaso alguien podría delimitar, con precisión y sin palabras vagas, por qué Bruce Lee ha llegado a convertirse en lo que es hoy en día, en lo que es desde hace ya cuarenta años
Pudo ser su historia de superación, su modo de afrontar los retos, su carisma, su origen mestizo, su filosofía, las artes marciales o la multiplicación de su imagen en el cine. Pudo haber sido cualquiera de esos factores o puede que hiciera falta la combinación de todos ellos, no lo sabemos. No sabemos cómo, pero es seguro que Bruce Lee, nombre que muchos de sus biógrafos atribuyen a una enfermera que lo atendió en sus primeros días de vida, se ha convertido en una dimensión propia, en un término que engloba muchas más cosas que la vida de aquel pequeño nacido en San Francisco con el nombre de Lee Yuen Kam.
Del pequeño Dragón a un Dragón en sí mismo
Bruce Lee, puede que marcado por sus orígenes familiares, contaba con una personalidad adaptada al mundo del espectáculo y la exhibición. Sin embargo, lejos de construirse en base a cómo le veían los demás, construyó un Bruce Lee que quería que viera el mundo. Evidentemente, la dimensión que adquirió no fue fruto de una programa perfectamente trazado y la casualidad y las amistades tuvieron mucho que ver en ello. Por supuesto, de no llegar a decidir sus padres mudarse a Estados Unidos para alejarlo de las pelas de bandas callejeras, de no conocer a James Lee o Taky Kimura, de no haber acudido Linda Emery a una de sus clases, de no haber asistido Jay Sebring, un peluquero de Hollywood a una de sus exhibiciones... de no producirse todas esas casualidades, quizás hoy no estuviéramos dedicándole un tiempo a recordar su historia. Seguro que de no existir todos esos instantes, no habrían nacido los miles de espacios y webs dedicadas a su nombre y Google no nos devolvería 181 millones de resultados al escribir 'Bruce Lee' en su cajetín blanco (la verdadera medida de la popularidad hoy en día).
Uno de los muchos rostros de Bruce Lee
Casualidades, intervenciones divinas, acciones del destino... ¿quién sabe qué pudo estar tras cada uno de esos acontecimientos No lo sabemos, pero al igual que sucede en el caso de su trascendencia, en la que lo importante es que trascendió, la cuestión es que sucedieron. Por eso, en su historia, más allá de todas esas casualidades, queremos quedarnos con lo que no fue casualidad. Porque no fueron casualidades las elecciones que realizó, ni los rechazos que se encontró por ser 'demasiado chino' (argumento con el que se le negó el papel protagonista de la serie 'Kung-Fu'), ni la creación del Jeet Kune Do o su determinación de llevar su entrenamiento hasta el límite de lo mental y lo físico, asegurando que...
"Aprender la coordinación es una cuestión de entrenamiento del sistema nervioso y no un asunto de entrenar músculos".
Por ese tipo de elecciones, cuando uno se acerca al mito de Bruce Lee del modo en el que hoy en día nos acercamos a casi todo, a través de Internet, sorprende encontrarse con adjetivos como artista marcial, filósofo, escritor, guionista de cine... una serie de términos que van mucho más allá del limitado perfil del icono pop siempre sin camiseta y con una auténtica tabla de planchar la ropa por abdominales a la que nos hemos acostumbrada por camisetas y carteles. Aquí es donde el mito muestra su doble perfil, tan expansivo a la hora de trasladar el nombre de Bruce Lee a todos los rincones del mundo, lugares en los que el Jeet Kune Do, el Kato ayudante de Green Hornet, “Furia Oriental” (Fist of Flury, Lo Wei, 1972) o “Juego con la Muerte” (Game of Death, Robert Clouse, 1978) no han sido mencionados jamás, como limitante a la hora de mostrar todos los matices de la vida de Bruce Lee. Un Bruce Lee en el que su físico estaba moldeado a imagen y semejanza de su convicción, siempre con la sombra del Dragón, un dragón ligado inevitablemente a su biografía, como demuestra su biopic "Dragón. La vida de Bruce Lee" (Dragon: The Bruce Lee Story, Rob Cohen, 1993), aunque él en realidad se refería más a otro reptil, menos imaginario, pero igual de mítico, como la cobra. Así, aseguraba, que, tal y como hacía la cobra...
"El golpe debe sentirse antes de verse".
Una vida ligada al celuloide
Así, en base a casualidades y certezas de una biografía a la que todavía pueden encontrársele muchos puntos oscuros, convencido como está más de uno de que no hubo casualidad tras su repentina muerte. Lo cierto es que no hubo casualidad alguna, sino que estuvo la certera necesidad de una reacción química, la que tuvo el cerebro de Bruce Lee al medicamento que le dio su esposa, el fatídico Equagesic, tras sentirse indispuesto. Y es que la muerte nunca es casual, sino pura certeza. La misma certeza y convicción que movió a aquellas 25.000 personas que recorrieron las calles de Hong Kong acompañando el féretro de su héroe. Aquello sí que no fue casual, como tampoco lo es que hoy, cuando se celebra el 40 aniversario de su fallecimiento, hayamos querido dedicarle este texto.
A usted, don Lee Yuen Kam. A ti, para siempre Bruce Lee.