El tres es un número al que se le han otorgado diversas virtudes místicas a lo largo de la historia. Para algunas civilizaciones antiguas era el más sagrado de todos los números, mientras que para Platón representaba la imagen del Ser Supremo. Sin embargo, no vamos a ponernos en plan esotérico, sino que vamos a tirar de ese tres para tratar de desentrañar las claves de una de las mejores películas de ciencia-ficción de todos los tiempos: "Doce Monos" (12 Monkeys, Terry Gilliam, 1995).
¿Preparados entonces para nuestra serie de triunviratos, tríadas, trípodes y monstruos de tres cabezas Mejor, porque el tres va a ser la llave para adentrarnos en "Doce Monos" y ser capaces de volver a la realidad de nuestro presente.
Porque este es nuestro presente, ¿verdad
Tres nombres: Gilliam, Peoples y Kosberg
Para levantar un proyecto firme, mejor asentarlo sobre tres pilares de lo más sólido. La idea original de "Doce Monos" se gestó a partir de una idea del productor Robert Kosberg, un auténtico devoto de la película francesa "La Jetée" (id, Chris Marker, 1962). La cinta era en realidad más bien una fotonovela y apenas cuenta con imágenes en movimiento, situada en un mundo devastado por una guerra nuclear y en el que un hombre, marcado por la visión de un asesinato en su niñez, es obligado a viajar en el tiempo en busca de soluciones para salvar a la humanidad de su propia condena.
El devastado futuro del que procede James Cole.
Esos son los puntos sobre los que David y Janet Peoples se asientan para realizar el ensamblaje del guión de "Doce Monos". La trama desarrollada habla a las mil maravillas de su capacidad (recordemos que "Blade Runner" (id, Ridley Scott, 1982) y más tarde "Sin Perdón" (Unforgiven, Clint Eastwood, 1992) son obra de David) y la pareja salió airosa del envite. No sólo lograron armar una historia coherente, fácil de seguir a pesar de los diversos saltos temporales, que juega a la perfección con la duda entre la realidad y el delirio del protagonista, ofreciendo las dosis adecuadas de información en cada momento (genial ese modo de ir avanzando en el sueño recurrente, a medida que se va viendo hacia dónde nos llevan los acontecimientos). Una pieza compacta, exigente con el espectador, pero que no se pierde en la oscuridad.
Ese tejido narrativo en forma de guión es dejado entonces en las manos de Terry Gilliam, un director de esos perfectamente reconocibles por su universo personal. Su sello, el enfoque, el juego con los primerísimos planos, las perspectivas algo deformadas, como si viéramos a través de una lente (cóncava o convexa, según el caso), y otros muchos detalles similares están presentes en "Doce Monos", al igual que lo estuvieron en muchos otros de sus títulos. Tampoco falta esa necesidad de marcar los difusos límites entre los cuerdos y los locos, el papel de los sueños o cómo la persecución de ciertas ideas puede terminar despegando a los personajes de la realidad.
Tres momentos temporales: futuro, pasado y presente
"Doce Monos" parte del futuro (año 2035, en una secuencia que después hemos visto repetida en otras películas del género, como "Soy Leyenda"(I am Legend, Francis Lawrence, 2007), presentando a una humanidad condenada por sí misma, obligada a vivir bajo el suelo hasta dar con la cura para un temible virus. Una cura que no está en su tiempo, por lo que buscan ponerle remedio antes de que llegue a suceder la tragedia. Por ese motivo organizan experimentos con presos, convertidos en conejillos de indias con los que dar con una solución, esté esta en el año que esté.
Cole y la doctora huyendo del presente.
Ahí entra en escena el James Cole, el protagonista, obligado a viajar en el tiempo para tratar de evitar la tragedia. Sin embargo, esos viajes hacen mella en él, enfrentado a un presente (para él el pasado) que no tiene otra etiqueta más que la de loco. De ese modo, metido en una doble huída (de un pasado convertido en presente que lo ve como una amenaza; y de un futuro en el que dejó su presente que lo necesita para encontrar la salvación), Cole termina arrastrando a la psiquiatra que intenta eliminar su delirio a su propia línea temporal. Una en la que él puede haber sido el catalizador de todo, hasta de la mayor de las catástrofes.
Tres rostros: Willis, Pitt y Stowe
El peso de "Doce Monos" recae sobre las espaldas de Bruce Willis, Madeleine Stowe y Brad Pitt. Son ellos tres las tres caras de la historia, convertidos en la imagen de tres procesos mentales que marcan el desarrollo de la historia. Bruce Willis (James Cole) es el héroe torturado, el hombre que quiere escapar de un destino trágico para descansar en un presente apacible, en el que todos los monstruos no sean más que fruto de su cerebro desequilibrado. Madeleine Stowe (la doctora Railly) se aferra a la explicación racional de las cosas, hasta que los hechos siembran de dudas sus creencias, atrapada por el propio síndrome del que es especialista, el síndrome de Casandra. Brad Pitt (Geoffrey Goines), por último, es el elemento discordante, el fundador de ese grupo de los "Doce Monos", un loco con un plan muy cuerdo que quiere cambiar el presente del mundo y que puede poner en peligro el futuro de toda la especie humana.
Las dos caras de la locura: Bruce Willis y Brad Pitt
Tres mitos: Casandra, la Historia y el Apocalipsis
La película juega a lo largo de su desarrollo con tres mitos, tres ideas que hemos visto en tantas otras obras, tanto cinematográficas como literarias, y que han logrado calar dentro del imaginario colectivo. Tres mitos muy arraigados en la historia de la creación, unas ideas que se entrelazan para dibujar un trazo tenebroso para el ser humano, metido en un callejón del que no hay salida. El ser humano sabe que avanza hacia un final apocalíptico (casi una constante en los títulos de ciencia-ficción, como reflejan cintas como "Mad Max"(id, George Miller, 1979), el "Libro de Eli" (The Book of Eli, Albert Hughes, 2010), "Terminator" (id, James Cameron, 1984) y tantas otras), lo sabe pero no se cree su propia amenaza (la maldición de Casandra). En esas condiciones, no hay escapatoria posible, porque no es posible manipular la Historia, como bien sabe James Cole, sin desencadenar ese mal que tanto queremos evitar.
Menuda tragedia.
No, menuda película de ciencia-ficción que es "Doce Monos" (12 Monkeys, Terry Gilliam, 1995).