Cuenta atrás hasta el K.O. (Diez películas de boxeo para la eternidad)

Cuenta atrás hasta el K.O. (Diez películas de boxeo para la eternidad)

Escrito por Pedrinho

Si ya te has pasado alguna vez por este Spoiler y si ya has leído algún otro artículo de este mismo autor (lo que serían dos grandes casualidades que nos harían muy felices), puede que ya hayas notado nuestra pasión por las películas de boxeo. Un amor que, como todos los amores verdaderos, a veces resulta complicado describir más allá de las archiconocidas y tópicas mariposas en el estómago, pero que existe y es tan directo y potente como un gancho del gran Muhamad Ali. Un amor con el que hemos perdido más de unas cuantas horas de sueño, ensimismados con ese baile dentro del ring (siempre un paso adelante para atacar, siempre la guardia alta para defenderse) que no podemos dejar de considerar la mayor metáfora creada por el ser humano para definir la propia vida.

Un baile bañado con sangre, sudor y lágrimas, en el que hay muchas más cosas en juego que la victoria y tras el que hay una cuenta atrás, en la que sólo estás tú frente a frente con la derrota. Una cuenta de diez hasta el K.O., un K.O. al que te proponemos llegar de la mano de estos diez títulos que ya forman de la historia (la buena) del cine. Y no, no te preocupes, que no te vas a encontrar con Rocky en ningún instante de esta cuenta atrás.

Diez: El Campeón (The Champ, Franco Zeffirelli, 1979)

Después de un golpe, de uno de esos que te lleva a la lona, llega el dolor, un dolor que sobrepasa los límites de la percepción física, para fundirse con un cúmulo de emociones (tristeza, decepción, impotencia, frustración). Un dolor convertido ya en otra cosa, capaz de teñir todos los cristales de la vida hasta convertirse en ese niño que le pide entre lágrimas al Campeón (su padre) que se levante, que no se quede dormido. Un niño que no sabe todavía que los muertos no duermen, sino que simplemente han perdido para siempre todos los combates que la vida les ha planteado.

photo_3210.jpegLa derrota más dura

Nueve: Huracán Carter (The Hurricane, Norman Jewison, 1999)

En el boxeo, como en la vida, también hay trampas, injusticias, prejuicios... Factores que ponen cadenas a tus golpes, que añaden un peso a tus pasos, haciéndolos, más previsibles. Unos pesos y unas cadenas que conforman un lastre del que te crees capaz de librarte porque en el ring estás sólo tú. Y crees, como el señor Carter, que sólo el ring te hará libre. Pero no es así, porque, como ya hemos dicho, el ring es como la vida misma, para lo bueno y para lo malo.

photo_5200.jpegLa única salida es el ring

Ocho: La ley del silencio (On the Waterfront, Elia Kazan, 1950)

El boxeo, al igual que el cine, cuyo nacimiento se produjo mucho antes de la existencia de la primera cámara (la necesidad de contar historias por medio de imágenes y la teatralidad llevan ahí desde tiempos inmemoriales), ya existía mucho antes de los campeonatos del mundo, los árbitros y las peleas resueltas a los puntos. Por ese motivo, en cualquier repaso a su impacto no puede faltar un clásico. Y hablando de clásicos, ¿quién mejor que Marlon Brando para protagonizarlo Nadie.

photo_7796.jpegEn el centro de todas las miradas

Siete: El luchador (The Wrestler, Darren Aronofsky, 2008)

La secuencia de entrada, es la misma, da igual que entres en un ring, en una charcutería, en un salón de baile o hasta en tu propio funeral, y pocas secuencias de entrada existen mejores que la que nos regala Aronofsky siguiendo los pasos de Mickey Rourke (¿hay algún otro actor con más pinta de boxeador retirado que Rourke ) rumbo a un combate inesperado, en el que la victoria es mucho más complicada de conseguir. Por ese motivo, nos permitimos hacer trampa en esta cuenta atrás (la única cuenta atrás que lo permite) y traer otros combates a este cuadrilátero sembrado de letras.

photo_6515.jpegEn camino

Seis: The fighter (id, David O. Russell, 2010)

Todo está interconectado, relacionado, y los nexos atraviesan las cuerdas del ring, incapaces de dejar del otro lado a la familia y a las alegrías y miserias que siempre conllevan (por definición eso es una familia, un cúmulo de alegrías y miserias; la diferencia entre las buenas y las malas está en la cantidad de alegrías o de miserias de cada una de ellas). La familia, sea estructurada o desestructurada, extiende sus tentáculos y puedes llegar a la cima en ellos... o puede que te arrastren hasta el infierno. Una sutil diferencia.

photo_5810.jpegUnidos para siempre

Cinco: Cinderella Man (id, Ron Howard, 2005)

Para ganar, para vencer, hay que creer en esa victoria. Esa fe es fundamental porque si no la tienes eres un perdedor desde el mismo momento en el que pones un pie en el ring. Da igual de dónde procedas, cuáles hayan sido tus desventajas o los sacrificios hechos por el camino, porque sin esa fe, sin ese convencimiento, no hay posibilidad de victoria. Una fe que puede sobrepasar tu propia piel y alcanzar a otros, a los que te encuentras haciendo sacrificios incluso mayores que los tuyos, al igual que Mae (Renée Zellweger) se encuentra a Joe Gould (un genial James Gandolfini) y su esposa con apenas dos taburetes, habiendo puesto todo lo demás en el vuelo de esa cenicienta del cuadrilátero.

photo_4483.jpegEl golpe perfecto

Cuatro: Ali (id, James Mann, 2001)

El boxeo también lo son sus personajes, porque tal y como hoy en día el fútbol crea ídolos que van más allá del terreno de juego, en otro tiempo era el cuadrilátero, ese espacio entre las doce cuerdas, el escenario en el que se forjaban los ídolos. Unos ídolos perseguidos por las cámaras y con un centenar de micrófonos amplificando cada una de sus palabras. Un corte mediática que multiplicaba cada uno de sus actos hasta el infinito, como si estuvieran actuando en el medio de unos espejos enfrentados. Y así, llevados hasta el infinito, sus actos, sus decisiones, sus voces y palabras se convertían en un golpe de un impacto mayor que cualquiera de sus ganchos de avispa.

photo_8268.jpegBoxeador y personaje

Tres: Million Dollar Baby (id, Clint Eastwood, 2004)

El machismo ha estado ahí, sigue estando y, por desgracia, seguirá estando. Un machismo que baña el boxeo, el cine y la vida misma, mostrándonos su más desagradable apariencia cada vez que levantamos la vista. Sin embargo, si incluso un 'tipo duro' como Clint Eastwood (sí, el mismo Harry El Sucio) es capaz de mostrar otro mundo (el mundo real, de hecho) en el que las mujeres son capaces golpear, de superar barreras, prejuicios, gobernar y asumir sus derrotas con la mayor de las dignidades (el mundo real, como hemos dicho), ¿por qué no podemos hacerlo también nosotros

photo_2532.jpegLa misma mirada

Dos: The Boxer (id, Jim Sheridan, 1997)

Uno puede ser un gran seguidor del boxeo, pero lo es más de ciertos nombres. Es lo mismo para un cinéfilo, al que le apasiona el cine, pero en realidad sólo es un apasionado de Godard, de Amenábar o de Paul Newman. Por eso mismo, el que esto describe que no es un seguidor apasionado del cine, sino de ciertos nombres. Un nombre como el de Daniel Day-Lewis, probablemente el mejor actor vivo (y esperemos que por mucho tiempo), capaz de conseguir que lo veas entrar en un ring y, tras el segundo movimiento, ya no lo veas a él, sino a todo un boxeador.

photo_4725.jpegAl final de todo sólo quedas tú

Uno: Toro Salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980)

¿Se puede dejar de ser boxeador una vez que te bajas de ring Puede que no, del mismo modo que no dejamos en ningún momento de ser padres, hijos, hermanos o incluso redactores de artículos para páginas web. Lo somos al amanecer y al anochecer, lo somos al amar y al odiar, lo somos al hacer a alguien feliz e incluso al hacerle daño. Lo somos hasta agarrados a un micrófono, contando chistes malos, con cuarenta kilos de más y en el centro de nuestro propio local, porque en ningún otro lugar nos permitirían entrar (y muchos menos sentarnos a contar chistes malos). Sí, el mismo boxeador, hasta el final. Hasta el K.O.

photo_7674.jpegLo último que verás antes del K.O.