Salto al vacío (1995)

Salto al vacío (1995)

Escrito por Pedrinho

Hubo un tiempo en el que éramos jóvenes, también inexpertos (aunque esto no se nos curó con el paso de los años) e inseguros, unos días en los que leíamos libros, escuchábamos discos y veíamos películas no como quien lee un libro, escucha un disco o ve una película. No, de hecho, en libros, discos y películas buscábamos respuestas, semejanzas y modelos, unos otros (u otras) en los que tuviéramos un reflejo de nosotros mismos, un reflejo capaz de poner palabras a nuestros vacíos.

En aquellos tiempos, Milan Kundera era el autor, Smashing Pumpkins la música y Daniel Calparsoro el cineasta. Todos ellos, tan diferentes y tan distantes entre sí, eran los distintos reflejos de un mismo prisma, uno que llevaba nuestro nombre, unos destellos en los que nos perdíamos de nuevo para buscar la salida en “La insoportable levedad del ser”, en “Mellon Collie and the Infinite Sadness” o en “Salto al vacío” (id, Daniel Calparsoro, 1995). Y allí estaban, o allí creíamos encontrarlas.

photo_3160.jpeg¿Cuánto tiempo llevas a mi lado?

Pero aquellos tiempos quedaron atrás y nosotros, como Kundera, como Billy Corgan y como Calparsoro, nos hicimos mayores, dejando nuestras preguntas atrás para convertirnos en adultos con ideas progre, que llevan a sus hijos al centro comercial y son lúcidos oradores políticos delante de una caña y unas tapas. Unos adultos que no encontraron las respuestas, tan solo dejaron de hacerse las preguntas y se creyeron que el cine underground, el alternativo y el indie, es aquel que “sólo” tienen unos millones de presupuesto, aquel que no se puede catalogar de megaproducción como “Avatar” (id, James Cameron, 2010). Nos dejamos ir y hasta le concedimos a otros títulos como “El lado bueno de las cosas” (Silver Linings Playbook, David O. Russell, 2013) por el mero hecho de tener algunos diálogos con algo de miga, la representación de la diferencia en medio de un universo tan igual por todas sus caras.

Sin embargo, no es así. El cine underground, alternativo, diferente, crudo, honesto en cada plano y en cada matiz no está representado por esas películas. Ni siquiera por otras que nos siguen apasionando como esa “Juno” (id, Jason Reitman, 2007). No, cine underground es “Salto al vacío”, al igual que la “La insoportable levedad del ser” es literatura existencial o “Mellon Collie and the Infinite Sadness” es el no va más del rock nihilista.

photo_7145.jpegUn viaje a ninguna parte

En aquellos tiempos nos daban igual los posibles altibajos de un guión con un final que pueda pecar de excesivamente abierto, porque ¿acaso había certezas en la propia vida que llevar al cine?

En aquellos tiempos nos daba igual que la cámara tuviera una cierta tendencia a ser demasiado estática, porque ¿acaso no estaba ahí tan solo para mostrar la crudeza del mundo de unos personajes?

En aquellos tiempos nos daba igual que aquellos fueran los suburbios de un Bilbao desconocido para la gran mayoría de nosotros, porque ¿acaso esos suburbios no podían ser los de cualquiera de nuestras ciudades?

photo_7886.jpegTú cara me suena de algo

En aquellos tiempos todo eran posibilidades y “Salto al vacío”, más que una ópera prima, era el debut cinematográfico de figuras como Daniel Calparsoro o Najwa Nimri. Era nuestro encuentro, nuestra colisión con una forma de ver y de narrar que parecía sacada del interior de las entrañas, una forma de lanzarnos historias a la cara que se colaban por nuestros ojos, haciéndonos daño en los lagrimales, que descendían garganta abajo, arañando las paredes hechas de carne, una manera de contar una historia de la que estamos convencidos que sólo era posible en aquellos tiempos. “Salto al vacío” fue nuestro tropiezo con una voz que era más bien un susurro, un murmullo forjado en algún agujero desconocido que terminó anclado en nuestras noches, tanto en las que se llenaban de sueños como las que se cubrían de pesadillas, un modo de estirar las palabras con el que siempre reconoceríamos, vistiera la piel que vistiera, a Najwa Nimri, incluso sin ese 'VOID' dibujado en su cabellera.

photo_7746.png¿De quién es ese reflejo?

En aquellos tiempos ese sonido sucio, esas palabras inaudibles por momentos, ese color saturado en algunos instantes y en otros falto de luz, no eran el reflejo de la escasez de medios, de pericia o de presupuesto. No, eran el reflejo del mismo mundo que nos rodeaba, en el que las voces, por muy alto que llegasen, pocas veces eran comprensibles y en el que mirar a los lados no te permitía ver con claridad las cosas. Por eso mirábamos a Alex (la protagonista, Najwa Nimri) hacer malabarismos sobre un cable situado a más de 20 metros de altura, sin red que la protegiera de romperse todos los huesos del cuerpo en caso de caída, cargada con el peso de un hermano que se escurría por el desagüe de la heroína (un genial Karra Elejalde), con una familia que, más que llevar sobre sus hombros, era un puñal clavado en los pulmones. Por eso Alex no podía respirar. Por eso Alex, por muy mujer que fuera, era 'otro' más en aquella pandilla que sólo veía luz al final del túnel moviéndose por fuera de la legalidad.

Sólo allí, entre armas, peleas de perros y el riesgo de una muerte precipitada, tenían espacio para buscar un instante después del presente (porque en su caso eso no se podía llamar futuro). Sólo allí era posible, en medio de una familia anclada a una televisión (aunque la pantalla esté apagada), llegar poner de rodillas a tu padre con una pistola metida en su boca (en algunos casos era un padre, en otros una madre, un hermano, un primo, un matón del colegio o una profesora de matemáticas... siempre había alguien a quien desear apuntar con una pistola) y contar en voz alta para no volarle la tapa de los sesos.

photo_2315.pngEl mensaje está en la nuca

Sin embargo, ahora, cuando te miras al espejo en el cuarto de baño antes de acostarte, no suenan canciones de Smashing Pumpkins mientras te frotas la cabeza, sino tertulias radiofónicas de la Ser o la Cope en voz baja (no vayas a despertar a los niños). Porque estos tiempos ya no son aquellos, y la rabia y las preguntas mil veces repetidas han dejado paso a una cierta condescendencia y a respuestas automáticas, pero por muchos cambios que haya habido en tu vida o en la de los Calparsoro, Nimri, Corgan o Kundera, hubo una ocasión en la que todos coincidisteis, a ambos lados de la pantalla, para completar un “Salto al vacío” (id, Daniel Calparsoro, 1995) tras el que no había un cuerpo hecho pedazos sobre el asfalto, sino una caída constante hasta despertar de ese sueño de los otros tiempos (¿la juventud, tal vez?) en el que no había óperas primas, sino declaraciones de intenciones. Y contundentes.