El arte, el de verdad, el que aspira a dejar huella en el mundo, tiene mucho que ver con el riesgo, con plantear esa visión para la que la sociedad aun no estaba preparada o aun no quería estarlo. Eso es lo que hizo Ang Lee, al igual que en su día creadores como Pablo Picasso o Damien Hirst, con su película "Brokeback Mountain" (2005).
No hablamos de nuestra opinión sobre el film, ni siquiera planteamos que sean comparables las obras de Picasso, Hirst o Ang Lee, simplemente constatamos un hecho: el director de origen taiwanés asumió un riesgo, planteó unas preguntas y ofreció unas respuestas que ya forman parte de la cultura popular de nuestro tiempo. Ese, y no ganar millones o salir en las portadas de Vanity Fair, es el principal objetivo del arte.
Una cuestión de riesgos
Al que esto escribe siempre le ha fascinado imaginar ese momento en que un creador (aspirante a genio muchas veces) se plantea hacer algo que a un simple mortal le podría parecer una locura. Pero no sólo lo plantea, si no que lo hace con tal convencimiento y fuerza que llega a convertir esa idea (descabellada en ocasiones) en algo que impacta en el mundo, que deja una huella imborrable. Acaso se imaginan la cara que le pondrían a un amigo que llega y les dice "voy a hacerte un retrato, pero fundiendo en el cuadro todas las perspectivas posibles de tu rostro" (lo que Picasso hizo con el Cubismo). Resulta sencillo saberlo, una en plan: tío, estás fatal de la cabeza.
Hay más casos por el estilo, como el de Piero Manzoni. Su propuesta es todavía más singular: voy a vender latas con mi propia mierda (que puede estar dentro o no) y además a un precio importante. Sí, por supuesto, si Manzoni fuera un colega vuestro, sólo quedaría una cosa por decir: menuda jeta que tiene este tío.
Ang Lee, un director capaz de moverse en terrenos muy distintos.
Es cierto, para el arte hace falta estar algo mal de la cabeza y tener mucha jeta , porque sólo de ese modo uno se plantea asumir riesgos que para otros serían inaceptables o hacer preguntas demasiado incómodas. Tan incómodas que no hay que tirar de mucha imaginación para casi escuchar al productor de Ang Lee decir "¿vamos a hacer un western homosexual (triste etiqueta que le pusieron a la película) dirigido por un taiwanés que ha triunfado con una película de artes marciales (Tigre y Dragón) y todo ello sin que parezca un capítulo de South Park?".
Pues no sólo lo hizo, sino que creó una película que ya se ha quedado con nosotros para siempre, una obra que nunca será olvidada, que cuestionó mitos y obligó a más de uno a reflexionar sobre el mundo en el que se ha empeñado en vivir. Lo logró y sólo por eso el señor Ang Lee se merece todo nuestro respeto.
Después del riesgo está la película
Habiendo dejado claro ya por qué "Brokeback Mountain" (AngLee, 2005) es una película que nadie debería dejar de ver, una pieza clave de la filmografía moderna, toca poner a un lado el valor de su propuesta y bajar un par de niveles para hablar de su contenido. A fin de cuentas, todo el riesgo, las preguntas y la aventura de pisar un terreno por el que nadie había pasado antes, son aspectos que dan valor al creador, pero para el espectador lo que importa es la historia (¡oh! ¡Qué tirana es la historia! ). La fuerza del guión, sus altos y bajos, esos escenarios naturales capaces de gritar en silencio o los dos vaqueros torturados por una pasión para la que no hay lugar (al menos no uno donde haya finales felices) en un mundo de ganado, rodeos y canciones country.
"Brokeback Mountain" es la historia del agua, de un pequeño riachuelo que se convierte poco a poco en un río, una corriente capaz de ir erosionando (día a día, centímetro a centímetro) rocas enormes que habían permanecido inalterables durante siglos.
El cartel de "Brokeback Mountain" (Ang Lee, 2005).
Dos jóvenes vaqueros, de esos de pantalones ajustados y grandes hebillas, de sombreros de cowboy y cervezas que se beben sin vaso, que escupen en el suelo y saben cómo ponerle la herradura a un caballo, dos jóvenes vaqueros sueltos en un océano donde no hay espuelas, ranchos o sillas de montar a las que agarrarse. Ese océano que primero fue un riachuelo (ese primer escarceo amoroso), para seguir corriendo en busca del mar a pesar de todos los obstáculos (desprecio, odio de los demás, miedos propios), siendo capaz de fluir con enorme vitalidad entre esas rocas inmensas.
Así es, en medio de las rocas, forma que toman esos matrimonios con los que disimular su condición, sigue vivo el río. Un río que siempre llega a los pies de Brokeback Mountain, un paraje natural convertido en el único rincón donde esos dos vaqueros pueden mostrar su afecto y dar rienda suelta a su deseo físico. Más allá de Brokeback Mountain está la realidad, el mundo triste y gris en el que vuelven a ser dos amigos que van a pasar un fin de semana juntos pescando. Pero esa tapadera no resistirá toda la vida (el agua siempre termina abriéndose paso), tal y como le explica la esposa de Ennis Del Mar (un Heath Ledger pletórico en sus muecas y miradas) en la que puede ser una de las secuencias más brillantes de la película.
El mundo de Ennis Del Mar y de Jack Twist (un Jake Gyllenhaal con más luces que sombras, pero fundamental como contrapunto a la contención de Ledger) termina resquebrajándose. Poco a poco, paso a paso, las grietas de la roca se van haciendo más grandes y la piedra termina desmoronándose sobre el riachuelo. Los matrimonios de apariencia, los viajes furtivos, las voces que susurran a su paso, las sospechas, todo eso cae con fuerza sobre ellos. Con tanta fuerza que termina llevándoselos por delante, impidiendo que puedan cogerse de la mano en el final de su historia. Tras tantos viajes al otro lado de la montaña, a aquel lago en el que pudieron creer que era posible, lo que queda (como a casi todos los demás, homosexuales o no), es la certeza de la soledad. Una soledad que Ang Lee convierte en ese diálogo imprescindible entre Ennis y su hija, cuando esta le anuncia que va a casarse y quiere que él esté presente.
Al margen de los gustos, sigue estando el riesgo
Ang Lee lo logró, "Brokeback Mountain" (2005) forma parte de la historia del cine. Todos sabemos de qué va, conocemos su trama y hemos escuchado hablar de ella. Y todo eso ha sido posible no porque sea la mejor película, porque nos haya apasionado, porque su guión (basado en un relato breve de Annie Proulx) sea redondo o porque haya ganado varios premios (tres Óscar concretamente). No, eso se debe al riesgo, a las incómodas preguntas planteadas. Recuerden al productor preguntando "¿vamos a hacer un western homosexual dirigido por un taiwanés que ha triunfado con una película de artes marciales y todo ello sin que parezca un capítulo de "South Park"?".
Sí, querido productor, lo habéis hecho y en vez de en "SouthPark", "Brokeback Mountain" tuvo su propio gag en "Padre de Familia". Y eso, en el mundo que vivimos, significa que algo se ha logrado.