Al igual que el dinero no da la felicidad en la vida (aunque ayuda mucho), en el cine tampoco las sumas industriales de capital son capaces de garantizar que el producto final sea de una calidad mínimamente aceptable. Ejemplos los hay a montones, tantos que no queremos ni recordarlos. Mejor centrarse en esos casos, que también los hay, en los que la película sí que ha conseguido justificar el mastodóntico presupuesto. De todos esos casos, queremos quedarnos con “El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo” (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Rings, Peter Jackson, 2001) como un buen ejemplo de cómo, en medio un proyecto faraónico como este, es un acierto mantenerse fiel a unos pocos pilares para no terminar perdiendo la perspectiva.
La fidelidad a la obra de Tolkien
Vaya por delante que soy un absoluto devoto de la trilogía de “El Señor de los Anillos” escrita por Tolkien, así que resulta claro entender cuál, al menos en mi opinión, es el principal punto fuerte de la película dirigida por Peter Jackson. Lo mejor que pudo hacer el director de Nueva Zelanda fue mantenerse lo más fiel posible al libro, algo que, aun siendo sencillo en teoría (si ya tienes un guión del más alto nivel, ¿para qué cambiarlo a riesgo de estropearlo?), no siempre es tan fácil llevarlo a la práctica. Cierto que la obra de Tolkien, en la que las ricas descripciones y la multitud de detalles mostrados, permite una recreación visual de toda la historia sin necesidad de tratar de llenar los huecos vacíos, sencillamente porque no hay huecos vacíos.
Un anillo para dominarlos a todos
Así, las licencias y ajustes, inevitables en cualquier traducción de un lenguaje (el literario) a otro (el cinematográfico), son mínimas y básicamente relacionadas con ciertos lapsos temporales (acortados en el caso de la película) o con la introducción de un personaje femenino relevante en el que poder dar cabida a una historia de amor y dar más peso a las féminas en una obra en la que no lo tienen en origen. Por ese motivo, Peter Jackson pasa por alto ciertos aspectos (en el libro la decisión de Bilbo de entregar el anillo a Frodo toma algo más de tiempo) y decide darle mucha más importancia a la elfa Arwen (Liv Tyler), haciéndola protagonista de varios acciones clave (ella lleva a Frodo herido hasta Rivendel y lanza las aguas del río sobre los Nazgûl) en las que en el libro no participaba.
Sin embargo, más allá de esos detalles, el guión y la película siguen casi punto por punto lo expuesto en el libro, logrando así un doble cometido. Por un lado, cuenta con un guión perfectamente elaborado, en el que se equilibran de forma magistral los momentos de acción con aquellos en los que se dan las necesarias explicaciones sobre los orígenes y significados de cada una de las situaciones, objetos e historias (el origen del anillo, la partida de los elfos, la salida de los enanos de Moria...). En segundo lugar, teniendo en cuenta la gran cantidad de fieles, devotos, apasionados y forofos de la obra de Tolkien, ciñéndose a la obra original, se gana el favor de todos esos potenciales espectadores, una ingente cantidad de probables primeras llamas de ese boca a boca capaz de arder mucho más que cualquier campaña de marketing.
La elección de los personajes
Reconocemos que no sabemos qué parte de responsabilidad de este otro pilar recae sobre el propio Jackson o sobre su equipo de casting, pero lo cierto es que la elección de prácticamente todos los personajes resultó un completo acierto. Evidentemente, aquí el presupuesto jugó un papel fundamental, porque sólo así se puede juntar un elenco de estas dimensiones y comprometerlo para tres superproducciones como estas, pero al final queda la elección de cada uno de los personajes.
Mi anillo, mi tesoro
De hecho, siendo especialmente crítico, sólo en algunos momentos donde Elijah Wood (Frodo Bolsón) abusa un tanto de ciertas expresiones que tratan de mostrar el abismo al que se acerca, pero sin demasiado éxito, nos encontramos ciertas disonancias entre lo que uno había imaginado que harían los Aragorn (Viggo Mortensen), Gandalf (Ian McKellen), Boromir (Sean Bean) o Saruman (Christopher Lee) y lo que vemos en la pantalla. Todo el elenco de elfos (Orlando Bloom, Hugo Weaving, Cate Blanchett y la mencionada Liv Tyler) responde a la perfección a lo que nos había contado Tolkien de esos personajes. También en los casos de los hobbits (Sean Astin, Dominic Monaghan y Billy Boyd) o el enano (John Rhys-Davies), aunque aquí ayuda mucho la caracterización, se reproducen al milímetro las expresiones, comportamientos y actitudes mostradas en las páginas del libro.
Unos personajes con los que, al resultar muy sencilla la identificación y completamente verosímiles en cada una de sus acciones, se simplifica enormemente el proceso de integración en la trama del espectador.
Saruman convertido al lado oscuro
Todo el proceso bajo control
Este creemos que es uno de los principales motivos del éxito logrado por Peter Jackson, porque, como todos hemos comprobado en multitud de ocasiones, resulta complicado pasar de la idea que tenemos en la cabeza a la realidad, sobre todo cuando debe ser otro el encargado de plasmar esa idea. En este caso, sin embargo, Jackson también tuvo el control pleno de todo el proceso de desarrollo de los efectos visuales al ser Weta Digital, su propia empresa, la encargada de añadir todos los efectos visuales. Unos efectos visuales que, a lo largo de la trilogía de “El señor de los Anillos”, están presentes en casi el 100% de las tomas ambientales.
Unos efectos que, sin ser tan relevantes en esta primera entrega como pueden serlo en la segunda o en la tercera parte, sí que logran ser clave en la secuencia de acción más importante de toda la película: el paso de la Comunidad del Anillo por las minas de Moria. Es a lo largo de esas dos escenas de acción trepidante (primero enfrentados al troll y después ante el monstruo salido de las entrañas del averno) donde Jackson sienta las bases de lo que él y su equipo serán capaces de hacer desde ese momento hasta el final de la última película.
Gandalf, cuando todavía era Gandalf El Gris
Las puertas abiertas
En este punto se concretan varios de los aspectos planteados anteriormente. De hecho, aquí Peter Jackson combina la adecuada siembra de semillas (la secuencia en Moria, el impacto de la elección de personajes, un buen ritmo del metraje a pesar de su duración) con un campo perfectamente abonado para que esas semillas agarren y crezcan. Vuelve a aprovechar el hecho de contar con un guión ya excelso de por sí y tan ampliamente conocido que, unido a lo que ha sido capaz de mostrar en esta primera entrega, hace que el espectador abandone la sala comenzando a saborear ya las batallas que vienen y los personajes a los que todavía hay que ver en acción (en especial a ese Gollum del que apenas hay un destello en esta primera parte).
Así, con todos esos puntos a su favor y sacando partido del impacto positivo de ese 'adelanto de lo que viene' que deja en la cabeza del espectador, “El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo” (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Rings, Peter Jackson, 2001) se permite también el lujo de no tener que enfrentarse a aspectos que suelen ser críticos en una película. En una obra como esta, en la que hay tanta información que mostrar de partida, el riesgo de tener que llegar al final de una forma demasiado abrupta siempre es una amenaza. Sin embargo, aquí, al ser la primera parte de una trilogía, ese riesgo se posterga hasta las siguientes entregas, logrando que la evaluación que se hace de la película pase a basarse en aspectos como la traslación (el paso de la imagen del libro a la imagen de la película) y la anticipación (de todo lo que queda por venir), dos aspectos en lo que, sin duda, Peter Jackson consigue triunfar.
Esto es sólo el comienzo
Con este éxito en base a dos criterios claros y concretos, volvemos al punto de partida. Porque, en medio de una obra mastodóntica, de todo el presupuesto y los grandes números, se plantearon unos objetivos concretos y claros, en los que resultaba sencillo valorar el éxito o el fracaso. Dejando de lado los delirios de grandeza y las intenciones grandilocuentes, quedaron esas dos ideas claras en la cabeza del espectador, consiguiendo además sembrar el deseo de ver más, algo muy importante para una obra concebida como una trilogía.