Review: El Campeón (1979)

Review: El Campeón (1979)

Escrito por Pedrinho

¿Se puede llegar a medir la tristeza? Según dos investigadores de la Universidad de California, James J. Gross y Robert W. Levenson, un estudiante recién graduado y un profesor de Psicología, estaba claro que sí era posible, y a ello se dedicaron durante unos 20 años. ¿Cómo intentaron medir la tristeza? Buscando la película más triste para terminar, tras analizar más de 250 y realizar unas 500 entrevistas, concluyendo que “El Campeón” (The Champ, Franco Zeffirelli, 1979) era la verdadera medida de la tristeza. De hecho, fueron más allá, asegurando que la secuencia final de la película era la verdadera cara de la tristeza hecha imágenes.

photo_4317.jpegHay algo en tu mirada...

Una tristeza que, quien esto escribe, sintió como un puñal en su propia piel la primera vez que se encontró con “El Campeón”. Una primera vez en la que, siendo un niño, no pude contener las lágrimas. Tampoco pude hacerlo la segunda ni la tercera y si a partir de la cuarta fui capaz de contener ese nudo que te aprieta cada vez que escuchas al pequeño Rick Schroder, que por cierto se llevó un Globo de Oro al actor revelación por su tremenda actuación, gritar “Campeón, despierta, campeón, tienes que volver a casa”, fue más por miedo a perder esa máscara de tipo duro que había comprado por un precio nada económico. Pero hasta las máscaras de tipos duros también lloran. Sobre todo si ven “El Campeón”.

Remake de una película de 1931

La idea original del argumento sobre el que se asienta “El Campeón” no es obra de Franco Zeffirelli, ni siquiera de los guionistas Frances Marion y Walter Newman, sino que ya contaba con una larga trayectoria antes de que el cineasta italiano (cuyo verdadero nombre era Gianfranco Corsi) se fijara en ella. De hecho, se acercaba ya el 50 aniversario de la primera versión, la que creó en 1931 King Vidor, que cosechó un notable éxito en aquel entonces.

photo_3741.jpeg¡No puede ser!

Con tanto tiempo de por medio, Zeffirelli podía evitar el juego de las comparaciones (que suelen ser odiosas) y puso todo su saber hacer, ese largo bagaje como artesano cinematográfico, tirando de actores con mucha presencia, muy magnéticos a pesar de no estar dentro de ese grupo en el que, supuestamente, están los más grandes. Sin embargo, tanto Jon Voight (el protagonista), como Faye Dunaway (la esposa y madre que se fue) y el ya citado Rick Schroder (un descomunal T.J. de tan solo nueve años) son capaces de atraer todas las miradas cada vez que entran en escena. Puede que sea su pelo (rubio intenso el padre y el hijo), sus pómulos (elevados) o los ojos claros de brillo intenso. No lo sé, pero esa fuerza, ese magnetismo, esa presencia, está siempre ahí. Hasta el final, hasta las lágrimas.

El atractivo de un ring

La verdad es que la historia sobre la que se arma “El Campeón” tiene todos los ingredientes para ser un drama de los grandes. Hay un padre, un boxeador que tocó la cima y cayó, con todo lo que implica una caída (alcoholismo) y una vez allí, en el suelo, encontró a su hijo y el vacío dejado por una esposa y madre que dimitió de ambas funciones. Así fue como se levantó, con la mirada de T.J. siempre pendiente de él, una mirada que no veía a un caído, a un ex-alcohólico o a un cuidador de caballos que apenas juntaba el dinero suficiente para los dos. No, esa mirada sólo veía a El Campeón, así, con mayúsculas iniciales en las dos palabras.

photo_7498.jpegSólo en el ring está la metáfora de la vida

Pero el drama no está en la mirada del niño, el drama está en la vida. Una vida de la que, y esto es un convencimiento personal, no hay mejor metáfora que el boxeo. Porque el boxeo es inconcebible sin la derrota (siempre hay una derrota, al menos una, por mucho que ganes), sin los golpes (siempre hay que recibir golpes), sin esas miles de horas de entrenamiento para que todo cristalice allí, sobre el ring, entre las doce cuerdas, de donde sólo se puede salir con una victoria o una derrota (porque siempre que no es una victoria es una derrota). Eso, los golpes, lo dura que puede ser la caída, el riesgo de que aquello que puedes perder sea irrecuperable (tan irrecuperable como la vida), es la metáfora perfecta de ese camino irregular que separa el nacimiento de la muerte (la mayor de las caídas).

El amor a los ídolos (incluso cuando han caído)

Evidentemente, Zeffirelli, como buen artesano, sabe de dónde tirar y aprovecha la mirada del pequeño T.J., el único capaz de mantener el amor incondicional a los ídolos, a los ídolos más grandes que puede tener un niño: sus padres. Bueno, en realidad a los padres que están ahí. Cuando no están, como en este caso la madre, pierden ese título de ídolos, porque resulta muy complicado querer por encima de todas las cosas a algo o alguien que no está porque ha decidido irse (aunque sea una madre).

photo_5259.jpegNo eres tú, mamá

T.J. sigue viendo un campeón donde sólo queda su padre tratando de sobrevivir, para él esas largas jornadas cuidando caballos son un juego y el cuadrilátero no es el lugar donde su padre puede dejarse la vida, sino la parcela del mundo que un campeón debe ocupar en todo momento. Por eso el padre, que no el boxeador, se sube de nuevo al ring, para seguir siendo precisamente eso, un padre (sólo allí conseguirá el dinero que le permita retener a su hijo una vez que su madre ha vuelto decidida a llevárselo). Sin embargo, un padre sólo puede perder en un ring, sólo puede encontrar una derrota, una enorme, una que T.J. no puede ver.

La apoteosis final de la tristeza

No hay mucho que decir ni que escribir sobre la secuencia final de “El Campeón” (The Champ, Franco Zeffirelli, 1979). Poco más que contar que advertir que si alguna vez te imaginaste con encontrar la tristeza, la tristeza en estado puro, en una pantalla, lo que llegaste a imaginar no se parecía a esto. Seguro que tu imagen de la tristeza no tenía a un padre metido en la piel de un boxeador afrontando la más dura de las caídas. Seguro que en tu imagen no había un niño pidiendo a todos los que rodean al campeón que no lloren, que le ayuden a despertarlo porque tiene que volver a casa. Volver a casa con él. Volver.

photo_3041.jpegLa imagen de la tristeza más absoluta

Una vuelta imposible en la que lloramos cada una de las lágrimas del mismo T.J.

Es lo que tiene la tristeza, que es contagiosa.

Y duele.