Matar al mensajero: fortalezas y debilidades

Matar al mensajero: fortalezas y debilidades

Escrito por pedrinho

Ver una película viene a ser algo así como contemplar a un novio o una novia. Sí, ya sabemos que dicho así, de sopetón, puede sonar a gilipollez (una de dimensiones considerables), pero son indudables las relaciones entre un acto y otro. A fin de cuentas, en ambos ejercicios, en los que subyace el amor (o el afecto o, como mínimo, algo de cariño, que es lo menos que se le puede tener a un novio/a), pesan más los criterios y puntos de vista del espectador que las cualidades tangibles y contrastadas del objeto de observación, sea la película o el novio/a. 

Todos hemos vivido, o al menos presenciado, esa escena de pareja en la que el mismo gesto, idéntico hasta en el más mínimo detalle, puede provocar un día una sonrisa de complicidad y ternura, mientras que al día siguiente no hace otra cosa que abrir la caja de Pandora. Si el gesto, la acción, el detalle, es el mismo, ¿qué es lo que cambia? El espectador y su forma de interpretarlo, algo que marca mucho los análisis y valoraciones que podemos llevar a cabo tras ver una película.

f5c826e8e0e98e531da5c9117f29fb60Desentrañando la "Oscura alianza"

Aprovechando el reciente estreno de “Matar al mensajero” (Kill the Messenger, Michael Cuesta, 2014), os proponemos un juego, uno que puede resultar provechoso incluso en la vida real, donde podemos encontrarnos (a veces incluso para nuestra sorpresa) con un novio/a. Las reglas son sencillas: destacar puntos de una película, la misma película, para demostrar que, según dónde queramos poner el foco, podemos llegar a crear que es una cinta que merece la pena o, por el contrario, una candidata al fondo del baúl de los (malos) recuerdos.

Fortalezas de "Matar al mensajero"

Como hoy tenemos un buen día y queremos que se haga extensivo a todos y todas los que van a ver a sus novios/as (es lo que tienen los novios/as, que son visibles), vamos a comenzar con la cara buena de “Matar al mensajero”, película sostenida en su mayor parte sobre los hombros de un Jeremy Renner que consigue, y por eso se merece un aplauso, que nos olvidemos que él fue uno de los protagonistas de “Hansel y Gretel: cazadores de brujas” (Hansel & Gretel: Witch Hunters, Tommy Wirkola, 2013). A fin de cuentas, ahora estamos más que seguros de que es capaz de sacar lo mejor de sí mismo para algo más que para matar brujas de cuento.

El montaje

En un historia como la que trata “Matar al mensajero”, una que sucedió realmente, que tuvo un gran impacto mediático, dejando al descubierto las relaciones entre la CIA, el tráfico de drogas, la financiación de grupos paramilitares para atacar gobiernos que USA percibía como amenazas, el poder de la prensa y los centros de información, era importante sacar partido del enorme archivo documental al que había acceso. Michael Cuesta y todo el equipo de montaje consiguen jugar bien esa baza, incluyendo porciones de entrevistas, reportajes y declaraciones de prensa, insertando titulares de periódico y recortes de prensa... es decir, utilizando todo el material que acentuaba el sentido de realidad, incluso de documental, de constatación de un hecho por encima de una ficción articulada para ofrecer una visión (por su propia definición subjetiva) de un proceso bajo el que se esconde tanto un drama humano (el periodista convertido en un paria por contar la verdad) y la miseria de un gobierno, capaz de hacer de la frase “el fin justifica los medios” un ejercicio de sadismo (promover el tráfico de drogas en la comunidad afroamericana para financiar con ese dinero una guerra en Nicaragua).

9a3d70a8f1626c2ea20927a9d287db8aEl periodista ante su "máquina de la verdad"

Recursos para dar movimiento

En una película lenta, a pesar de la magnitud del tema que tenemos entre manos, en ocasiones muy lenta y con tendencias a la inacción, el director reconoce ese peligro y tira de recursos clásicos para romper esa monotonía. Uno de los más socorridos es el uso del plano secuencia (cámara siguiendo al protagonista, que siempre se ve de espaldas), el mismo del que Brian De Palma explotó todas sus posibilidades en "Ojos de serpiente" (Snake Eyes, 1998), y que, en esta ocasión, tras los pasos de Gary Webb (nombre del periodista encarnado por Jeremy Renner) nos permite experimentar la sensación de persecución y movimiento en una cinta en la que el movimiento, precisamente, no es algo que abunde. Apuntar aquí, sin embargo, que el momento más interesante, a nivel de acción (dicho esto con todo el cuidado), no es un plano secuencia, sino un primer plano de Renner en busca su coche en el aparcamiento seguido por una figura (buen uso del desenfoque) que no podemos definir (así de difuso, pero presente, es el poder que acosa al periodista).

El uso de la música

En “Matar al mensajero” no falta la moda de la suspensión de la línea de acción para mostrar un rostro o un paisaje, algo que abunda en, por ejemplo, “12 años de esclavitud” (12 Years of Slave, Steve McQueen, 2013). Con ese recurso se intenta ofrecer una pausa para la reflexión, un momento para compartir los pensamientos del protagonista, para digerir lo que está sucediendo. Michael Cuesta, suponemos que conscientemente, trata de darle “más vidilla” a esos momentos, utilizando la música para describir el cariz de todos esos pensamientos. Así, el mismo planteamiento visual (un primer plano estático de un actor), puede sugerir tormenta con una música potente en unos casos y, en otros, calma y felicidad con unos acordes estilo “Imagine” de John Lennon. Eso se llama tirar de toda la paleta de colores a nuestro alcance.

d3cd8b1d181595ac8cb39b7163c33e03Camino al sótano del olvido

Debilidades de "Matar al mensajero"

Cambiamos ahora el cristal de nuestras gafas para ofrecer otra visión de “Matar al mensajero”. Como era de esperar, si nos ponemos a quitarle punta a algo, ya sea nuestro maravilloso novio/a o una película de Michael Cuesta, terminamos por hacer sangre

Los tiempos en la narración

Hace poco, al hablar de los comienzos de Christopher Nolan, lo presentábamos como un maestro de los tres tiempos. Pues bien, Michael Cuesta está en el extremo opuesto en ese sentido. De hecho, si nos ponemos puntillosos, creemos que se nota su carrera en televisión, ya que el transcurso de la trama no presenta ninguna digestión inicial y la parte central de la historia, el núcleo, se desarrollo en la primera parte. Algo así como si se tratara de una serie y el director tuviera miedo de que se la cancelaran si el primer capítulo no alcanzara los niveles de audiencia mínimos. Como primer capítulo no estaría mal, pero da la sensación de que casi todo se ha contado en la primera hora media hora y después no quedan muchos motivos para permanecer sentado en la butaca.

fa1ed7f3608586ee223476c117cde74dMomentos de ocio en una cárcel nicaragüense

Lo sucedido es mucho más grande que lo contado

Tal vez, si el desarrollo de la persecución, del acoso, del desplazamiento sentido por el protagonista fuera mucho más evidente, implicara una mayor tensión, ese exceso de información en la primera parte podría resultar útil. Sin embargo, el empuje de la cinta se cae tras ese gran descubrimiento periodístico y toda la “maquinaria de presión” de la CIA se reduce a un tipo agachado detrás de un coche y al robo de una moto, amén de varios artículos en un periódico que sólo se mencionan. La verdad, estamos seguros de que, puestos a proteger sus secretos, la CIA se iba a tomar mucho más en serio su trabajo. Esa misma imagen de facilidad, de juego de niños, es la que muestra el propio trabajo del periodista, para quien levantar un entramado de esas dimensiones resulta un paseo por la playa: entrar en una cárcel nicaragüense tiene la única complicación de ofrecer con disimulo unos billetes, hablar con un miembro del gabinete de Seguridad Nacional de EE.UU. es tan sencillo como esperarlo a la salida del trabajo y sentarse con él a tomar un sandwich... no sé, nunca lo he intentado, pero me imagino que debe ser algo más complicado.

El peligro del “basado en hechos reales”

Volvemos aquí a plantear la trampa, el peligro que ofrece esa etiqueta de “basado en hechos reales”, una frase que, en principio, puede parecer que facilita el trabajo de guionista y director, pero que esconde retos que es preciso superar. Unos retos que no todo el mundo resuelve con soltura e incluso en la celebrada “Lo imposible” (Juan Antonio Bayona, 2012) vemos cómo no se sale de forma adecuada de ese callejón. Lo mismo le sucede, pero en mayor grado, a Michael Cuesta, que podría defenderse con un “pero realmente sucedió así”, una excusa de niño pequeño, porque aquí no hablamos de lo que sucedió, sino de lo que él nos cuenta. Y lo que él nos dice es que resulta sencillo, siempre que aparezca una Paz Vega escotada (papel pequeño y un tanto desconcertante el suyo) con un documento secreto ya tenemos la mitad del trabajo hecho.

6affca92071f1ff200ae44f056e8f783Paz Vega, la encargada de levantar la tapa de la cloaca

Da igual que, como se cita en la película, ni uno solo de los mejores reporteros de los más prestigiosos periódicos se hubieran olido nada semejante. Da igual, porque a Gary Webb la mujer escotada le pone las pistas en las manos, un traficante detenido le explica cómo funcionan las cosas jugando al golf en una cárcel y el hombre que puede confirmar la historia se mete en su habitación a media noche. Así de fácil y sencillo. Estoy seguro de que al propio señor Webb, “suicidado” oficialmente con dos tiros en la cabeza, no le pareció tan fácil y sencillo. Sin embargo, aunque se cuente su historia, la del periodista que puso en jaque a toda la CIA, no nos llega su drama, la desesperación al abrir la puerta que mostraba la verdad y que, al mismo tiempo, lo enterraba a él en un sótano sin salida. No, esa historia, también “basada en hechos reales”, no es la que se cuenta en “Matar al mensajero”.