El tiempo pasa a toda velocidad y ya hace más de un mes que dejamos atrás los Oscar, premios que, en lo que se refiere a este año, poco poso han dejado. Ni la vencedora, "Argo" (id, Ben Affleck, 2012), aunque es una película de correcta factura, ni mucho menos las aspirantes, como “El lado bueno de las cosas” (Silver Linings Playbook, David O. Russell, 2012), han logrado dejar una gran huella y no hemos visto que hayan vuelto a las salas para intentar explotar el posible tirón de premios y nominaciones.
Lo cierto es que no nos extraña demasiado, porque ninguna de ellas parece ser una película de la que vayamos a acordarnos mucho dentro de un par de años. Un mérito que, sin ser gran cosa, sí que han logrado otros títulos directamente relacionados con los Oscar en ediciones anteriores. Un mérito que sí ha logrado "Cisne negro" (Black Swan, Darren Aronofsky, 2010), una de esas películas que puede gustarte más o menos, pero de la que indudablemente vas a acordarte pasado un tiempo.
¿qué tienes dentro, Natalie
Natalie Portman a lo grande
De hecho, exigiéndole un esfuerzo a nuestra memoria, a la que apretamos en busca de imágenes de la película de Aronofsky, la gran mayoría de esos planos están dominados por la presencia de Natalie Portman. Decir que Portman logra en esta película una de las actuaciones más brillantes de su carrera, por no decir la mejor, es no hacer justicia al esfuerzo e implicación de la actriz con este papel. No, porque en realidad logra algo más importante que ganar la preciada estatuilla, logra dejar atrás a la propia Natalie Portman, a la actriz que todos conocíamos (o creíamos conocer), a esa que veíamos en cada nueva película, por mucho que cambiara su nombre, su nacionalidad, la época o incluso el planeta en el que se encontrara.
Los mismos ojos, la misma boca
No hay patito feo
Natalie Portman era la misma niña de “Léon: El profesional” (León, Luc Besson, 994), la misma muchacha espabilada de “Beautiful Girls” (id, Ted Demme, 1996), por mucho que se vistiera de musa de Goya, se rapara la cabeza o tomase el cuerpo de la madre de Luke Skywalker. Siempre era ella, una constancia tras la que pueden entenderse ciertas decisiones, ciertos papeles escogidos en su carrera, como un intento por alejarse de su propio tópico. Papeles como el que interpreta en "Closer" (id, Mike Nicholls, 2004), donde a pesar de la poca ropa, de las sesiones privadas y las conversaciones sutilmente lascivas, no consigue distanciarse de esa niña que todos vemos en ella, creando un efecto un tanto desconcertante, como si fuera una “Lolita” escapada de la novela de Nabokov para terminar en un club de carretera.
Antes de salir a volar, hay que estirar. Eso Natalie Portman lo sabe muy bien.
Fue entonces cuando llegamos a creer, con mucho pesar, que la tierna Portman no iba a ser capaz de escapar a su propio cliché, al igual que Meg Ryan nunca podrá dejar de ser una chica de “French Kiss” (id, Lawrence Kasdan, 1995) y comedias románticas, por mucho que en “En carne viva” (In the cut, Jane Campion, 2003) llegara a enseñar una teta, o que Mónica Bellucci, quien siempre sugiere algo tórrido y lascivo, por mucho que esté comprando una barra de pan vestida con bata de casa y pantuflas.
El majestuoso cisne negro
Rompiendo el cascarón
Sin embargo, llegó "Cisne negro" y Natalie Portman pudo escapar de sí misma. Tal y como hicieron en su momento Brad Pitt, que dejó atrás el tópico de chico guapo que hace pucheros a base de partirse la cara (literalmente) en "El club de la lucha" (Fight Club, David Fincher, 1999) o "Snatch" (id, Guy Ritchie, 2000), o incluso Leonardo Dicaprio, al que no le valió con hacer "¿A quién ama Gilbert Grape " (What's eating Gilbert Grape, Lasse Hallström, 1993) o "Diario de un rebelde" (The Basketball Diaries, Scott Kalver, 1995) para convertirse en algo más que una cara bonita y tuvo que esperar a dar con Martin Scorsese para entrar en otro nivel con “Gangs of New York” (2002).
Natalie Portman rompe el cascarón... Natalie, ¿sigues siendo tú
Portman logró completar su transformación y logró hacerlo ante nuestros ojos, una transformación para la que no necesitó mostrar a la cámara lo más íntimo de su anatomía (aunque estamos seguros de que lo habría hecho de haberlo justificado el guión), completando un salto sin red en el que nos mostró los diferentes matices de su rostro de niña buena, permitiéndonos intuir las zonas grises de su mirada y los lugares oscuros de esos labios y sonrisa de los que no imaginabas que pudiera escaparse una mentira o una palabrota.
Así dicho, puede incluso llegar a parecer sencillo, pero no lo es. Sólo hay que recordar a otros muchos que fracasaron en ese mismo proceso, como Jim Carrey, quien a pesar de demostrar en obras como "Olvídate de mí" (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michael Gondry, 2004) o "Man on the moon" (id, Milos Forman, 1999) que era mucho más que un conjunto de muecas histriónicas con patas, no logró nunca dejar ser Jim Carrey. Quizás no logró que dejáramos de verlo como Jim Carrey, pero para un actor cualquiera de esos dos resultados es igualmente pésimo.
Desplegando las alas
Sin embargo, Natalie, la buena Natalie, la dulce, la tierna, sí que dejó de ser ella (la otra, la de fuera), para ser ese cisne, blanco y negro al mismo tiempo, con los mismos dos reversos, uno brillante y otro tenebroso, de todo ser humano. Natalie Portman dejó de ser la misma que llevábamos viendo todos estos años para ser elevarse por encima de su tópico, y lo hizo, paradójicamente, en la película que más semejanzas podría plantear con ella misma. Porque en “Cisne negro” (Black Swan, Darren Aronofsky, 2010), Nina, la protagonista, es una bailarina que quiere escapar de su imagen de chica buena, de ese frío perfeccionismo que mata la pasión (que siempre tiende al descontrol), de la manipulación de una madre que la tratará siempre como a una niña de diez años, por mucho que sea ya una mujer capaz de equivocarse, amar, hacer daño y follar.
El placer de la transformación
Así, delante de nuestros ojos, Nina, al mismo tiempo que Natalie, deja atrás a la niña manipulada, a la chiquilla buena que siempre cumple las normas, entrega los deberes a tiempo y jamás tiene una palabra fuera de tono, para desplegar sus enormes alas, porque ya no es un “patito bueno” sino todo un animal de la pantalla.