Uno de los clásicos dentro del cine en España, casi más que José Sacristán, Almodóvar o Carmen Maura, y por supuesto mucho más clásico que Paco Martínez Soria o Andrés Pajares, son las creativas traducciones de los títulos de las películas que llegan del otro lado del Atlántico. En la película que nos ocupa en esta ocasión ("There Will Be Blood", Paul Thomas Anderson, 2007), los traductores o traductoras optaron por un "Pozos de ambición" mucho más pretencioso que el literal "Habrá sangre".
¿A qué se debió esa nada sutil modificación? Difícil saberlo, pero vamos a desechar ese "Pozos de Ambición" (aunque tras ver la película, lejos de ser una rimbombante frase metafórica, nos parece una descripción casi literal del argumento), para quedarnos con el crudo "Habrá sangre" para tirar del hilo de esta revisión de la película de Paul Thomas Anderson. ¿Y cómo lo haremos? Sencillo. Dejando claro, más allá de la sangre, lo que sí habrá y lo que no en "There Will Be Blood" cuando un espectador se enfrente a ella. Sí, hemos dicho enfrentar a propósito, porque esta película va a exigir esfuerzo, entrega y pelea por nuestra parte.
¿Estás preparado para eso? Pues adelante.
Apuntando a las estrellas
En "Pozos de Ambición" habrá una huella imborrable del trabajo de Paul Thomas Anderson. El todavía joven director estadounidense (1970) no se toma el cine como si fuera un pasatiempo, para él cada nueva película es una oportunidad de pasar a la historia, una ocasión en la que poner su nombre al lado de los más grandes. Cierto que semejante altura de miras puede hacerle creer a uno que es mucho mejor de lo que realmente es, pero habiéndose sacado de la chistera obras como "Boogie Nights" o "Magnolia", se entiende que tenga ciertos delirios de grandeza. Además, son esos delirios los que le acercan de nuevo a la perfección en ciertas secuencias de "There Will Be Blood", así que bienvenidos los delirios.
Paul Thomas Anderson dando instruciones a Daniel Day-Lewis.
Por el contrario, no habrá momento, sobre todo cuando te vas acercando a esos 150 minutos de película, en el que no se te venga a la cabeza su afirmación de que su cine había tocado techo tras "Magnolia" (1999), que jamás volvería a hacer algo tan bueno como aquello. Evidentemente, hay opiniones para todos los gustos y "There Will Be Blood" recibió y sigue recibiendo muy buenas críticas, pero si tenemos que poner en una balanza una y otra, a no ser que esté trucada o estropeada, pesará más la perfección de aquella obra maestra con la que se puso fin al siglo XX.
El mejor actor vivo
No desesperéis porque de lo que sí habrá, y mucho y bueno, es de Daniel Day-Lewis, proclamado por más de uno como el mejor actor vivo (así lo definían en una entrevista que recuerdo de Esquire). ¿Es exagerada esa sentencia? No demasiado, la verdad. En "There Will Be Blood", el irlandés no sólo pone a sus pies a la Academia del Cine estadounidense llevándose el Óscar, algo ya habitual en su carrera, sino que logró algo mucho más meritorio. Sus ojos, su mirada afilada como un punzón, su inconfundible perfil, esa boca crispada, sus discursos (los mismos que un día le hicieron el último mohicano, otro un boxeador británico y antes un mangante irlandés confundido con un terrorista) parece que sólo pudieran ser los de Daniel Plainview, ese minero elevado a magnate del petróleo con el mismo esfuerzo con el que consigue pudrir su interior. Sí, cada una de sus palabras, de sus silencios, de los movimientos de sus manos, de sus pasos en medio de la cojera, parece imposible que algún día pudieran haber dado vida a otro personaje distinto a ese. La misma sensación que tuvimos con el mohicano, con el boxeador o con el irlandés. Ese es Daniel Day-Lewis y esa es su carta de presentación.
Daniel Day-Lewis colosal incluso enfangado hasta el cuello
Habrá mucho Daniel Day-Lewis, sin duda, pero no habrá quien le dé réplica. Con el magnetismo de ese Plainview, al que repugnamos en ocasiones con la misma fuerza con la que otras veces estaríamos dispuestos a ayudarle a criar a su hijo (mojar el biberón en whiskey nunca debería ser una opción), llenando cada escena de la película, no queda espacio para nadie más. De hecho, ante la intensidad de sus palabras, en esas conversaciones en las que quiere lograr que le vendan un terrero o en las que desecha la jugosa oferta de la petrolera, nadie le responde. La voz de los demás se apaga (y esta frase no tiene nada de metafórico), quedando sólo su determinación, su obstinación a lo largo de más de 20 años. El único a quien Paul Thomas Anderson enfrentará con Day-Lewis es a un Paul Dano, el histriónico y desquiciado pastor de la Iglesia de la Tercera Revelación que prolongará su duelo con Plainview desde el momento en que este llega a Little Boston hasta los últimos días de su vida, finalizando del único modo que pueden terminar esas sucesiones de afrentas que ambos se dedican. En ese momento sí que habrá sangre.
Un regusto difícil de definir
Además de sangre, el final de "There Will Be Blood" (Paul Thomas Anderson, 1999) nos traerá algo más. Después de 150 minutos de metraje, de una fotografía que te hace mascar el mismo polvo que los personajes (ganadora de otro Óscar por ello), de una secuencia inicial tan celebrada y de haber asistido, en cuatro saltos de tiempo, a la ascensión y caída de Daniel Plainview, tendremos la certeza de haber completado una etapa de esas que los ciclistas llaman "rompepiernas". Subidas y bajadas a lo largo de la trama, una historia que avanza a tirones, con momentos estirados hasta el límite y otros pasados por alto sin que la elipsis sea capaz de llenar semejantes vacíos, un guión digno de elogio, con una trama cruda, incluso sucia (¿podía ser de otro modo metido hasta el cuello en un pozo?), de esas que te aprietan las tripas, pero resuelta con desconcierto.
¿Cuál será el final de Daniel Plainview?
Uno le tiene mucho respeto a Paul Thomas Anderson (el efecto "Magnolia" aun está vigente en mi interior), pero en mi caso lo que habrá tras el final de "Pozos de Ambición" cuando la vuelva a ver (que lo haré, de eso pueden estar seguros) no será el deseo de abrazar a ese Plainview que siguió un soplo hasta Little Boston para arrancarle a la tierra esa bilis negra capaz de hacer crecer los dólares. Ni siquiera las ganas de sacar a HW (el hijo del protagonista) de los brazos de su padre antes de que sea demasiado tarde, ni tampoco el inconfesable deseo de estrangular con mis propias manos a ese "falso profeta" de Eli. No, lo que habrá en cuanto los créditos inunden la pantalla será una necesidad perentoria de ir corriendo a buscar "Oil!", la novela de Upton Sinclair en la que está basado el guión de la película, para ver si ahí también se resuelve la historia de la misma manera.
Todavía no he leído ese libro, pero espero que así sea, porque si no puede que le pierda algo de aprecio al señor Anderson. Y eso que "Magnolia" me impresionó mucho.
Muy mucho.