3 claves en el cine de animación

3 claves en el cine de animación

Escrito por Pedrinho

No voy a negar ahora mi devoción por las películas de animación. No, no es el momento. Por mucho que ya estemos bien metidos en la treintena, las películas de dibujos (nombre clásico que me sigue apasionando) siguen despertando en mí una atracción a la que me resulta complicado resistirme. Bueno, es cierto que no pongo demasiado empeño en resistirme, ya que tengo claro que la triple lectura que ofrece siempre una película de animación es algo demasiado goloso como para dejarlo pasar. Algo así como ese helado de tres bolas que llevas paladeando desde que tienes uso de razón.

La triple lectura de una película de animación

Como ejercicio de autoafirmación e intento de ganar adeptos a la causa de las 'películas de dibujos', quería compartir hoy esa triple lectura que siempre proporcionan este tipo de obras. Una triple lectura que vamos a ejemplificar de la mano de “Número 9” (9, Shane Acker, 2009), una película que no ha alcanzado las cotas de popularidad (y es lógico que así sea) de cintas como “Pesadilla antes de Navidad” (Nightmare Before Christmas, Henry Selick, 1993) o “La princesa Mononoke” (Mononoke Hime, Hayao Mizaki, 1997) una de nuestras favoritas y que ya hemos revisitado en este spoiler, pero a la que merece mucho la pena dedicar 90 minutos de nuestro tiempo.

photo_9951.jpegQue bueno que viniste

La película “Número 9” tiene su origen en un corto del propio director, que ya en el año 2006 se había ganado una candidatura al Oscar, un reconocimiento que llamó la atención de Tim Burton y Timur Bekmambetov, acostumbrados ya a moverse en el mainstream, y que se convirtieron en los productores del largometraje, seguros de que su propio nombre (se mencionó mucho más a Burton que al propio Acker durante la promoción) y la pericia de Shane Acker eran valores seguros para llegar a buen puerto. Y lo cierto es que a puerto llegaron, no sé si al que ellos pretendía, pero a uno llegaron sin duda. Y allí, en ese puerto, los encontramos nosotros para hacer nuestra triple lectura de la película.

Primera lectura: el nivel visual

Evidentemente, cuando uno se sienta a ver una película de animación, tiene claro que está ante un planteamiento visual distinto. Incluso a pesar de que a nivel de planos o enfoques no haya mucho riesgo, la conjunción de colores, formas y profundidades son distintas a las de una película convencional, lo que ya asegura una visualización distinta. Por suerte, al hablar de “Número 9”, no es que estemos ante un modo de ver distinto, sino que estamos ante todo un espectáculo visual de grandes dimensiones.

photo_4911.jpegEl muñeco contra la máquina

Un espectáculo enorme, pero que Shane Acker (y todo el estudio de animación que trabajó con él) tiene la virtud de crear a partir de los detalles. Porque ese es uno de los puntos fuertes de la película, el ser capaz de avanzar en base a la acumulación, construyendo con cada pieza (la ropa, los gestos, las herramientas) la personalidad de cada uno de esos números que protagonizan la película. Lo mismo sucede con ese mundo postapocalíptico, sumido en la destrucción tras otra Gran Guerra, en el que apenas tenemos grandes angulares (apenas, pero alguno sí hay) sobre la magnitud de la tragedia. Sin embargo, no por eso dejamos de tener clara la profundidad de la catástrofe o de saber el agujero tan profundo en el que ha caído la humanidad y el propio planeta, porque ese cuadro está ahí, nítidamente pintado a base de juegos de luces (maravillosa utilización de las sombras) y escenarios que apenas se mantienen en pie.

Como recomendación, sugerimos prestar especial atención a la expresividad lograda por cada uno de los muñecos sin que ninguno de ellos tenga un rostro humano, explotando todas las posibilidades que dan unos grandes ojos y una boca. Un interesante modo de recordar cuáles son nuestras herramientas de comunicación (más allá de la palabra, claro está).

photo_4625.jpegUna batalla desigual

Segunda lectura: la narración

Dejada de lado la exuberancia visual de “Número 9”, que la tiene, y en grandes cantidades, pasamos al segundo nivel de lectura de una película de animación: la narración. Como ya hemos repetido tantas veces, da igual todo lo demás si no hay una historia sobre la que sustentarse. Todos los colores, las luces, los efectos y los alardes técnicos necesitan de un soporte, de una estructura sobre la que ir depositándose, porque sino es lo mismo que intentar mostrar un hermoso vestido y todos sus complementos sin un maniquí o una modelo. Imposible, porque termina todo hecho una bola en el suelo.

En este caso no es así, porque “Número 9” cuenta con su maniquí sobre el que asentarse. Cierto que ese maniquí no es, ni mucho menos, lo más brillante de todo el conjunto, pero al menos cumple con su función: mantener erguido el vestido para que podamos apreciar cada detalle (las costuras, los vuelos, los encajes, los remates...). Siendo muy escrupuloso con la narración de la película, lo cierto es que la historia carece de los alardes que sí plantea a nivel visual, sin sorpresas o giros inesperados, avanzando por el camino marcado desde el principio hasta el final.

photo_8882.jpegLa búsqueda de la luz

El guión transita por un camino llano, bien asfaltado, por el que no sería complicado avanzar sin tener que cambiar de marcha y poco preocupados por volante, ya que no hay giros complicados o algún bache que esquivar. Aquí podríamos jugar a abogado del diablo y asegurar que es debido a eso, a ese camino predecible, el motivo por el cual podemos pasar todo nuestro trayecto admirando el paisaje, más preocupados de lo que tenemos alrededor que de prestar atención al recorrido que debemos completar.

Podemos jugar al abogado del diablo, pero no por eso vamos a olvidar que sí es posible combinar las dos cosas (un guión brillante y todo un espectáculo visual), porque eso ya nos lo demostró hace tiempo “El viaje de Chihiro”, pero no es este el caso. Si así fuera, estaríamos hablando de toda una joya, pero en esta ocasión no es así, por muy brillante que sea su factura.

Tercera lectura: los arquetipos

Y así, después de las miradas y los caminos plácidos por la narración, llegamos a mi parte preferida: la digestión. Ese proceso que comienza tan pronto se dibuja la palabra 'Fin' y se abren paso los créditos, en el interior del espectador empieza a moverse algo (tanto da que se haya quedado dormido, porque la digestión se pone en marcha aun en esos casos), permitiendo que la capa más exterior de lo que acaba de asimilar quede a un lado y podamos contemplar lo que hay debajo. Lo que hay debajo realmente.

photo_6719.jpegLos ojos, no dejen de fijarse en los ojos

Eso que hay debajo son las ideas, los conceptos, los mitos, los deseos... esos puntos que forman parte del imaginario popular sobre los que se asienta cualquier historia. Esas historias clásicas, narradas una y mil veces, a pesar de que vayan tomando formas distintas en función de la época o de las técnicas disponibles. En ese apartado, “Número 9” vuelve a ganar mucho interés, porque se presta con mucha facilidad a ese tipo de valoración. No se trata tan solo de la sencilla discriminación de los nueve Eneatipos encarnados en cada uno de los nueve personajes principales (el tirano, el inventor, el artista, el erudito, el guerrero...), sino también del resto de planteamientos sobre los que se asienta la narración, esos elementos que están ahí, que no necesitan ser explicados, pero son necesarios para dar empaque a toda la trama.

Podríamos detenernos en cualquiera de ellos, como el papel de la religión en situaciones de inseguridad y su utilización como elemento de control (por algo el número 1 es presentado como una especie de obispo) en el que se apela constantemente a los miedos. También podríamos hablar de esa amenaza sobre la humanidad que implican los excesos tecnológicos, un clásico en la historia del cine, desde “Metrópolis” (id, Fritz Lang, 1927) a “Terminator” (id, James Cameron, 1984). Podríamos centrarnos en cualquiera de ellos, pero nos vamos a quedar con uno de nuestros favoritos, que es el mito del “patito feo”.

Esta narración es otra de las habituales tanto en creaciones literarias como cinematográficas, presente en todo tipo de obras, ya sea como historia única o como parte de un entramado un tanto más complejo, como sucede en “Número 9”. Una historia conocida por todos, en la que se trata de dar sentido a la diferencia, esa sensación de ser único que todos albergamos, esa creencia de que, a pesar de nuestras limitaciones, de que no seamos los más altos, guapos o inteligentes, aunque no tengamos unas medidas de 90-60-90 o abdominales de tableta de chocolate, podemos ser los protagonistas de la historia, ser quienes cambien el mundo (nuestro mundo) o lo salven incluso. Una historia que puede tomar muchas formas, llamándose un día “Willow” (id, Ron Howard, 1988), otro “Antz” (id, Eric Darnell y Tim Johnson, 1998) y al siguiente “Juana de Arco” (id, Luc Besson, 1999), pero que sigue siendo la misma. La misma que protagoniza nuestro número 9, la misma que protagonizamos nosotros cada día de nuestra vida diaria.