Solo una figura del calado de Steven Spielberg se podría medir a otra como la que representa Abraham Lincoln de tú a tú. Nada que ver con “Abraham Lincoln: cazador de vampiros” (Timur Bekmambetov, 2012) y sí una película con una intención rigurosa: mostrar a uno de los padres de la patria, una de las imágenes del monte Rushmore, al decimosexto presidente de los Estados Unidos, como un ser humano con aristas. Alejarlo de esa aura de divinidad que rodea a un personaje casi mitológico en la historia de un país joven que todavía no ha tenido tiempo de madurar a personajes de ese tipo.
Cada aparición de Daniel Day Lewis en pantalla es un viaje a 1865.
Los intentos de Spielberg fueron orientados, en un primer momento, a un drama sobre los tres últimos años de la Guerra Civil, con siete grandes batallas y un tono que recordaría más al de "Salvar al Soldado Ryan" (Steven Spielberg, 1998) que a "La lista de Schindler" (Steven Spielberg, 1993). Un proyecto faraónico que ni convenció al propio director norteamericano, autor del libreto, ni provocó que Daniel Day-Lewis, auténtica clave de “Lincoln” (Steven Spielberg, 2012), se interesara por la película.
65 de 550
Spielberg también comprendió que ese no era el camino, pero eso no provocó que decayera su interés en un trabajo al que ha dedicado, en períodos salteados, más de trece años. Hizo falta que Tony Kushner creara un guión de 550 páginas que más bien debería haber derivado en una serie que en una película, que Leonardo DiCaprio intercediera para que Day Lewis reconsiderara su postura y leyera la nueva propuesta y que Spielberg se fijara en solo 65 de esas páginas para que “Lincoln” comenzara a tomar vida.
Esa reducción en el arco de objetivos convenció a todas las partes a decidirse a trabajar juntos. El guionista centraba el tema para poder profundizar en el personaje, el director centraba su mirada en la trastienda del mundo político realizando una película que acaba siendo una obra totalmente vigente y actual y el actor podía dar vida a un personaje al que, sorprendentemente, le une un tremendo parecido físico.
La caracterización del personaje es uno de los puntos fuertes de la película.
Radiografiar al personaje en lugar de a la historia
“Lincoln” no es un biopic ni una película de guerra y eso que la película se basa en el presidente más famoso de cuantos han gobernado al país y transcurre al mismo tiempo que la única guerra que los estadounidenses han vivido en su territorio a lo largo de su historia. Serían argumentos potentes para situar la trama, pero convertirían la película en otra cosa y desaprovecharían una tremenda oportunidad para comprender que la vida, ciento cincuenta años después, no ha cambiado tanto.
Las negociaciones, las motivaciones y todo aquello que transcurre lejos de los focos son aspectos todavía hoy decisivos en la vida política de cualquier país. “Lincoln” pone el foco en la negociación que el presidente lideró para conseguir aprobar la decimotercera enmienda. Aquella que abolía la esclavitud en los Estados Unidos, algo que afectaba a más de cuatro millones de personas a mediados del siglo XIX y que supuso un paso de gigante de cara a la igualdad de todos los seres humanos, algo en lo que la humanidad todavía sigue (seguimos) enfrascados a día de hoy.
Las duras decisiones que debe tomar a cada paso suponen un duro golpe para Lincoln.
Con resultados desiguales, puesto que si sobre el papel mucho se ha avanzado, la práctica se empeña en demostrarnos a cada momento que todavía queda mucho camino por recorrer. Sin ir más lejos, dos espectadores de “Lincoln” se interesaron, tras ver la película por esa decimotercera enmienda y descubrieron, con gran sorpresa, que su estado, Mississipi, todavía no había acabado de formalizar los trámites para ratificar esa ley casi ¡¡ciento cincuenta años después!! La situación ya parece solucionada, pero deja bien a las claras como lo importante en las decisiones políticas, y Abraham Lincoln parecía comprenderlo muy bien (a pesar de las sombras de su mandato y de cómo aprovechó una situación de excepción como la guerra para sacar adelante algunas de sus ideas), no es tanto los resultados inmediatos como el bien a largo plazo.
Segundo mandato presidencial
Los pocos meses en los que se centra “Lincoln”, de enero a abril de 1865, resumen a la perfección las intenciones de Abraham Lincoln respecto a sí mismo, a su segundo mandato presidencial y hacia una idea que se ha mantenido vigente a lo largo de los años en los Estados Unidos. Los presidentes, que solo pueden aspirar a dos mandatos de cuatro años, utilizan el primero para intentar ganarse la reelección y el segundo para consolidar su legado, aquello por lo que los recordará la historia.
Los secundarios están a la altura del reto que se les exige.
El decimosexto presidente de los estadounidenses manejó con mano de hierro esos primeros cuatro años, en los que hizo frente a la guerra civil y se ganó un respeto reverencial de sus compañeros en la política y de la población. En el inicio de sus segundos cuatro años, donde se sitúa la acción, se decide a lanzarse a por ese proyecto que lo definiera. Por eso pelea por la decimotercera enmienda, con todas las armas, las buenas y las discutibles, a su alcance y no duda en realizar movimientos tan cuestionables como retener a la comitiva procedente del sur que llega para firmar la paz. Todo con el objetivo de completar su plan, que va más allá de acabar con el conflicto porque, como él mismo explica, la paz sin la enmienda supondrá volver a la situación anterior.
En las negociaciones políticas se junta lo mejor y lo peor de la clase política de antes... y de ahora.
Daniel Day Lewis for president
No quiero despedirme sin una mención especial para el protagonista absoluto de “Lincoln” (Steven Spielberg, 2012). Una película con un gran reparto donde también brillan grandes nombres como Tommy Lee Jones o Sally Field, pero en la que destaca por encima de todos el británico. Un actor muy concienzudo que justifica en cada plano ese tiempo que pidió a Spielberg para realizar su propia investigación del personaje y que, fácilmente, podría comenzar a aparecer en los billetes de cinco dólares sin que notáramos la diferencia sobre los originales. Su interpretación va, de todos modos, más allá del aspecto físico, sino que es capaz de dibujarnos a un hombre inteligente, capaz, que no duda en traspasar la línea cuando lo cree necesario y que tiene, como todos, aspectos oscuros que lo hacen, si cabe, más humano.