El cine español como ente está de actualidad. Las políticas sobre él son muy debatidas y los prejuicios y los números marcan un debate que está demasiado condicionado por ideologías y demasiado poco por las propias películas. Puede que el problema sea que lo analizamos con los ojos de una época que ahora ya no existe o que, cualquier juicio, se enfrente primero a la inevitable pregunta: ¿compensa pagar la entrada para ver la película Pues aquí traemos tres ejemplos que merecen, al menos, que nos planteemos la cuestión.
El callejón (Antonio Trashorras, 2011)
Los dos puntos que sustentan a “El callejón” son su planteamiento y su puesta en escena. Como buena película de terror, busca desnudar las sensaciones. Que el miedo sea latente, que se pueda palpar el peligro. Y lo mejor es hacerlo a partir de la simplicidad. La protagonista de la acción (Ana de Armas) se enfrenta a una situación potencialmente peligrosa, pero teóricamente natural. Una lavandería, por la noche, no es un lugar en el que esperes jugarte la vida, pero si esta está en un callejón, parece más abandonada que activa y tienes que compartir espacio con un chico (Diego Cadavid) que pasa de potencial pareja íntima a asesino en serie, pues la cosa tiene que torcerse. Después, toca el juego del ratón y el gato y la incertidumbre de la caza.
Crear tensión con lo mínimo es básico en cualquier peli de miedo
El planteamiento es simple pero muy potente, puesto que los momentos de máxima tensión son cuando al depredador y a la presa solo los espera la luna de la lavandería. Viene acompañado de la promesa de una película visualmente interesante, puesto que los títulos de crédito combinan música, tipografías y la figura de la protagonista de un modo que invita a confiar en que la historia no está sola.
Son ingredientes potentes que toca ordenar y moldear con la vista puesta en completar “El callejón”. Aquí, sin ánimo de desvelar secretos de la trama, toca decir que las modas son referencias muy peligrosas (aunque “30 días de oscuridad” no sea una opción mala, por la calidad del cómic de Steve Niles) y pueden provocar derivas complicadas de encajar. Como último apunte, agradecer que en un thriller donde las sorpresas y los giros son imprescindibles, no se renuncie a ellos hasta el último segundo del metraje.
El otro verano (Jorge Arenillas, 2013)
Puede que “El otro verano” sea el mejor ejemplo de la situación actual del cine español. Una película con un paso discreto por las salas comerciales, participante en múltiples festivales (más reconocida por la crítica que por el público), en la que destaca el televisivo Pablo Chiapella ("La hora chanante", "La que se avecina") y donde Jorge Arenillas propone una obra pequeña pero ambiciosa en su planteamiento.
El protagonista vuelve constantemente a los lugares ya recorridos
Uno de los peores enemigos que tiene “El otro verano” es la propia información que se pueda tener sobre ella antes de verla. Porque la estructura, el supuesto caos temporal y los juegos entre lo real, lo imaginado y lo intuido son los mayores atractivos de la cinta y el espectador puede enfrentarse mejor a ellos si comienza el visionado con la mente totalmente limpia de información.
Así podrá obviar con más tranquilidad los defectos que vaya descubriendo. No se parará en que esos saltos o la coreografía con la que se mueven los personajes delante de la cámara sea férrea y rompa el ritmo. O considerará algo menor el hecho de que la historia tenga que acabar atada y bien atada, sin posibilidad de interpretación alternativa, lo que limita la relación entre “El otro verano”, Jorge Arenillas y todos lo que hayamos visto su película.
El orden como única vía para avanzar en medio del caos
Insensibles (Juan Carlos Medina, 2012)
“No te conoceré. No sabré nunca tu nombre. Pero he mirado en tus ojos, como mi padre miró en los míos. Ahora tú historia te pertenece. Así, serás libre. Así, serás un hombre. Hijo mío”.
Para el final dejamos la película con más recursos de las tres. “Insensibles” parte de una posición privilegiada respecto a sus compañeras en lo que respecta a presupuesto puro y duro. Sin ser un experto (yo, por supuesto, no lo soy) está claro que Juan Carlos Medina tenía más a su disposición que Antonio Trashorras o Jorge Arenillas.
Lo que a primera vista podría parecer una ventaja, acaba convertido en un problema. En una entrevista con Óscar Aibar que leí recientemente, el dibujante y cineasta y demás actividades, explicaba, con mucha razón, que las limitaciones económicas que tuvo que sufrir en sus proyectos, lejos de condicionarle negativamente le obligaban a suplir esas carencias con talento. El cine low cost, único posible en España en estos momentos para él, acaba convertido, por tanto, en una excelente oportunidad para dejar salir al ingenio y demostrar todo lo que llevas dentro.
El pirineo aragonés es uno de más de los personajes de la trama
En este sentido, Juan Carlos Medina, partiendo de unos objetivos ambiciosos, se desvía del camino trazado por él mismo y pierde el interés en su propia historia para colocar el mensaje final a modo de moraleja. La película pasa así de esa mezcla de los sobrenatural, lo histórico, lo fantástico y lo tenebroso al puro y duro film político. Y no es que eso, por el mero hecho de etiquetarla en otro apartado, la convierta en un producto peor, sino que te deja con la sensación de haber sido engañado.
La acción se desarrolla, de forma paralela, entre la actualidad, en la que David (Alex Brendemühl) busca desesperadamente una solución a su grave problema de salud, para lo que tendrá que bucear en su historia familiar, y en el pasado reciente, en el que el protagonismo corresponde a Berkano (Tomás Lemarquis), un ser insensible al dolor que acaba recluido junto a otros como él, fruto del miedo que generaba y genera en la sociedad española todo lo diferente.
La trama choca frontalmente con las intenciones de "Insensibles"
La inevitable colisión entre estos dos caminos se produce en un desconcertante final, en el que se opta por el camino de la memoria, de la reivindicación y de la justicia en lugar de por dar a la trama desarrollada un final más o menos coherente. El mensaje es ciertamente pesimista porque el protagonista encuentra respuestas a su pasado familiar, pero, viéndolo desde un punto de vista práctico, se queda sin esperanza de cara al futuro y con la más absoluta de las desgracias como única compañera de viaje.
Veremos si al cine español no le está ocurriendo algo similar.