Es esta una selección sin ranking y sin más intención que mostrar algo (poco) de lo mucho que se puede ver en un festival como Cineuropa. Películas que sin un escaparate de este tipo tendríamos dificultades para ver en salas, salvo un director como Hirozaku Kore eda que ya recibe una atención más acorde a su importancia en el panorama intenacional.
La enfermedad del sueño (Schlafkrankheit, Ulrich Köhler, 2011)
Una visita ocasional a un festival como Cineuropa puede depararte una película como “La enfermedad del sueño” y, al salir del cine, te debates entre la indiferencia y la sospecha. El argumento gira en torno a Ebbo Velten (Pierre Bokma), un médico alemán que trabaja en un proyecto humanitario en Camerún. Es feliz junto a su esposa en el país africano y disfruta de una vida plena en lo personal y lo profesional.
La relación de Ebbo con el entorno pasa de simbiosis perfecta a trampa de la que no puede escapar.
La historia arranca en el momento en el que, teóricamente, va a regresar a Alemania con su mujer y su hija. Él parece convencido de tal decisión, pero rápidamente surgen problemas que derivan en una elipsis temporal. Este salto confirma las sospechas que planteaba el comportamiento de Ebbo. Al final no ha regresado a esa vida cómoda y próspera que le esperaba y ha elegido el vínculo con la naturaleza, la libertad física que le permite su vida como gestor de proyectos humanitarios.
Sus actuaciones finales, con la OMS incluida, y la materialización de una historia que circula entre los miembros de la comunidad en la que se ha integrado, conforman una historia que parece discurrir más en las interpretaciones que hagamos de lo que ocurre y en la relación hombre-naturaleza que en la propia trama. Ulrich Köhler recibió el premio al mejor director en el festival de Berlín por su labor en una película que también aparecía en la sección oficial del citado festival.
Costa da Morte (Lois Patiño, 2013)
Del ocasional paso por Berlín tocaba ahora Locarno. El festival suizo destacó a Lois Patiño como mejor director emergente por “Costa da Morte”. En Cineuropa Santiago, además, tuvimos la oportunidad de escuchar al director gallego, respondiendo sobre la película.
Cada uno de los planos de "Costa da Morte" es espectacular.
“Costa da Morte” supone una evolución en el trabajo del propio director, que hasta ahora había trabajado con el paisaje de un modo más estilístico o pictórico. Este nuevo trabajo ahonda en la idea de la identidad del propio paisaje, ya no estamos ante una imagen, sino ante la imagen asociada a una historia, a unas personas y a un lugar concreto.
En realidad, es un cambio bastante drástico, por lo ambicioso de la apuesta. La película se estructura en torno a una sucesión de planos fijos, con el observador siempre a una gran distancia, situado en posiciones muy altas para intentar romper la horizontalidad que genera la presencia de la línea del horizonte. El sonido contrasta esta separación al percibirse de un modo muy cercano. Unas conversaciones “construidas” por el propio director, pero que no están sujetas a la imagen por la separación entre sonido e imagen.
Con estas premisas, se produce una mezcla entre palabra y paisaje, proximidad y lejanía, mito y realidad, lo real y lo trasmitido a lo largo de generaciones que genera una narrativa atípica, a base de fragmentos aparentemente inconexos o arbitrarios, pero que construye un fresco muy amplio sobre un lugar particular.
El propio paisaje genera las sensaciones e ideas que se quieren transmitir.
Como el propio Lois Patiño explicó, es necesario conocer muy a fondo la zona para realizar una película como ésta y es difícil, por ese propio conocimiento, que pueda realizar un trabajo similar en otra zona, pero no es un aspecto imprescindible para los espectadores, como bien demostraron en Locarno.
De tal padre tal hijo (Soshite chichi ni Naru, Hirokazu Kore eda, 2013)
La nueva película de Kore eda era una parada obligatoria en Cineuropa por dos motivos. Tenemos por un lado la garantía que supone la trayectoria del director japonés y, por otro, el reconocimiento que recibió en el festival de Cannes, donde fue galardonada con el premio especial del jurado y, si no se hubiese cruzado con “La vida de Adèle” (La vie d’Adèle, Abdellatif Kechiche, 2013) es probable que no se le hubiese resistido la palma de oro.
Una situación muy compleja sirve a ambas familias para poner su forma de vida a prueba.
Eran avales potentes que vencían el recelo que generaba un argumento que, como muy bien apuntaba un amigo mío, se parecía sospechosamente al de un telefilm de sobremesa. “De tal palo tal hijo” escapó rápidamente de esos miedos por su tratamiento de las situaciones potencialmente más explotables. Tengamos en cuenta que estamos ante la historia de dos familias que, seis años después de acoger a un nuevo miembro, descubren que hubo un error en el hospital y que deben decidir si intercambian a sus hijos o no.
Incluso, por el medio, se descubre el motivo de este dramático error y no es otro que la envidia de una enfermera arrepentida. Ingredientes de sobra para que, tirando de la ternura que generan los niños en pantalla, se explotara el lado sensiblero, con todo lo peyorativo que eso implica.
Podemos decir, muy alto y sin temor a equivocarnos, que Kore eda consiguió crear ese nudo en la garganta a los más reticentes y arrancar abundantes lágrimas a los más entregados sin necesidad de separaciones dolorosas, gritos ni pataleos. La película afronta el tema de un modo natural y racional. Hay un problema y ambas familias deben lidiar con él. Los adultos, con sus ideas, proyectos y manera de entender el mundo, creen tener la solución a todo porque, básicamente, parten de la premisa de que todo se puede comprar o el tiempo hará que los niños se olviden.
El clímax de la película es un ejemplo de emoción, imposible resistirse a la congoja.
Este choque entre lazos afectivos y lazos sanguíneos la resuelven, con más criterio que nadie, los propios niños implicados y, en este sentido, sin ánimo de desvelar nada de la trama, considero el último paseo por el parque entre el protagonista Masaharu Fukuyama (Ryota Nonomiya en la película) y su hijo uno de los momentos más emotivos, humanos, en los que se ha expresado más (y todo sin que veamos la cara del niño ni una sola vez) que yo haya visto nunca en una pantalla. Sencillamente imprescindible.