Vamos a partir de una premisa. Si estás leyendo esto eres un fan del cine y consideras un festival una oportunidad de acceder a películas que difícilmente encuentran acomodo en salas comerciales. Si quieres verlas, deberás dirigirte a filmotecas o vías alternativas, ya sea internet o algún canal temático, lo que, obviamente, se verá condicionado por el soporte que tengas en casa.
Cineuropa, por tanto, es una de esas opciones. Un festival donde se presentan películas no limitadas, contra lo que pudiera parecer por su nombre, al cine europeo, con temáticas, ciclos paralelos y tipo de propuestas muy variadas. Podrías pasar, en una misma tarde por un documental, seguir con una película independiente norteamericana y acabar con un autor consolidado en el marco europeo, todo ello con obras de narrativas desde la más tradicional a la más arriesgada.
Cartel de la XXVIIª edición de Cineuropa Santiago
Por su ubicación en el calendario (en noviembre, tanto en Santiago de Compostela como en Sevilla, donde también se celebra un festival del mismo nombre) recoge lo visto, expuesto, seleccionado y analizado en todo tipo y categoría de festivales a nivel mundial. Cannes, Locarno, San Sebastián o Berlín, por ejemplo, ofrecen un amplio abanico de opciones al público amateur, con más dificultades de acceso a citas más elitistas.
Las colas en las taquillas son constantes. Las salas están mayoritariamente llenas y la acogida sugiere que el mercado del llamado cine de autor conserva aceptación y público. Ante esta tesitura, surgen diferentes preguntas sobre la rentabilidad del cine y la viabilidad de los distintos proyectos, un debate en el que los espectadores que no estamos directamente relacionados con la industria acabamos por no comprender casi nada.
¿Es rentable la exposición de cine de autor?
Los datos, los medios de comunicación y lo que entendemos por industria del cine afirman que no. Una visión quizás un tanto utópica (y visto el público que acude a un festival como Cineuropa) diría que sí. El problema llega a la hora de echar cuentas, parándose a comparar lo que cuesta una entrada en Cineuropa (bono de diez películas a treinta euros), los pases que hay y el público que cabe en cada sesión. Quizás la pregunta debería haber sido: ¿cuánto tiene que recaudar una película para empezar a ser rentable?
¿Se gana dinero haciendo Cineuropa?
Un mínimo contacto con organizadores provoca un desplome de esa visión idealista de que la cultura interesa y se puede vivir dignamente de ella. Solo el trabajo, muchas veces contra viento y marea, de los organizadores y el imprescindible apoyo institucional permiten que sigan con vida este tipo de festivales más pequeños. Básicos para la difusión de un bien tan preciado como la cultura.
Si hay público, ¿por qué no hay opciones viables?
Las salas comerciales son un páramo casi todas las sesiones de las películas (fuera del fin de semana y de las películas con más tirón, pocas veces tienes mucha compañía en las salas) y, sin embargo, no se proponen alternativas. Un festival pequeño como Cineuropa tiene público, aunque sea un mes al año y con precios más asequibles. Solo se me ocurre que hace falta un plan de empresa y ver si de verdad se puede vivir de un proyecto así, aunque entonces veríamos que surgen otros grandísimos problemas como licencias y burocracia en general, la otra pata que debe sostener a estas alternativas y ese es otro debate para que el haría falta mucho más tiempo y un par de generaciones para superar ciertos prejuicios que todavía llevamos muy dentro.