El equilibrio es una cuestión muy precaria. Lo comprobamos cada día. Tenemos nuestra vida más o menos montada y nos consideramos a salvo de imprevistos. La realidad, sin embargo, se empeña en demostrarnos que nunca estamos a salvo de nosotros mismos y cualquier detalle puede llevarse por delante ese castillo de naipes que considerábamos tan sólido. Steve McQuenn parece de acuerdo con esta idea y nos presenta “Shame” (Id, Steve McQueen, 2011), la historia de Brandon, magistralmente interpretado por Michael Fassbender, un adicto al sexo que va a ver su existencia comprometida por la llegada a su casa de su hermana Sissy.
Las relaciones de Brandon solo pueden ser rápidas y oscuras.
¿Por qué un adicto al sexo?
Es la primera pregunta que me surgió al ver “Shame”. Brandon es un hombre joven, atractivo, con un relativo éxito profesional y sin problemas para relacionarse con sus semejantes. Al menos superficialmente. Porque detrás de esa fachada impecable hay una persona que quiere, ante todo, aislarse. Por ello, a pesar de vivir solo, oculta sus propios vicios (su extensa colección de material sexual permanece adecuadamente escondida en los armarios) y siempre busca relaciones en las que prime lo físico y compulsivo.
“¿Qué hacemos aquí si no nos importamos mutuamente?”
La llegada de su hermana, interpretada por Carey Mulligan, provocará que tenga que abrir, ligeramente, esa puerta y su equilibrio acabe derribado por la corriente que se genera. Porque ya no va a poder refugiarse en su propia casa, donde siempre le va a esperar una conversación que no quiere tener, y va a buscar relacionarse de un modo convencional. El fracaso está asegurado porque es algo de lo que ha escapado demasiado tiempo y para lo que no está preparado.
Brandon hace esfuerzos por ser "normal".
¿Por qué solo retazos?
Steve McQueen se esfuerza en toda la película por ofrecernos la menor cantidad de datos posible. Sabe que debe darnos algo y, por ejemplo, se refiere al pasado común de Brandon y Sissy como un lugar malo y no llegaremos a saber nunca si su desesperado final ha supuesto un cambio (la típica redención como final del proceso de aprendizaje que supondría cualquier otra película) real en su vida. La película descansa en las interpretaciones y la puesta en escena y no necesita detenerse en explicaciones que la desvíen de su camino.
El director inglés se limita a mostrarnos la ‘rutina’ de la vida de un adicto al sexo como Brandon, al que se le presupone además un cierto éxito profesional, y después los problemas que le surgen cuando debe convivir con su hermana. La película nos permite constatar que esto provoca unas ciertas consecuencias en sus actos, pero nos toca a nosotros decidir los motivos que provocan esas reacciones.
Brandon y Sissy están unidos por su pasado común.
¿Por qué la hermana provoca ese descontrol?
Reflexionando sobre esa relación hermano-hermana se me han ocurrido cuatro posibles explicaciones. Es seguro que no son las que motivaron a Steve McQueen a la hora de hacer “Shame” y que hay muchas más, pero pueden apuntar los motivos por los que Brandon abandona su rutina y se adentra aún más en su propia espiral de sexo y autodestrucción.
En primer lugar, su propia casa, totalmente lisa, sin adornos y destinada a aislarle del mundo, se ve invadida por un personaje extraño que rompe su rutina. Los primeros minutos de la película mestran cómo es, una secuencia de movimientos que se repiten siempre en el mismo orden y que no podrán volver a ocurrir hasta que Sissy abandone la casa.
Los actos de Sissy tienen para Brandon un peligro latente. Le permiten verse a sí mismo y lo que es peor, juzgarse. Su hermana, como él, también puede llevarse a un desconocido a casa veinte minutos después de conocerle y dejarse llevar sin importarle las consecuencias. Ella reacciona sintiéndose culpable, lo que aumenta aún más el propio desprecio que Brandon siente por sí mismo, puesto que él no tiene ni las ganas ni la capacidad de arrepentirse de lo que hace.
Brandon solo parece funcionar cuando en un ambiente frío y físico.
El personaje de Michael Fassbender es frío, insensible y limita su vida al trabajo y a sus apetitos sexuales. Su hermana, a pesar de su fracaso económico y la dependencia de su hermano, sí que tiene otras cualidades y es capaz de romper el caparazón de su hermano con una simple canción. Eso le demuestra que su vida no es más que una huida hacia delante en la que, en algún momento, va a tener que pararse a pensar sobre ella, algo que ha evitado quizás demasiado tiempo.
Esta habilidad de la hermana deriva en el dramático final, puesto que Sissy se aferra a los mínimos lazos que todavía le unen a su hermano mientras este hace todo lo posible por romperlos definitivamente. Es una dura pelea de la que no sabremos nunca el resultado final.
Michael Fassbender vs Carey Mulligan
Tengo que reconocer que no había sido excesivamente consciente de la existencia de Michael Fassbender hasta hace bien poco. Mea culpa, porque ya había participado en proyectos bastante grandes como “300” (Id, Zack Snyder, 2006), “Malditos bastardos” (Inglorious Basterds, Quentin Tarantino, 2009), "X-Men: Primera generación" (X-Men: First Class, Matthew Vaughn, 2011) o "Un método peligroso" (A dangerous method, David Cronenberg, 2011) u otros menos conocidos como “Fish Tank” (Id, Andrea Arnold, 2009). Son indudablemente películas grandes, pero donde no había tenido que llevar el peso y su papel quedaba un tanto oscurecido por grandes nombres como Brad Pitt, Rachel Weisz o diluido en ambientes más corales.
En la cara de Michael Fassbender residen todas las intenciones de Steve McQueen.
“Importan los hechos, no las palabras.”
Por suerte para el propio Fassbender, su buen hacer no pasó desapercibido para Steve McQueen y el inglés le ofreció ser el protagonista de “Shame” (Id, Steve McQueen, 2011). Está claro que no se equivocó porque, en una película notable como esta por bastantes motivos, la caracterización de Brandon que firma el alemán es uno de los más destacados. El actor no necesita abrir la boca para que podamos interpretar a nuestro gusto sus acciones. Él se limita (como si fuera poco) a sugerir con sus actos, lo que es por un lado muy desconcertante y, por otro, agradable.
Carey Mulligan tiene el difícil reto de estar a la altura de Fassbender. Y debe hacerlo con un estilo totalmente opuesto, ya que en ella los sentimientos siempre salen a la superficie y necesita verbalizarlos (con palabras y con su propio cuerpo). La intención es ofrecer un claro contraste entre los dos hermanos, uno empeñado en aislarse y no compartir nada, ni material ni emocional, y otra más necesitada de proximidad física y psicológica. Un camino, a priori, condenado a separarlos, que “Shame” tampoco se ocupa de desvelar si lo logrará o, simplemente, como hermanos que son, están condenados a recorrerlo juntos.