Review: El diablo sobre ruedas (1971)

Review: El diablo sobre ruedas (1971)

Escrito por Alejandro

Una película como “El diablo sobre ruedas” (Duel, Steven Spielberg, 1971) sirve como ejemplo ilustrativo de dos cuestiones. Steven Spielberg es un contador de historias increíble y Richard Matheson es alguien al que no querría tener como amigo.

La carrera de Spielberg ha ofrecido, a lo largo de los años, tal cantidad de grandes películas que parece una obviedad calificarlo como simple (aunque excelente) narrador. Han sido grandes historias, aventuras con criaturas de este y de otros mundos, don dinosaurios, simpáticos extraterrestres, futuristas, desde un punto de vista filosófica o puramente espectacular. Todas tienen sus puntos de interés, a pesar de los inevitables altibajos en una sucesión de trabajos tan numerosa. Sin embargo, de todas ellas, puede que “El diablo sobre ruedas” sea la que haya logrado más con menos. Si Spielberg destaca como creador de historias ya legendarias, Richard Matheson es responsable de algunas de las que han dado más miedo y, a pesar de que sus lectores (yo el primero) han disfrutado con casi todo lo que ha escrito, no hace más que recordarnos aquello que queremos olvidar: que los humanos podemos caer muy bajo. A veces sin necesidad de provocación previa.

photo_5458.jpegDennis Weaver conduce plácidamente sin saber lo que se le viene encima.

Menos es más

Porque pasemos revista a lo que ocurre en la citada cinta. Un hombre está de vuelta a casa tras un largo viaje en coche. No va con prisa, pero todavía le queda bastante para llegar a su destino. En la carretera se cruza con un tráiler (modelo Petterbilt) al que tiene que adelantar. Una simple anécdota en cualquier desplazamiento se convierte para él en el inicio de una pesadilla. Y todo porque al transportista no le parece bien la maniobra. Dennis Weaver, en el papel del desdichado David Mann, asiste estupefacto a las andanzas de un desquiciado camionero que comienza por devolverle el adelantamiento, sigue impidiéndole todo tipo de maniobras y acaba por perseguirlo durante kilómetros y kilómetros.

No hay más datos ni de uno ni de otro. El viajero pasa de la indignación al miedo, con parada en el desaliento y la desesperación. Intenta dejar atrás al camión, pero entonces se enfrenta a un poderoso tráiler con su escasamente potente Plymouth Valiant. Después prueba a dejarle pasar y esperar en un bar de carretera, pero todo para descubrir que su demonio particular le espera en la cuneta para proseguir su demencial camino por las carreteras del sur de los Estados Unidos.

Steven Spielberg y Richard Matheson, pareja perfecta

Con estas escuetas herramientas, y teniendo en cuenta que los diálogos van a tener muy poco peso en la película, “El diablo sobre ruedas” representa todo un reto para cualquier cineasta. Por un lado, se exige una cierta dosificación de los momentos dramáticos en los que el camión y el coche están más que cerca y, por otro, tampoco conviene abusar de los sustos que genera la imprevisible aparición del amenazante tráiler (todo lo imprevisible que puede ser ver llegar a una mole de bastantes toneladas). El éxito de la película, en estas circunstancias, se va a jugar en la capacidad de la propia película de generar tensión y miedo a partir de la propia acción.

photo_5494.jpegUn asesino de varias toneladas que nunca descansa.

La atmósfera se convierte en la clave. Spielberg la generará a partir de las imágenes y Richard Matteson lo hará desde el guión. El escritor, autor del relato en el que se basa la película, dispuso de una ocasión de oro para intentar que la historia que había imaginado se convirtiera en realidad. Como autor clave en el terreno del terror, queda claro que no necesita mucho para ponernos la piel de gallina. Consigue que sintamos lástima por el pobre conductor y que nos preguntemos como va a hacer para salir de una situación tan inverosímil.

Una mente perversa como la de Matheson logra algo a lo que aspira cualquiera que haya intentado moverse por el género puro y duro: convertir un hecho cotidiano como un adelantamiento en una carretera desierta en el inicio de un viaje hacia la muerte en la que uno de los dos debe morir.  Por supuesto, uno de los dos lo hace, pero el que no la haya visto va a tener que ‘sufrir’ durante una hora y media, más o menos, para descubrir quién es.

Estructura clásica, soluciones universales

El material que Matheson pone a disposición de Steven Spielberg es excelente. Éste no desaprovecha la oportunidad y construye una película que debería servir de guía para cualquiera que se anime a dirigir cine (algo que hizo con solo veinticinco años). Lo hace porque presenta una historia desnuda, donde cada elemento aparece diferenciado para que podamos ver qué hace falta, qué sobra y cuáles son las partes donde hay espacio para las aportaciones personales.

La estructura del film (que inicialmente se trataba de un telefilme pero que luego se le añadió más metraje para ser exhibida en cines) es muy clásica, con su planteamiento, nudo y desenlace perfectamente organizados. Conocemos a David Mann nada más arrancar y descubrimos su motivación básica, que no es otra que volver a casa. Al instante, se topa con el tráiler y se inicia la acción. Iremos viendo evolucionar la historia hasta llegar al inevitable clímax final. Una construcción muy simple y clara que funciona como sustento básico al que después podamos incluirle aquellas cosas que se consideren necesarias para la película.

photo_3956.jpegCualquier imagen es buena para recordarnos que la persecución no ha terminado.

Spielberg y Matheson demuestran que, muchas veces, añadir no es la mejor solución porque lo importante es tener una gran idea, por muy pequeña que parezca, y saber llevarla hasta el final, sin entrar en enrevesados caminos con improbables soluciones, más destinados al lucimiento de cineastas y autores que al disfrute de los espectadores.

La batalla final

Spielberg no se para en explicaciones que nos alejen de la acción. No vemos al conductor del camión (solo al final sabremos que se trata del actor Cary Loftin) y no sabemos a qué obedece su actitud, un simple acto irracional que podría caer sobre cualquiera. La magia del director norteamericano se muestra en como dosifica la acción, nos sorprende con tan pocos elementos, una imagen en un retrovisor o el coche teniendo que circular por el arcén son suficientes, y sabe mantener un ritmo controlado que nos mantenga fijos en el asiento, pero no compita en importancia con el encuentro final.

Este es el auténtico destino de la película, un duelo al sol con el que “El diablo sobre ruedas” (Duel, Steven Spielberg, 1971) que nos enseña que aquello que siempre se dice de que dos no pelean si uno no quiere no tiene por qué ser necesariamente cierto, no si te encuentras con un camionero aburrido y con ganas de bronca en una carretera perdida de las profundidades de los Estados Unidos.