La vida de cada proyecto cinematográfico pasa por infinitas fases antes de llegar a nosotros los espectadores como un producto acabado. Por el camino se toman decisiones más o menos importantes y más o menos acertadas que desembocan en que pasemos un buen rato ante la pantalla o nos arrepintamos profundamente de haber desperdiciado un par de horas de nuestra vida. “Ratatouille” (Brad Bird, 2007) no es una excepción y aquí toca dar las gracias a quien corresponda por cuatro decisiones que convirtieron a esta idea en una película espectacular.
Decisión 1: cambio de jefe
La producción de "Ratatouille" comenzó en 2003 bajo las órdenes de Jan Pinkava. En 2004, con el proyecto ya en marcha, acudió a rendir cuentas a los mandamases de Pixar, John Lasseter, Andrew Stanton, Pete Docter y Brad Bird. No eran cuatro ejecutivos cualquiera, sino que estaba ante los responsables de obras como "Toy Story" (John Lasseter, 1995), "Buscando a Nemo" (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003), "Los Increíbles" (Brad Bird, 2004) o las posteriores "Wall-E" (Andrew Stanton, 2008) y "Up" (Pete Docter, 2009).
La relación entre Lingüini y Colette ganó en importancia en cuanto Brad Bird se hizo cargo del proyecto.
No consiguió llegar a convencerles y John Lasseter, después de mucho discutir y de desavenencias varias decidió hacer algo que no había hecho en veinticinco años de historia de Pixar, sustituir al director de uno de sus largometrajes. Pinkava no solo desapareció de escena, a pesar de que aparece en los créditos de Ratatouille, sino que abandonó la compañía poco después.
El trabajo pasó a manos de Brad Bird, que acababa de cosechar otro gran éxito para Pixar con "Los Increíbles". El director se puso manos a la obra, acompañado por Jim Capobianco y Emily Cook, y comenzó por reescribir el guión. La primera gran decisión se había completado, pero solo era el principio de los cambios.
Decisión 2: de antropomorfos a la realidad
La idea de base de Jan Pinkava era que el protagonista de Ratatouille fuera una rata antropomórfica. Jugar con la idea de que un animal unánimemente reconocido como repugnante se moviera en un ambiente al que se le presupone pulcritud e higiene, a pesar de que algún que otro show televisivo muestre que la realidad es bastante diferente de ese ideal. Así, aparecería el protagonista caracterizado como un humano, hablando y caminando erguido.
¿Nos comeríamos algo cocinado por una rata, por muy bien que supiera
Nunca sabremos como explotaría ese contraste Pinkava, lo único que está claro es que Brad Bird y su equipo de guionistas recogieron esta idea y la aprovecharon al estilo Pixar. Había que jugar con ese contraste entre rata y cocina, con los límites de nuestra aceptación y exponer si el lema del gran chef Gusteau podía ser verdaderamente cierto: “Cualquiera puede cocinar”. No se trata de que esté al alcance de todos, sino que el talento aparece en el lugar más inesperado y solo hay que aderezarlo con trabajo duro y la pizca de suerte que supone que alguien te dé la verdadera oportunidad que necesitas para demostrar tu valía.
Decisión 3: sin palabras
El reto que se puso Brad Bird iba más allá. Renunciar al antropomorfismo obligaba a replantearse toda la animación de “Ratatouille”. Había que representar a las ratas del modo más realista posible y eso significaba centrarse en los músculos, el pelo y los movimientos del animal. Una oportunidad excelente para que llevar al siguiente nivel a una empresa que siempre ha buscado crecer un poco con cada proyecto. Una búsqueda de la excelencia técnica que ha acabado convertida en una de las señas de la compañía, también después de pasar a formar parte de Disney.
La vertiente tecnológica solo es, de todas formas, una parte de la preocupación del equipo creativo de Pixar. En el estudio saben que se dedican a hacer cine y que, por tanto, las películas que produzcan, ya sean cortos o largos, deben contar una historia. El guión mantiene siempre una posición principal en cada película y “Ratatouille” no es una excepción.
Remy es tan hábil cocinando como dirigiendo al sufrido pinche.
Esa renuncia al antropomorfismo de la que hablábamos no solo condicionó a la película desde el punto de vista técnico, sino que obligó a buscar otro enfoque en la relación entre la rata Remy y el pinche Lingüini. No se pueden comunicar con palabras y deberán aprender el uno del otro para poder llevar adelante su descabellado plan. No será fácil pero introduce una nueva ventaja para los guionistas y el director, la comicidad de las situaciones en las que Remy, escondido en el gorro del joven Lingüini, lo dirige tirándole del pelo, como si estuviera jugando a la Play Station.
Decisión 4: los secundarios
Sería injusto centrar toda la atención en la pareja protagonista. Porque las decisiones de Bird también afectaron a los secundarios. Dos especialmente, por un lado Colette, personaje que ganó mucho protagonismo por la relación romántica que tiene con Lingüini. La joven cocinera se muestra siempre a la defensiva en un mundo dominado por los hombres y donde siente que debe probar a cada paso su valor. A pesar de que no es, obviamente, la protagonista de la acción, se aprecia en su definición como personaje, una reflexión interesante sobre el papel de la mujer en un entorno tan masculinizado poco habitual en este tipo de películas.
Lo importante es la inspiración, llegue de donde llegue.
Otro que destaca a pesar de su escasa presencia en el desarrollo de “Ratatouille” sería Anton Ego. Personaje que sirve a Brad Bird y su equipo para plantear otra cuestión bastante apartada de lo que se esperaría en una producción dirigida, teóricamente, a un público infantil: el papel de la crítica. En este caso centrada en la crítica gastronómica, pero fácilmente extrapolable a la cinematográfica y aquí la defensa del creador de películas como alguien que arriesga mientras otros se limitan a juzgar lo que hace resulta bastante explícita.
La conclusión
Las decisiones que tomamos nos cambian la vida y, sin ánimo de dramatizar respecto a “Ratatouille” (Brad Bird, 2007) cabe decir que la valentía de Lasseter y su grupo de gurús en el momento en el que decidieron darle un giro al proyecto y ponerlo en manos de Brad Bird, nos regaló una película especial y, por encima de todo (y esto es una opinión aún más personal que el resto de las expuestas en este artículo), inspiradora.
Sin olvidar el siempre importante factor de la taquilla. La película costó 150 millones de dólares (la irrupción de Bird no cabe duda que elevó bastante esta cifra) y recaudó más de 600 entre el mercado USA y el del resto del mundo, lo que la sitúa por encima de Cars, Monstruos SA o las dos primeras partes de Toy Story por sus resultados en taquilla. Un día en la oficina para los genios de Pixar, vamos.